En la esquina de Monserrate y Tejadillo, una de las más concurridas de la Habana Vieja, puede apreciarse desde hace un par de años un espacio diferente en el entorno de las artes visuales en la capital cubana.
Justo al lado del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes podemos encontrar el espacio en cuestión, dirigido por la joven galerista Yaiset Ramírez, quien junto a Máxima Estudio-Galería conjuga su pasión por el arte con el rigor que conlleva emprender un proyecto de ese tipo en Cuba.
La legalidad de las galerías independientes en el país es una cuestión que lleva años sin resolverse del todo, aunque espacios de esta naturaleza, como Máxima, han logrado sobrellevar el tema gestionando recursos y estrategias de trabajo en las que se conjugan las actividades propias de una galería, con otras relacionadas con la enseñanza de las artes visuales y el trabajo comunitario.
La existencia de espacios galerísticos independientes aún no se concreta del todo en el marco legal cubano, situación que persistirá de momento, a juzgar por las medidas anunciadas recientemente para el sector privado. Este contexto dificulta aún más el maltrecho panorama, no solo del mercado del arte cubano; sino en el entorno expositivo del país, carente de espacios propios del sector, que suma graduados cada año de las escuelas de arte.
Galerías de arte en Cuba: ¿negocio, pecado, privilegio, necesidad?
Por su parte, la galerista Yaiset Ramírez conoce de la importancia de estos sitios, donde, más allá de la venta de arte necesaria para la subsistencia de dichos proyectos, el público podría apreciar la obra de los artistas nacionales.
“Los artistas incluso lo piden a gritos” —confiesa—. “Tenemos muchos artistas que se acercan a nuestro proyecto buscando trabajar con nosotros y, lamentablemente, por mucho que nos interese colaborar con ellos, llega un momento en el cual te das cuenta de que en un solo espacio galerístico no pueden confluir todos”.
La tan deseada diversidad de espacios galerísticos en el país además ayudaría a crear la necesaria competencia que “siempre que sea sana, de alguna manera genera unión en materia colaborativa, además de que esto permitiría una superación del mercado”, añade.
“Tienen que existir espacios que alberguen las necesidades de nuestros artistas porque para eso se hicieron todas estas escuelas de arte que tenemos, incitando a la creación y también esparciendo, de cierta manera, esa espiritualidad que generan las artes plásticas. Hay muchas personas con potencialidad que necesitan el lugar ideal para mostrar su talento”.
En medio de tantas dificultades en el entorno de las artes visuales en Cuba, apostar por un emprendimiento de este tipo parecería una locura, pero la experiencia de la galerista en este mundo, en el cual lleva involucrada ya diez años, permite que esta sea una apuesta segura, con vistas al futuro prometedor que la misma Ramírez avizora.
No obstante, para que ese futuro se concrete, resulta necesario rodearse de un catálogo diverso con artistas que entiendan la necesidad de este tipo de espacios y que, a su vez, funcionen de alguna manera bajo el concepto de industrias culturales.
“Los artistas que trabajan con nosotros se mueven en un mercado atractivo y funcional, lo hemos podido corroborar en el poco tiempo que llevamos de inaugurados desde la pasada Bienal de La Habana, artistas con los cuales he tenido la suerte de cruzarme en el camino; he trabajado con obras de Alfredo Sosabravo, Pedro Pablo Oliva, Roberto Fabelo, Manuel Mendive, Roberto Diago, Douglas Pérez Castro, Moisés Finalé, Juan Suárez Blanco, Rafael Villares, Niels Reyes, Luis Enrique Camejo, Jorge López Pardo, Rigoberto Mena, Agustín H., entre otros; por eso, Máxima es como si fuese un hogar, una extensión de todos estos años de esfuerzo. El arte cubano tiene la calidad y la suerte de representar nuestra cultura y raíces. Las veces que he podido visitar museos, galerías y participar en eventos de artes visuales fuera del país, he podido aprender y comparar; así en parte te das cuenta de que aquí lo tenemos todo, desde el punto de vista artístico, curatorial y crítico”.
La galerista señala, además, que el arte, visto como un sector para los negocios “es funcional, sobre todo el cubano, que considero está por explorar debido a ese potencial que guarda. Tal vez yo lo veo con otros ojos, con el alma, porque es que el arte me da mucha alegría y me provoca sentimientos, de ahí la emoción hacia el trabajo que hago, con sus altas y sus bajas”.
“Llevar a cabo un negocio que depende en su mayoría de compradores extranjeros, en un país que además depende del turismo, resulta extremadamente complejo, porque este es un proyecto autosustentable, lo cual lo hace más difícil aún. Básicamente el financiamiento depende mucho de la promoción y, en mi caso, como también venía desempeñando el papel de coleccionista y de art dealer antes de tener mi propio espacio, combinar estos aspectos y conocimientos me ha resultado, digamos, ‘un poco más fácil’ porque también tengo la pasión por el trabajo, que es fundamental, pero hay que tener muchísima constancia, más en nuestro país donde no abunda el coleccionismo de arte, algo que sustenta en buena medida a las galerías en el resto del mundo, con su mercado regular. Esto en Cuba funciona de manera totalmente diferente, totalmente atípica”.
Respecto al mercado del arte en la Isla, Ramírez explica a OnCuba que “por lo general nuestro mercado depende de quienes se interesen por el arte cubano fuera del país, extranjeros y personas interesadas en las piezas o artistas en específico. Los que adquieren arte en Cuba son pocos y esto solo complejiza más nuestra situación; el mercado se mueve lento y suele ser riguroso, aunque siempre debemos agradecer a los coleccionistas nacionales que confían y se quedan encantados con la calidad que tiene el arte aquí”.
Además, punta que “gracias a la visión de coleccionistas como Luciano Méndez, quien decide apostar por el arte contemporáneo cubano, junto a los reconocidos Howard Farber, Ela Cisneros, y muchos otros, el sector se ha mantenido en la mira internacional. Eso es algo que no debemos dejar pasar por alto. Los mercados del arte deben abastecerse dentro de su propio país y el nuestro es bastante virgen, todavía está por desarrollar del todo, y en Cuba se dificulta mucho más el tema de la comercialización porque el mercado funciona a la inversa del resto del planeta”.
“Esta ausencia de espacios obliga a que los artistas muchas veces tengan que negociar directamente con los coleccionistas, siendo más difícil entonces estabilizar los costos del mercado y del arte cubano en sí”.
Por lo anterior, Ramírez considera que “el arte cubano está subvalorado, aunque los artistas consagrados tengan participación en subastas en Sotheby’s o Christies, sus obras no alcanzan precios acordes a la calidad que tienen, si los comparamos con los estándares de otros artistas internacionales contemporáneos”.
“Debemos apostar por comprar un arte riguroso de buena calidad en materia de inversión-ganancia y eso lo da en parte también la posición de Cuba desde el punto de vista económico, por eso creo que en un futuro próximo el arte cubano estará mejor valorado que ahora”.
Una galería, me comentaba la joven emprendedora durante la entrevista, no es un puesto de venta de comida donde cualquiera puede adquirir un producto con regularidad; si bien a la hora de comprar arte no todos lo hacen pensando en una satisfacción espiritual. Esto ha llevado a Ramírez a considerar que “este es un mundo totalmente diferente; aunque queramos compartirlo con todos, solo algunos estamos preparados para recibirlo, por mucho que se pretenda socializarlo”.
No obstante, no por eso debemos abandonar la ilusión de rodearnos de espacios como las galerías; cualquier alternativa que pretenda acercarnos a este mundo cultural siempre debe ser bien recibida y con total transparencia, como refleja Máxima, este lugar localizado en el corazón de la Habana Vieja. Para Yaiset Ramírez, su gestora: “El arte es un universo sin medida como canal del alma hacia los misterios más profundos de la humanidad”.