Los intentos de desmitificar héroes, mostrar su lado humano a través de pasajes de su vida, son un ejercicio arduo pero recurrente en el arte, en especial el teatro, ese reflejo íntimo de la sociedad a través del tiempo.
Desde hace semanas llega a nosotros Hierro, lo más reciente de Argos Teatro, obra escrita y dirigida por Carlos Celdrán, al frente de la compañía la cual enfrenta por estos días la puesta en escena de esta pieza, que toma como punto de partida el poema homónimo de Martí, escrito en Nueva York en 1891.
Ganado tengo el pan: hágase el verso,—
Y en su comercio dulce se ejercite
La mano, que cual prófugo perdido
Entre oscuras malezas, o quien lleva
A rastra enorme peso, andaba ha poco
Sumas hilando y revolviendo cifras.
Bardo, ¿consejo quieres? Pues descuelga
De la pálida espalda ensangrentada
El arpa dívea, acalla los sollozos
Que a tu garganta como mar en furia
Se agolparán, y en la madera rica
Taja plumillas de escritorio, y echa
Las cuerdas rotas al movible viento.
(…)
Entre Nueva York y Tampa se desenreda el hilo conductor de la obra, que abarca el período comprendido entre 1885 y 1892, no de manera lineal, pero sí coherente con la dinámica del relato, que mantiene en vilo al espectador durante dos horas trepidantes; acaso un atisbo en comparación con lo convulso que resultó para el Apóstol cubano esa etapa de su existencia.
Muchos misterios rondan la vida y la obra del más universal de los cubanos, varios de los cuales son tratados en Hierro: conflictos parentales, problemas de enfermedad, su relación matrimonial, disputas entre patriotas, incluso intento de asesinato, todo a la par de su activa labor revolucionaria y su obra como escritor, poeta y periodista.
Por increíble que le pueda parecer a muchos a estas alturas, José Martí era un ser humano en circunstancias comunes a los hombres comunes, con sus virtudes y defectos, ambientadas en las circunstancias del exilio en el siglo XIX. Martí padecía, como cualquier otro las preocupaciones de atender a su familia –su esposa e hijo–, estar atento los menesteres del hogar en materia económica y, además, lidiar con los conflictos sociales que le acompañaban.
La pieza de Celdrán no intenta ser una clase de historia. El argumento de la obra no se detiene en la narración de los hechos salvo alguna que otra alusión a algunos puntuales sucesos de esa etapa como el conflicto con el veterano general Enrique Collazo. El resto del guión se centra en cuestiones más humanas, mundanas.
Entre “fiebres lúcidas” y “verdades dolorosas” transcurre Hierro, con una narrativa bien estructurada, lograda en buena medida gracias al minimalista trabajo escenográfico y de producción, que logra en un mismo espacio ilustrar escenarios diversos y comunes entre sí, con una armonía equilibrada donde el trabajo de luces brinda el acabado necesario en cada escena y contexto.
El trabajo actoral resulta otro de los puntos sobresalientes, con Caleb Casas en la piel de Martí, difícil de imaginar de una manera distinta a la interpretada por el actor, y quien tiene en Maridelmis Marín una pareja de lujo en su rol de Carmen Zayas-Bazán.
Ambas actuaciones resaltan por la mesura en la caracterización de sus respectivos papeles: no hay excesos ni rimbombancias, se aprecia el estudio previo de los personajes por parte de los actores, sin lo cual no creo fuese posible encarnar tanto a Martí como a su esposa, con sus conflictos e intereses, sus demonios y sus entrañas.
El resto del reparto merece iguales elogios: Rachel Pastor (alterna con Mariana Valdés), en la piel de Carmen Miyares; José Luis Hidalgo en la difícil doble función del Patriota y de Manuel Mantilla; Able López y Waldo Franco como Manuelito y el Doctor, respectivamente, así Daniel Romero (de conjunto con Víctor Garcés) en el magistral rol del Hombre, completan los personajes en escena.
Un ejercicio necesario resultaría para mejor entendimiento de esta pieza la lectura del poema al cual refiere el título de la puesta, incluido en los Versos Libres del Apóstol, da igual si es previo o posterior a ver la obra.
En los versos de Hierro uno comprende, o al menos intenta, el dolor y el sufrimiento por el cual transitaba Martí en aquel momento, dividido entre dos países, dos amores… dos deberes sagrados.
(…) Oh alma! oh alma buena! mal oficio
Tienes!: póstrate, calIa, cede, lame
Manos de potentado, ensalza, excusa
Defectos, tenlos —que es mejor manera
De excusarlos—, y mansa y temerosa
Vicios celebra, encumbra vanidades:
Verás entonces, alma, cuál se trueca
En plato de oro rico tu desnudo
Plato de pobre!
Pero guarda ¡oh alma!
Que usan los hombres hoy oro empañado!
Ni de eso cures, que fabrican de oro
Sus joyas el bribón y el barbilindo:
Las armas no,— las armas son de hierro!
Mi mal es rudo; la ciudad lo encona;
Lo alivia el campo inmenso: ¡otro más vasto
Lo aliviará mejor! —Y las oscuras
Tardes me atraen, cual si mi patria fuera
La dilatada sombra. ¡Oh verso amigo:
Muero de soledad, de amor me muero!
(…)
“Martí es un mito esencial para los cubanos, por ello, intentar traerlo a escena en su dimensión personal e íntima, incluso, en su calidad de periodista, político y Maestro, es extremadamente complejo”, destaca Celdrán en las palabras de presentación de la obra, la cual define como “un instante de suspensión en su atareada existencia”.
Esta pieza, la tercera escrita por Celdrán para su compañía, puede no resultar cómoda para quienes no están acostumbrados, lamentablemente, a imaginar a Martí más allá del inerte pedestal.
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Resulta Hierro una representación necesaria para comprender y despertar el interés en conocer, o al menos intentarlo, la vida de ese gran hombre que fue nuestro Héroe Nacional, verlo e imaginarlo así por un instante, como un hombre de su tiempo, igual que cualquier otro.
(…) No de vulgar amor: estos amores
Envenenan y ofuscan: no es hermosa
La fruta en la mujer, sino la estrella.
La tierra ha de ser luz, y todo vivo
Debe en torno de sí dar lumbre de astro.
¡Oh, estas damas de muestra! ¡oh, estas copas
De carne! ¡oh, estas siervas, ante el dueño
Que las enjoya o estremece echadas!
¡Te digo, oh verso, que los dientes duelen
De comer de esta carne!
Es de inefable
Amor del que yo muero, del muy dulce
Menester de llevar, como se lleva
Un niño tierno en las cuidosas manos,
Cuanto de bello y triste ven mis ojos.
Adoro!