Por Rocío de la Vega de Carranza, Universidad de Málaga
Cierra el ordenador tras un largo día de trabajo y le cuesta erguirse. Va a recoger los juguetes de sus hijos o nietos del suelo y nota cómo desciende una descarga eléctrica por su columna vertebral. Se gira en la cama y las lumbares se quejan. Si esto le ocurre de manera frecuente, y durante al menos tres meses, está claro: sufre un dolor de espalda crónico. Quizás sea buena idea entonces empezar una terapia psicológica.
El dolor crónico de espalda: un mal común
El dolor de espalda (especialmente de la zona lumbar) es uno de los dolores crónicos más frecuentes. Afecta a cientos de millones de personas en todo el mundo y es uno de los motivos más comunes para acudir a urgencias.
Siendo así, resulta sorprendente que no exista un fármaco capaz de eliminar este problema de raíz: si hubiese una pastilla o pomada que terminara con el dolor agudo, no se convertiría en un problema crónico. Cabe entonces preguntarse: ¿por qué no es suficiente?
El dolor está en nuestro cuerpo, pero también en la mente
La respuesta es clara a la vez que compleja: aunque lo que duele es la espalda, la molestia no está físicamente en la espalda. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP, por sus siglas en inglés) define a este como una experiencia “biopsicosocial”, en la que el cerebro es el director de orquesta que define su intensidad, frecuencia y duración.
Esa experiencia creada por el cerebro está, en gran parte, potenciada por el estrés, que puede ser físico (a consecuencia de una mala postura en el trabajo o haber levantado peso de forma inadecuada) o psicológico (problemas con compañeros que crean tensión muscular, insomnio…), entre otros. Y también funciona en sentido contrario: las personas con dolor crónico experimentan mayores tasas de depresión, ansiedad e insomnio que las sanas, contribuyendo a alimentar un círculo vicioso del que puede ser difícil salir. ¿Qué podemos hacer?
Lo que dice la ciencia
Antes que nada se recomienda siempre descartar una causa física cuando haya dudas. Por ejemplo, una hernia discal o un pinzamiento de los nervios espinales pueden producir mucho dolor y requerir atención médica –y a veces cirugía– para aliviarlo. Una vez desestimado esto, podemos considerar al dolor crónico de espalda como primario. O en otras palabras, como una enfermedad en sí, y no la consecuencia de otra dolencia.
Si este es el caso, la evidencia científica apoya los beneficios de las intervenciones psicológicas. En un reciente metaanálisis, que incluía casi 100 estudios con más de 13 000 participantes, la investigadora Kwan-Yee Ho y sus colaboradores encontraron que la aplicación de psicoterapia junto con fisioterapia tenía efectos significativos en la mejora de la función física y de la reducción de la intensidad del dolor en personas con lumbalgia. Estos investigadores encontraron, además, que los programas que incluían educación y terapias conductuales mantenían los efectos a largo plazo.
En otro estudio similar, con más de 10 000 pacientes, el anestesiólogo alemán Johannes Fleckenstein y sus colaboradores estudiaron los diferentes efectos de la fisioterapia si se aplicaba sola o acompañada de tratamiento psicológico. Así encontraron que los programas de ejercicio físico en combinación con terapia cognitivo-conductual producían los efectos clínicos más significativos.
¿En qué consisten estas terapias psicológicas?
Existen varios enfoques. Lo recomendable es comenzar evaluando las necesidades del paciente, sus valores y objetivos. El siguiente paso consiste en ofrecer una explicación de la neurobiología del dolor; por ejemplo, por qué no es igual a daño físico o cómo el cerebro nos ayuda a modularlo.
Después se discutirán posibles estrategias con dos objetivos. Por una parte, se trata de permitir que el paciente haga más actividades importantes para él, como ir al trabajo, salir a bailar con amigos o jugar con los nietos. La otra meta es hacer frente a los episodios de dolor de forma complementaria o alternativa a la medicación.
Las técnicas dependerán del enfoque (por ejemplo, cognitivo-conductual o terapia de aceptación y compromiso) y del caso concreto. Algunas técnicas comunes son: aprendizaje para tomar conciencia del cuerpo, respiración diafragmática, meditación, hipnosis, regulación de emociones, mejora de hábitos de vida (incluyendo la actividad física y el sueño), etc.
En mucho casos será recomendable también la asistencia a fisioterapia, donde pueden enseñarse ejercicios específicos y aplicar técnicas como el manejo del dolor con frío y calor, electroestimulación o técnicas manuales.
Mirando al futuro
Puede que algún día, cuando la ciencia avance lo suficiente, podamos cambiarnos la espalda por una biónica, del mismo modo que sustituimos una pieza de nuestro coche cuando se estropea. Hasta entonces, debemos seguir investigando las mejores maneras de cuidar la espalda y aliviar el dolor.
En este sentido, la IASP ha declarado 2023 como el año de las terapias integrativas mente-cuerpo, reconociendo que los tratamientos puramente médicos no son suficientes y hay que seguir investigando la efectividad de los enfoques multidisciplinares. Además, la Organización Mundial de la Salud está ultimando unas guías de práctica clínica para el dolor de espalda que pretenden facilitar la implantación de prácticas basadas en la evidencia.
Rocío de la Vega de Carranza, Investigadora Ramón y Cajal (Psicología), Universidad de Málaga
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.