Basta la combinación de vientos arremolinados cercanos a los 100 kilómetros por hora con aguaceros más o menos fuertes, para estar, técnicamente, en presencia de un huracán. Pero esta definición puede adecuarse fríamente lo mismo a un tifón del Océano Índico que a un ciclón del Mar Caribe.
Un huracán tropical puede ser mucho más. Un ciclón en Cuba es un hecho de innegable esencia cultural.
El acto central por la conmemoración de un aniversario redondo de cualquier gesta gloriosa, una visita gubernamental de alto nivel, el cumplimiento del plan de zafra, un atentado terrorista en Europa… noticias como esas están condenadas a acabar como teloneras ante la amenaza de un ciclón al territorio de Cuba.
Es evidente que nunca se llegó a la soñada meta que se propuso la Isla a inicios del milenio de convertirse en el país más culto del mundo. Quimera o exageración. Parejería criolla. Sin embargo, lo que sí resulta innegable es que Cuba es el país del mundo de mayor cultura meteorológica.
Cualquier comadre es capaz de explicar científicamente la función de una vaguada que desciende desde el continente, el papel que desempeña el anticiclón permanente del Atlántico Norte o la estructura de un ciclón, desde su ojo hasta las bandas espirales de su periferia.
Así, un ciclón que se avecina se convierte en un encuentro de conocimientos a nivel nacional. También en una fraternal emulación de cada uno de los cubanos con el meteorólogo de turno en la pantalla de la televisión nacional.
Los partes del tiempo son discutidos en familia. Ahí cada cual elige la ruta que cree más propicia para el meteoro, o la que más desea según sus intereses, a partir de los datos de presión atmosférica en el centro del huracán, velocidad de traslación y accidentes geográficos con los que tendrá que lidiar el fenómeno.
Cada cubano tiene su equipo de pelota, y su pelotero preferido, también su meteorólogo de confianza y hasta su radar favorito.
En Santa Clara la gente derrocha devoción por Lamadrid, un villaclareño que, según cuenta la leyenda, desde el radar de Pico San Juan ubicó al ciclón Lily en las inmediaciones de Santa Isabel de las Lajas cuando en el observatorio de Casablanca lo suponían cercano a Varadero.
Sin embargo, esta parte técnica no es más que la punta del iceberg del folklor ciclónico de la isla.
Laurencio Pérez es un folklorista de ciclones con vasta experiencia. Ya tiene setenta años y ha visto pasar unos cuantos. Él ha instruido a su familia y a sus vecinos acerca de las tradiciones cubanas en tiempo de ciclón.
“Para el ciclón hay que prepararse. Pero ahora la gente exagera con determinados preparativos. Es que ven por la televisión cómo en otros países acaparan cosas de los supermercados, y aquí quieren imitar. El cubano últimamente se ha vuelto demasiado mimético. Yo creo que en eso estamos perdiendo identidad”, me comenta Laurencio.
Laurencio era cartero. Ahora está jubilado. Dice que su cultura la cultivó leyendo periódicos y revistas.
“Cuando yo era un muchacho –recuerda Laurencio– mi abuela nos contaba cómo pasaban los ciclones allá en Potrerillo cuando ella era una niña. El Viejo amarraba los bueyes a una mata de yaba que había al lado de la casa, Mamá preparaba un caldero de harina bien grande y hervía una arroba de yuca, recordaba mi abuela y nos explicaba el antiguo método de autoevacuación: cuando empezaba a llover nos metíamos en la casita de vara en tierra, junto con los perros y las gallinas. Una vez estuvimos tres días viendo llover y sintiendo el viento aullar como un perro jíbaro. Los ciclones en el campo son grimosos. Cuando llueve fuerte uno no sabe si es de día o de noche porque de día se oscurece y por las noches las nubes ponen el cielo blancuzo. El ciclón hay que pasarlo en familia, decía mi abuela”.
Siempre que un ciclón nos ronda, Laurencio cuenta la historia de su abuela. Parece que a él le gusta contarla. A mí me complace escucharle.
“Cuando el ciclón Flora, ya mi abuela estaba vieja. Lo pasó con nosotros aquí en Santa Clara. Ella preparó un ajiaco con toda la carne que había en la casa y con toda la vianda. Estuvimos tres días comiendo ajiaco. En los días de ciclón se deben comer caldos y sopas. Y nadie debe salir de la casa. Ahora la gente compra comida y cosas como si fueran a pasarse quince días en la playa. Eso no es así.
Yankiel tiene pasaje para viajar a Miami el fin de semana. Hoy es miércoles y se le nota muy preocupado. Cuando Yankiel tiene cualquier duda siempre viene a preguntarme. “Tú eres un tipo informado”, me dice.
-¿Tú crees que de verdad ese bicho pase por aquí? –me pregunta. Y sin darme tiempo a responderle él mismo suelta a volar su esperanza-: Yo estuve mirando el cono de las posibles rutas y creo que va subiendo. A lo mejor no nos toca. ¿Tú crees que suspendan los vuelos del sábado a Miami?
-De cualquier manera va a afectar a la Florida.
-¿Pero tú crees que suspendan los vuelos?
-No sé.
-Bueno, si los suspenden deben devolver el dinero del pasaje, ¿no?
-Supongo que sí.
-¡Un ciclón a esta hora! ¡Es verdad que este gobierno…! –bromea.
El bar es otro de los lugares donde se desborda el folklor ciclónico cubano. Paso por La Diana, pido un doble de eso que venden ahí y demoro en bebérmelo para escuchar alguna conversación.
En los bares la gente habla con desparpajo. Mucho más si es tiempo de ciclón:
-Hay que aprovechar ahora porque con el ciclón se pierde la bebida –dice uno.
-Se pierde no. La pierden –dice otro.
-Eso es una falta de consistencia –argumenta un tercero.
-Consistencia no, conciencia –le replican.
-No importa, si lo esconden tomamos alcohol de la farmacia –dice un optimista.
-Ese también se acaba. Hay que garantizar hoy –argumenta el precavido.
-¿Ustedes creen que pase por aquí? –pregunto haciéndome el bobo.
-Usted debe saberlo mejor que nosotros, para eso es periodista.
No acostumbro a visitar la iglesia. Mucho menos después de salir del bar. Sin embargo en la calle escucho a una comadre que le pregunta a otra:
-¿Dónde encontraste velas, hija?
-En la iglesia de Buenviaje.
Y allá voy.
En el camino me cruzo con un grupo de jovencitas con uniforme de preuniversitario.
“Hace falta un ciclón todas las semanas –comenta una-. Así tienen que seguir suspendiendo las clases”.
“Lo malo es que corten la wi-fi”, reflexiona otra.
La que vende las velas es una mulata que sentada en la escalinata del templo también ofrece oraciones, estampitas y otros objetos no muy católicos que digamos.
Una mujer le reclama que esas mismas velas hace dos días las vendía a cinco pesos, cómo las va a estar vendiendo ahora a diez.
-Es que con el ciclón aumentó la demanda. Dele gracias a Dios que le subí el precio pues si las mantuviera a cinco ya se hubieran terminado y usted no podría comprar. El precio es un regulador del mercado”, le explica la vendedora.
Le pido tres velas y le pago sus treinta pesos. Hubiera preferido cuatro, pero cuando iba a hacerle el pedido sentí cierto escalofrío.
Me acuerdo de los consejos culinarios para el ciclón de mi amigo Laurencio y llego al mercado a comprar fideos. Hay paquetes de a veinte pesos. Pido uno.
“No sé por qué hoy a la gente le ha dado por comprar fideos”, se asombra la joven dependienta que evidentemente no conoce nada del folklor ciclónico.
Regreso a casa. En el cielo no se advierte amenaza alguna. Azul matizado con algunos cirros blanquísimos ofrece una falsa imagen de paz. La naturaleza es socarrona. Pienso en ese mismo cielo dentro de setenta y dos horas. Unos hombres destupen un tragante en una esquina y un carro con altoparlante anuncia las orientaciones de la Defensa Civil.
Hermoso, la verdad Lorenzo que desde aquí (Córdoba) me preguntaba como serían los preparativos en Cuba ante la llegada de un ciclón, más aún cuando nuestra TV solo pasa lo que hacen en Miami, lo cual nos deja un sabor amargo en la boca al ver como los comerciantes se aprovechan de las ¿necesidades? de la población aumentando los precios. También como se vive la posible llegada según si el metereólogo que nos informa tiene nuestra confianza. Una amiga de allí ante la llegada de Irma pedía el informe de un determinado experto en huracanes ya que solomente confiaba en el. También me encantó conocer que estas calamidades tan comunes para Uds. se han ido viendo de distintas maneras según pasan los años. Antes las abuelas lo enfrentaban muy distinto a la actualidad, donde se ve como el mercado prima sobre la solidaridad, Felicitaciones Lorenzo un hermoso relato.
Lorenzo, me hiciste recordar muchas anécdotas de ciclones, hasta aquella pequeña depresión tropical en mayo de 1965 que se nos adelantó a la temporada ciclónica y movilizó a todo el país esperando una guerra que no sabíamos si era con los yanqui o con aquel cicloncito que se nos acercaba. Cuando pasó el peligro terminamos en la agricultura durante 45 días sacando boniatos con coa. Muy bueno tu trabajo ciclónico, sobre todo la amena descripción y la forma de ser de nuestro pueblo. Tenemos muchos temas que explotar de los que mencionas.
Un abrazo NILO
Muy bueno el reportaje. Coincido en lo que dice Lorenzo sobre la mimética del cubano y a la vez recuerdo los dos o tres ciclones que he visto pasar por Holguín en mis 19 años. Sin embargo, parece mentira que con esa misma cultura meteorológica que nos ha sido transmitida, todavía haya personas que no tomen con seriedad el asunto del ciclón y por ello tengan que lamentar el derrumbe de su casa, la desaparición de sus objetos personales por inundaciones y hasta la pérdida de la vida, como ocurrió este año tras el paso de Irma. Eso solo evidencia que con la naturaleza no se juega
De la crónica del ciclón, (muy bien escrita) lo más preocupante son los mercaderes del infortunio. El comerciante se escuda en el mercado, incluso le brinda justificaciones morales y religiosas. “Gracias a Dios, que me alumbró la mente, y así se me ocurrió la idea de subir los precios: hago el bien, y gano con ello.” La típica negación de la ética de San Martín que tan poco ha hecho en pos del mundo. La escasez no puede ser excusa para la especulación; y mucho menos cuando soplan vientos de huracán.
@Lilian, se nota que tienes pocos años y que por Holguín no pasan demasiados ciclones. Estoy contigo que, pese a las advertencias de la Defensa Civil, hay quien no hace caso y por eso lamentamos pérdidas humanas PERO te aclaro algunas cosas:
1.- Tu casa no cabe dentro del espacio que un vecino bondadoso te brinde en la suya. Tienes que escoger entre lo más preciado o lo más difícil de reponer y rezar porque, del resto que abandonas, pueda salvarse algo.
2.- No puedes evacuarte con una semana de antelación, poco a poco. Tu vecino necesita su espacio y tú necesitas sobrevivir mientras tanto. Cuando empiezas a evacuarte, casi todo el mundo está en lo mismo. Unos sacando sus cosas y otros abriendo espacio para que quepan. Los hay que, mientras, filman con sus móviles o juegan dominó. Si vives sola, con niños pequeños o con ancianos y/o enfermos; la mudanza la haces SOLA. Y eso lleva tiempo. Y una cuota enorme de cansancio.
3.- Con tu salario de universitaria no puedes pagar la comida, la electricidad, el gas, las medicinas, los zapatos, los utensilios básicos de la escuela de los muchachos, los cuidados de los ancianos y además reparar tu casa de una vez. Sobre todo cuando el fondo habitacional de nuestro país está tan deteriorado. Ahorraste y reparaste las columnas de la casa y cuando tienes ahorrado un poco para reparar el techo, se te rompió el refrigerador. Qué vas a hacer?
4.- Quiero asumir que no pensaste bien tu comentario para no creer que vives en una burbuja. No es que el saco de cemento cuesta (a precio normal) 150 cup. Es que la mano de obra de un enchape de azulejos cuesta 250 cup el metro cuadrado. Y el metro de repello de una pared 200. Y el transporte de los materiales lo que pida el transportista. El salario promedio de un universitario ronda los 500 cup. Los 4 cálculos, las 2 estadísticas, las 2 modelaciones, 2 álgebras, 2 Lógica y 1 Probabilidades que estudié en la Universidad no me cuadran tus cuentas para no lamentar el derrumbe de una casa.
5.- Explícale a cualquier habanero de Santa Fe, Cojímar, zona del Malecón desde La Punta hasta el 1830; a cualquier pinareño de Los Palacios, a cualquier habitante de Caibarién tus soluciones para tomarse con seriedad el asunto del ciclón y no tener que lamentar el derrumbe de sus casas o la pérdida de sus pertenencias.
6.- Mejor aún. Usa la energía de tus 19 años y súbete al primer transporte que puedas, con una caja con comida, martillo, clavos, agua y jabón.Quédate en el primer pueblo desolado que haya experimentado esta tragedia y ayuda a levantar la casa del que la perdió. Ayuda a esa gente que 10 días más tarde continúa secando sus pobres muebles en la acera y sacando de las paredes el fango que le dejó el mar. Esa misma gente que saca fuerzas de dónde no existen para además, limpiar los jardines de las calles y sembrar posturas buscadas en otros municipios para que su barrio vuelva a estar lindo como antes.
Yemly, no te quito razón en los putos que le enumeras a Lilian. Pero veo que has hecho como “el cuento de la garrapata”, tomas a la muchachita que no te ha dado pie para eso, como pretexto y motivo para hacer tu catarsis.
Gracias por ofrecernos una vez más un poco del folklor cubano que nos hace tan especiales. Espero que las siguientes predicciones, ya sean del meteorólogo de turno o de un amigo en la calle, no nos traigan otro ciclón en mucho tiempo.