Durante la pandemia y la cuarentena, se ha dicho que han sido muchas las personas que han recurrido a la lectura como pasatiempo o terapia —espero que se quede la costumbre—. Este servidor no solamente encontró el tiempo para retomar la enorme lista de libros pendientes, sino que también decidió convertir su feed de Instagram en un espacio para compartir sus lecturas e impresiones. De ese modo, y gracias a los pícaros algoritmos de las redes sociales, terminé recibiendo agradecimientos de algunos de los propios autores vivos a los que reseñaba, así como seguidores que se dedican a lo mismo. Nunca he esperado más de cincuenta likes en una publicación sobre un libro, y a veces me da “cosa” que una foto de mi cara obtenga el triple de aceptación que la portada de una obra literaria acompañada de una reseña con citas y frases. Pero los tiempos son como son, de ahí que también le dedicara un poco de ahínco a las fotos de postureo literario.
Esta nueva sección, con el cuasi amenazante nombre de “A librazos”, no pretende romperle la cara, puede mantener la calma; mi objetivo es compartir con usted los “librazos” que he recibido yo —por suerte no literalmente—. ¿Qué es un librazo entonces? Pues por el poder concebido por la amplitud de la Lengua Española me atrevo a redimensionar el significado de esa palabra para referirme al impacto intelectual, espiritual, y ¿por qué no? corporal también —algunos libros se somatizan— de la lectura de algún texto, del género que sea. Un librazo, que también puede referirse a la calidad o al tamaño del objeto en cuestión.
Estos primeros párrafos introductorios son para darle la bienvenida. En lo adelante prometo ser más directo y guiarle a través de mis sugerencias de la forma más dinámica posible, para que no nos aburramos, y a ver si al fin hacemos a un lado los estigmas que hay alrededor de la gente que lee, —tampoco espere que le hable de cómo perrear en la disco mientras lee Los hermanos Karamazov, todo tiene su momento, todavía no estoy tan loco—.
Sin más rodeos, quisiera empezar con una novela que se compone de tres partes, una trilogía que en conjunto se titula Claus y Lucas de la autora Ágota Kristóf. Recientemente la Editorial Libros del Asteroide publicó una edición de las tres novelas unidas en un solo libro, con el título antes mencionado.
¿Por qué leer Claus y Lucas?
Porque es una lectura con mucha economía del lenguaje, no da muchas vueltas para decirte las cosas, no utiliza palabras rebuscadas y sin embargo es inmensamente profunda y emotiva, a pesar de que tampoco recurre a los sentimentalismos. La misma novela aclara, y cito textualmente: “Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas, es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.” ¿No es esto acaso una promesa de cómo se cuentan las cosas en esta novela? ¡Claro que sí!
Se trata de una historia cruda que narra en su primer libro El gran cuaderno cómo los hermanos Claus y Lucas son dejados por su madre en la humilde y sucia casa de la abuela a quien ni siquiera conocían, a causa de la Segunda Guerra Mundial. Si creías que de por sí la guerra era fea tienes que leer lo que viven estos duros niños con esa señora que los trata a base de improperios, no los asea y carga en su reputación el hecho de haber asesinado a su marido con veneno. —Ya, que si no hago spoiler—.
¿Por qué leer otra novela basada en la Segunda Guerra Mundial?
Porque no es una clase de historia, no es como las otras y te prometo que no te aburrirá. Una vez empieces a leerla no podrás parar, porque te resultará increíble cuánta crueldad somos capaces de aguantar, ejercer y superar los seres humanos. Aquí no se menciona ni el país, ni el idioma, ni los nazis, ni los revolucionarios, ¡nada de eso! Esto va sobre Claus y Lucas, sobre cómo se adaptan, se apoyan y logran entender el mundo desde el contexto que les ha tocado vivir. Nos pondrá a pensar en que gran parte de lo que somos está en cómo vemos y asumimos las cosas y no tanto en lo que nos sucede — Por poco cito a Epicteto, si no lo conoces, búscalo, léete su manual y podrás comentar este texto con una sonrisa, de nada—.
Tampoco se trata de otra novela llena de nazis y campos de concentración, sino de un pueblo pequeño que es tomado después por los revolucionarios que empiezan a nacionalizar las empresas, a burocratizar hasta los procesos respiratorios, y a poner informantes hasta en las plantas. También recorre el fin de esa etapa “revolucionaria”; todo un viaje en el tiempo a través de estos dos hermanos cuyos nombres vienes a conocer en la segunda novela La prueba y cuya historia te será desmontada en la última entrega: La tercera mentira, porque aquí, como en la vida misma, llega un momento en el que confundes la realidad con el engaño y con la creación literaria.
He aquí un retrato sobre la adaptación, la perversión y la supervivencia, y sin embargo, crudeza aparte, es tierno.
¿Por qué tanto “bombo” y tanto “platillo” con este libro?
Porque es lo mejor que me he leído en mucho tiempo y ya entró en mi lista de novelas favoritas, y como soy yo quien escribe este artículo, pues, te lo comparto. Porque al terminar de leer el primer libro me quedé con la quijada sobre la mesa y no quería hablar con nadie si tenía la segunda parte ahí esperándome, porque me mantuvo motivado hasta la última oración, y todavía sigo pensando en la novela, digiriendo la historia, haciéndola mía: eso no lo logra todo el mundo. Gracias, Kristóf.
¿Alguna frase que te haya llamado la atención?
No muchas, porque la autora, más que masticarte las ideas para que las digieras sin problemas, te da los ingredientes para que cocines tus propios pensamientos y reflexiones, pero he aquí un fragmento magnífico:
Las mujeres no han visto nada de la guerra.
La mujer dice:
¿Qué no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos… Vosotros, una vez acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra. Vosotros la habéis querido; ¡hacedla pues, héroes de mierd*!»
Y como para justificar la dureza de la historia, que no te había dicho, pero incluye desde incesto, violaciones y otros abusos, ya cerca del final te sueltan en un diálogo:
“— (…) por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida”.
¿Qué tipo de historia es? ¿Qué hay en ella?
Una novela con mucha acción y drama, enredos familiares a los que tienes que estar muy atento, conflictos emocionales, lazos amorosos y afectivos algo torpes y muy prácticos, violencia, sexo —incluso escenas duras como la de una mujer teniendo sexo con dos niños y una niña con un perro, ¡y ya que hago spoiler!—. Si eres el tipo de persona que ya tiene mucho con lo que lidiar en su vida diaria o en su mente y este tipo de historias te resulta repelente, lo siento, aquí no hay miel ni melodías, por otro lado, prometo hablar en un futuro de lecturas relajantes y entretenidas que den otros tipos de “librazos”.
¿Quién es Ágota Kristóf?
Siempre puedes usar Google y ahondar más, pero te cuento:
Ágota Kristóf nació un 30 de Octubre de 1935 —casualmente el protagonista de su novela también; lo suelta así, como el que no quiere las cosas— en Hungría. Con 21 años se fue a Suiza con su esposo, que era profesor de historia, y su hija de pocos meses de nacida, para exiliarse allí de la Revolución soviética. En esos años de exilio trabajó en una fábrica de relojes, luego dejó al marido, aprendió francés y empezó a escribir sus obras en el nuevo idioma aprendido, de ahí la cortedad de sus descripciones, el sintetismo de sus narraciones y a la vez, la ternura que desprende. Se inició con poesía y teatro, aunque no fue hasta el año 1986 que escribió su novela El gran cuaderno que luego en 1991 culminaría como una trilogía para completar Claus y Lucas y cosechar el éxito rotundo.
En nuestro idioma tiene otra novela titulada Ayer y el relato autobiográfico La analfabeta, que funciona a modo de memorias suyas, así como la colección de cuentos No importa y en otras ediciones bajo el título Da igual. Los veinticinco cuentos despiadados de Ágota Kristóf.
Fue una mujer alejada de las vanidades y posturas de diva que pudo haber tenido como autora reconocida. Murió en el 2011.
¿Esta novela tiene película?
Sí, se llama El gran cuaderno, dura 1 hora con 49 minutos, es del 2013, dirigida por el húngaro János Szász, publicitada como un drama bélico y cuyo resumen de sinopsis dice: “Hermanos gemelos que fueron enviados a vivir con su abuela durante la Segunda Guerra Mundial, aprenden a manipular a la gente”. Vende bien, pero le falta.
Me leí la trilogía en el siguiente formato: sobre un cuaderno y la Biblia, pues si usted llega a leerse Claus y Lucas, o al menos la primera parte El gran cuaderno, sabrá que, gracias a una enciclopedia, a un cuaderno y a la Biblia, ellos fueron capaces de apoyarse en el aprendizaje.
Espero que esta lectura le resulte igual de emocionante.
Pronto vuelvo para darle otro “librazo”.