El mundo académico cubano no pierde oportunidades de enviar señales de alerta al mundo del poder. Pese a los avances en materia de justicia social, la matriz racial de la pobreza se arraiga, estructuraliza y alimenta la conflictividad y la marginación en un escenario de estancamiento económico y poca movilidad social.
¿Hay consenso en torno a esa conclusión? Al parecer no asoman discrepancias. Sociólogos y expertos que examinan el fenómeno habitualmente lo han hecho atendiendo a las singularidades de la sociedad cubana –en muchos sentidos ventajosas, frente a otras tercermundistas–, y han lidiado con el hecho de que la mayor parte de estos estudios se han originado en Estados Unidos y, por tanto, comienzan o terminan siendo miradas reflejas.
Enfoques domésticos
“Hemos estudiado la pobreza con una visión que se distancia de la economicista y, por el contrario, la hemos concebido como un fenómeno en el cual concurren múltiples dimensiones”, afirma la doctora Carmen Zabala.
Para esta psicóloga social, profesora titular de la Universidad de La Habana y miembro de la Academia de Ciencias, la pobreza no es un estado sino un proceso. Sus estudios desde metodologías cualitativas la acercan al problema mediante entrevistas a profundidad, historias de vida y grupos de discusión. Un proceso que la introduce en un vívido laboratorio social y la pone a salvo de la impersonalidad estadística.
En su formación académica, la doctora Zavala jamás escuchó hablar de pobreza y raza, salvo cuando se hacía referencia al color de la piel como un estereotipo de discriminación. Al mirar situaciones de desventaja social en escuelas capitalinas, no tuvo que hurgar demasiado para percatarse de la existencia “de una sobrerrepresentación de escolares y sus familias negras y mestizas en tal condición”. Luego trianguló los resultados de la pesquisa con diferentes fuentes de información: “efectivamente, hay una asociación entre la condición de pobreza y la población negra y mestiza en Cuba”.
Y acercando más el lente, halló en esas familias “una reproducción generacional de esta condición” que las hace vivir en un estado permanente “de precariedad y de carencia material patrimonial”, lo cual está muy cerca de transformarse en fatalismo social.
Género, color y desventajas
En otro estudio de campo, esta vez sobre la jefatura femenina del hogar, la doctora Zabala encontró que, con independencia de la actividad económica, el nivel educativo o la condición de ama de casa, si eran negras o mestizas esas mujeres ostentaban “la mayor vulnerabilidad social”, aunque no identificaban su condición étnica como un factor predisponente o conducente a tal estado de fragilidad.
Recientemente verificó, mediante la investigación en varias comunidades, que “las desigualdades según el color de la piel son las más invisibilizadas, al margen de que la población negro-mestiza sea la que presente situaciones de mayor desventaja”.
“Estamos identificando algunos tipos que pueden resultar paradigmáticos y que pueden constituir una guía para realizar acciones de política social más diferenciadas”. Sugiere entonces estrategias de acción afirmativa que aún muchos esperan, pese a que el Estado promueve a mujeres, negros y mestizos a cargos dentro de las estructuras de poder.
El estudio tomó como modelo a mujeres negras, jefas de hogar en núcleos monoparentales que no poseen recursos propios o donde “los recursos que obtienen mediante su trabajo son insuficientes”. Y rectifica: “Son muy, muy insuficientes”.
Factores estructurales
Sin desconocer lastres como el colonialismo, la esclavitud, la subalternidad material y cultural de la población negra y mestiza durante siglos, con secuelas que se proyectan hasta hoy, operan “factores estructurales que se han ido conformando en las últimas décadas” y dando paso a “procesos de diferenciación socioeconómica y alteración de los canales de movilidad social […] en los cuales la población negra y mestiza se ha colocado en determinada desventaja”, escribe la doctora Zabala.
El Censo de 2012, cuestionado por la forma de medir su variable racial –el entrevistado elegía su representación étnica–, arroja un 36 por ciento de personas negras y mestizas en una población de 11,2 millones de habitantes. Sin embargo, otras estadísticas dan cuenta de que 51 por ciento de los cubanos son mulatos, 37 por ciento blancos, 11 por ciento negros y 1 por ciento asiáticos. Tal estimación, debida al investigador mexicano Francisco Lizcano, de la UNAM, recoloca a la isla en el indicador cromático de América Latina y el Caribe.
Algunas estadísticas citadas por la doctora Zabala han comenzado a hablar en colores. Hay menor presencia de población negra y mestiza en los sectores económicos más aventajados y mayor presencia en los empleos de menores ingresos –y también en la población de riesgo por devengar salarios insuficientes.
Por otra parte, quienes reciben remesas pertenecen predominantemente a la población blanca, mientras entre los propietarios de tierras y cooperativistas hay una mayoría blanca. “Más recientemente se ha señalado que existe una tendencia al blanqueamiento en la educación superior”.
Una investigación de la socióloga Huleáis Almeida, que analizó las desigualdades por color de la piel y género en el acceso a la educación superior en Cuba, encontró que “a medida que se avanza en los niveles de estudio, la población estudiantil se va blanqueando, con mayoría de mujeres blancas […] en tanto cuando se analizan los recorridos estudiantiles, es mayor la cantidad de personas negras que no concluyen sus estudios”.
Para la doctora Zabala, “todos esos son elementos de carácter estructural que están conformando una determinada matriz con desventajas” para el segmento negro y mestizo de Cuba, cuyos factores de reproducción son más discutibles: estilos de vida, patrones de nupcialidad, fecundidad y otros de carácter cultural. Incluso –dice– la permanencia de prejuicios y estereotipos raciales, presentes en actores con un determinado poder y discrecionalidad en su actuar, puede propiciar “situaciones de determinada discriminación” en el universo laboral e institucional del país.
A la zaga
Aunque gracias a instituciones académicas y a la acción de grupos civiles informales el estudio de estos fenómenos ha avanzado como nunca antes, las investigaciones todavía padecen “de un cierto nivel de rezago, y la presencia del tema en una agenda social y política es aún limitada”. Entramos de manera absolutamente desfasada con todo el enfoque de interseccionalidad que se había desarrollado décadas atrás, primero en Estados Unidos y luego en otras regiones del mundo”, afirma.
Las discusiones académicas relativas a las problemáticas de racialidad y discriminación se eclipsaron en la Cuba revolucionaria hacia la segunda mitad de los 60, y entraron en “una larga etapa de silencio”. El debate público en torno a dichos asuntos desapareció.
“Se partía de un estado de creencia que consideraba el tema racial en Cuba como un problema resuelto”, dice el antropólogo Pablo Rodríguez, quien junto a la doctora Zabala cerró el último panel en Casa de las Américas del Primer Taller Teórico- Metodológico sobre Estudios Afroamericanos y Afrodiaspóricos que se celebró en La Habana.
Con el coauspicio de Diversity Global Agency, el evento estuvo coordinado por el Programa de Estudios sobre Afroamérica, dirigido por la doctora Zuleica Román y el doctor Geoffroy de Laforcade, profesor de Norfolk State University.
Los 90 y la generación de la utopía
De acuerdo con Rodríguez, la crisis económica de los 90 propició el resurgimiento de “muchos prejuicios sociales y raciales, creando estructuras de desigualdad en el nuevo contexto”, palpables en la vivienda, los ingresos personales, las remesas y las estrategias de sobrevivencia, todas “cruzadas por el color de la piel”.
Las investigaciones de Rodríguez, emprendidas desde el Instituto de Antropología, tuvieron lugar en un contexto de tensiones y en medio de una economía que llegó a caer a menos del 35 por ciento del PIB. El precio de un litro de aceite equivalía entonces al salario de un mes. Un dólar de propina, en el sector turístico, “significaba más de veinte salarios del sector tradicional, lo cual creaba un espacio para verdaderas desigualdades”.
Rodríguez y su equipo pudieron establecer que las mujeres eran más sensibles a la discriminación racial que los hombres, y que la generación que soportó con menos temperancia el escenario creciente de asimetrías no fue ni la más vieja, ni la más joven sino la intermedia, la que en los 90 tenía entre 37 y 55 años. “Era la que había llegado al principio de la Revolución como niños o adolescentes y que se apropió de la utopía de la igualdad social”, concluye.
Lo que vendrá y el pasado que nos espera
Más de dos décadas después, el nuevo escenario tiende a incentivar las desigualdades y, con ellas, negros y mestizos llevarán la peor parte, como lo advierten los expertos y confirma la historia.
“En realidad no se cumple lo poco que existe para evitar las discriminaciones. Opinamos que el gobierno debe prestar mayor atención a este asunto. Existe un racismo antinegro que nos preocupa”, dijo Deyni Terry, coordinadora de la iniciativa ciudadana Alianza Unidad Racial en diálogo con la agencia IPS.
Frente al informe que Cuba presentó en mayo de 2018 al Examen Periódico Universal en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el académico cubano Esteban Morales reaccionó.
Experto en las relaciones cubano-estadounidenses y activista por la igualdad social, Morales escribió en su blog que en los autores del informe “existe una casi bochornosa actitud de negar que en Cuba persisten el racismo y la discriminación racial”, sepultando las problemáticas prevalecientes con una pasmosa cantidad de datos “de los avances evidentes que presenta nuestra política social”.
Autor de textos como Desafíos de la problemática racial en Cuba (Fernando Ortiz, 2007), Morales se distingue por una artillería de grueso calibre, pero de fina puntería. “A pesar de toda la lucha revolucionaria por la igualdad, hasta los mismos bordes del igualitarismo, en Cuba, aún, ser blanco, mestizo o negro no es lo mismo. Y parece haber un cierto interés de algunas personas en ocultar las diferencias”.
Uff. De lo mejor que he leido de OnCuba en largo rato.
Investigaciones más que interesantes, y lamentablemente pocos visibles los que repasa el autor acá.