En el aeropuerto todos los que abandonan la Isla parecen tener uno. No importa si son turistas que llegaron a descubrir el Caribe o cubanos regresados a su tierra después de muchos años. Lo cierto es que la mayoría aferra en sus manos un sombrero de yarey, como si fuera una prueba irrefutable de su paso por la Isla.
Lo más seguro es que quienes hoy arriban también ostenten uno al momento de partir. Durante la estancia el sombrerito será un fiel compañero protector de los rayos del sol. De vuelta a casa servirá como recuerdo de las aventuras vividas en una región mágica.
Comprarlo no es un problema. Es fácil encontrarlo en la calle Obispo, en la Feria de La Rampa o en una tienda de suvenires de Artex. Siempre estará allí, junto a los vestidos tejidos, las camisetas del Che y las cajas de tabaco talladas. Y es que es que el sombrero de yarey es un símbolo de Cuba, dentro o fuera de la Isla.
Hasta podría ser considerado el sombrero nacional de los cubanos. Se dice que es una prenda llevada por los campesinos desde siempre, tanto así que es difícil saber quién fabricó el primero y menos aún conocer su primer portador.
Basta con referir que Cirilo Villaverde narró la historia de La tejedora del sombrero de yarey y que Lecuona le escribió una ópera. Tan arraigado está en las tradiciones que en el panteón afrocubano de los orishas se encuentra Echu Jano, uno de sus elementos característicos es que porta un sombrero de yarey.
La técnica de la confección de estos sombreros sí ha llegado a la actualidad. Su nombre se debe precisamente a la planta de la cual se obtiene el material para producirlos, el yarey, también conocido como guano.
De la planta se obtiene la fibra flexible con la que se tejen estos sombreros. Primero es necesario esperar diez días a que el yarey madure. Luego, durante la noche y preferentemente con luna menguante, se ripia la penca según el tamaño con que se vaya a trabajar.
Varios artesanos reviven a diario el método para fabricar estos objetos que tanta demanda tienen. Los precios oscilan según el acabado del producto o la delicadeza del trenzado; pero todo el mundo parece tener uno.
Las versiones del modelo clásico varían de una cabeza a otra, así los podemos encontrar adornados con cintas de color; de alas anchas; pequeños o muy grandes, como pamelas. Hay para todos los gustos, incluso los más modernos y exigentes, porque, aunque pasen los años, los sombreros de yarey siempre están de moda.