Ninguna descripción detallada de encuentros contados por terceras personas se compara con la oportunidad de conversar con Lina de Feria. Existen historias e imágenes que pocas veces podrán superar la realidad, fuera cruenta o maravillosa, como es la vida de esta mujer, que recibió recientemente el Premio Nacional de Literatura.
Mucho se ha escrito de la poeta nacida en Santiago de Cuba hace ya 75 años. Su obra en verso la trasciende, aunque no disminuye su labor como ensayista y editora, entre otras facetas de su vida, repasadas en ameno diálogo con OnCuba.
Lina es una gran conversadora, aunque hay detalles de los cuales no suele hablar: la etapa de la parametración, los años en que estuvo presa, los amores “puros” como catalogara en otras oportunidades, las sanciones… detalles que se conocen, pero de los cuales no cree necesario hablar.
La autora del poemario Casa que no existía es una sobreviviente de las adversidades, las crisis nerviosas, los años de escritura invisible; de todo se apropió, supo transformarlo en poesía, lírica transgresora que se parece mucho a su época, que es también la de ella, la de su país.
A estas alturas no le guarda rencor a nada ni a nadie, pese a que tiene una memoria prodigiosa. Confiesa que tuvo “una infancia extraordinaria. Era una niña muy avispada. Lo primero que vi, desde la cuna, fue un busto de Martí, porque vivía en un colegio, mis padres eran maestros. Lo otro que recuerdo así es el rostro de mi madre”, afirma la escritora.
Rememora también su paso por El Caimán Barbudo.“Me tuve que esforzar extraordinariamente porque salí de ser periodista, a dirigir una revista entera. Imagínate, yo sustituí el trabajo como de ocho personas, y en esa época El Caimán se hacía en cristales, un proceso trabajoso. Fue una ardua labor que dio resultados maravillosos”.
“En cuatro años logramos hacer espectaculares ‘caimanes’. A los ‘caimaneros’ que la fundaron los sacaron por razones que no me acuerdo, pero eran ‘razones determinadas’ por decirlo de alguna manera.
“Yo también estaba ajustada con la universidad, pero se pudo sostener la revista, donde hacíamos lo que queríamos, hasta que se puso más cerrada la cosa porque vino una etapa más dura para nosotros y me hicieron lo mismo que la habían hecho a los otros caimaneros: me sacaron.”
¿Cómo llega al estudio de los autores del grupo Orígenes?
Eso fue por simbiosis. Tenía de tutores a Cintio Vitier y Fina García-Marruz. Yo fui formada por ellos en gran medida. Sometía a ellos buena parte de mis textos, lo cual fue una permanencia en mi vida. Recuerdo que años después, cuando en la presentación de mi libro A mansalva de los años donde le dediqué un poema a Cintio, él también me dedicó un poema durante la presentación.
¿Y de esos años en los que no podía publicar en Cuba?
Tuvo una secuela real… problemas nerviosos mayormente. Me publicaban en otros lados, en Venezuela, Estados Unidos, España, pero Cuba no me publicaba y eso fue deteriorando mi autoestima. Llegado el momento todo eso se solucionó porque cuando salgo en los ’90 con A Mansalva…, todo lo que fui haciendo, era premiado.
Fue una crisis lamentable esos 20 años, pero me apoderé de tantas imágenes, historias, posibilidades de crear que no me detuve y seguí escribiendo y pude llegar a donde quería llegar.
En una ocasión leí que catalogaron parte de su obra como un caos de imágenes, recuerdos y angustias…
No creo que un caos. Lo que yo hablo está lleno de contradicciones, así es como veo la vida, ambivalente: en unos momentos tristes, otros de salvación, otros de jerarquía, otros de fuerza, otros de alegría, lo capto de lo que me rodea.
Tengo la intuición suficiente para saber qué estado de ánimo llevas, entonces me conmuevo, ahí mismo viene la inspiración y ya hago una historia que se queda, pero también está otra que el que la lee dice “ese pude haber sido yo”. Es la manera en la cual trabajo.
¿Cuánto le aportó a su obra sus vivencias fuera de Cuba?
Estados Unidos es un mosaico. Ahí estamos todos. Estuve poco tiempo realmente porque necesité regresar para Cuba porque no me adaptaba a ciertas circunstancias que me obligaban a violentar preceptos de dignidad.
Hice bien en regresar porque aquí aceptaron luego todo lo que hice para bien mío. Nunca pensé quedarme allá. Lo hice también pensando en la posibilidad de escribir aunque fuera ausente. Tienen que decir que yo no tengo fronteras.
Yo creo que el mar no separa a Estados Unidos de Cuba. La diáspora tiene escritores en Miami que son extraordinarios: José Koser, Juan Carlos Valls, la dramaturga Carmen Duarte, todos íntimos amigos míos. A la diáspora la respeto, no hablo de lucha entre enemigos y cuando escribo algo por ejemplo sobre Carmen Duarte, sobre su obra, hago análisis para que ella vea y rectifique, lo mismo que hago aquí con los muchachos.
Yo no me he desvinculado nunca de los Estados Unidos. Cuando tenía la visa de cinco años iba todos los años a ver a mi hijo. La separación es inevitable. Estoy en la peor crisis que te puedas imaginar, pues al acabárseme la visa no existe la posibilidad de verlo, aunque sea tres semanas. Eso impone una necesidad de que se resuelvan todos estos problemas que hay ahora.
Un librero la acompaña en la sala, donde priman títulos de poesía. Dice que lee “ahora intensamente, porque me hice los espejuelos luego de operarme la vista. Me gusta leer la buena poesía, el buen teatro, a Martí como político, aunque no soy politóloga”.
Lina se mantiene activa. Escribe porque “es una necesidad. Estudié piano, ballet y violín y a los 11 años de edad me di cuenta que nada más podía con la literatura, cuando la descubrí solo podía con ella. Eran inmensas carpetas de poesía y ahí me realizaba mucho más que en cualquier otra manifestación. La pintura es la que más se acerca al arte amable, pero yo no sé pintar, pinto a escondidas”.
Confiesa estar feliz por el Premio Nacional de Literatura, aunque siente que hay que trabajar mucho. “Donde yo caigo, aunque no sepa dónde caeré mañana, puedo ayudar a la gente, con talento o no, si no tiene talento se queda porque es útil”.
Cuando termina de responder preguntas, lee un par de poemas, uno dedicado a la Habana, otro a su hijo. Lina no puede vivir sin el verso. “Lo contrario de la poesía es el horror”.