Se dice cubano y una dulzura como de suave humanidad se esparce en nuestras entrañas.
José Martí
“Intuitivo y original, es igualmente de la tradición estadounidense de jazz experimental, la cultura religiosa afrocubana y de la música contemporánea. Tiene osadía, alma y memoria”. Así escribe Ben Ratliff en The New York Times del músico cubano David Virelles. Su álbum Continuum fue seleccionado disco del año 2012 por esa publicación.
Acaba de presentar el disco Mbóko: Sacred Music for Piano, Two Basses, Drumset and Biankoméko Abakuá (Música Sacra para Piano, Dos Bajos, Batería y Biankoméko Abakuá) con ECM de Munich. Primer cubano en una disquera por cuyo catálogo ha pasado la meca del jazz mundial.
El santiaguero David Virelles González (10 de noviembre de 1983) es hoy por hoy una leyenda naciente del jazz internacional. Cuba va con él en sus manos prodigiosas, en cada latido. Y cuando recorre las calles de su país, se bebe los pasos, hasta el aire.
Osadía, alma y memoria
No todos tienen el privilegio de tener en casa a un compositor y trovador como José Aquiles o a una profesora y flautista como Mercedes González, tus padres. Parecías predestinado. ¿Cuánto influyeron en tu vocación? ¿Cómo recuerdas esos primeros años?
Una influencia muy grande, por el ambiente musical que se desarrollaba en casa. Mi mamá me llevaba a la Escuela Vocacional de Arte donde impartía clases, mucho antes de ingresar yo en el nivel elemental. La recuerdo en sus ensayos de la Orquesta Sinfónica de Oriente y en el quinteto de viento que integraba. Y a mi papá, practicando la guitarra, escribiendo sus canciones y en las peñas que celebraba y que todavía celebra. Mis abuelos también eran fanáticos de la música.
En los noventa, llegaron a manos de mi papá los discos de los pianistas Emiliano Salvador y Ramón Valle, así como la colección “Años” de Pablo Milanés. Y desde ese momento, mi obsesión con las grabaciones de Emiliano y Valle fue absoluta.
De mis primeros años de formación recuerdo a varias personas: la profesora Deisy Díaz Páez, a ella le debo estar tocando el piano hoy; Lucy Wong, que me apoyó en mi inquietud de querer improvisar, e incluso pintar; la profesora Lina Fernández, quien todavía me facilita información. En la etapa actual de mi vida, me doy cuenta lo especial que fue la educación que recibí en Cuba, y la profundidad del trabajo de muchos maestros que cambian la vida de esos niños.
¿Cuáles son los recuerdos más nítidos del Festival JO-JAZZ 1999 (La Zorra y el Cuervo, La Habana) en el que obtuviste el primer lugar con solo 16 años?
Fue uno de los momentos más importantes en mi formación: facilitó el intercambio con gente que eran ya maestros, fue la introducción al mundo musical de la capital y me hizo conocer a Román Filiu —con quien tengo un intercambio fraternal―, a Rolando Luna, entre otros. Guardo en mi memoria la dicha de haber conocido a mis héroes: Frank Emilio Flynn, Tata Güines, José Luis Quintana “Changuito” y Chucho Valdés.
También por ese tiempo, los Festivales del Caribe sirvieron de plataforma para empezar a experimentar, y toqué con un grupo de amigos, entre ellos, Alberto y Arnaldo Lescay, y uno de los asiduos a nuestra peña era el distinguido Pepín Vaillant.
¿Cómo fue tu encuentro con Jane Bunnett y cuánto le debes en la conquista de otros escenarios?
La primera vez que conocí a Jane y a su esposo Larry Cramer, fue en el Conservatorio Esteban Salas, en 1998. Allí entablamos amistad luego de tocar. Venían acompañados por el ilustre Inaudis Paisán. Ellos me invitaron a grabar el CD “Alma de Santiago”, luego nominado a los Grammy, y después, a ir a Canadá. Tocar con Jane Bunnett fue la primera experiencia haciendo giras como profesional. Ella me puso en el mapa internacional.
Un momento muy importante fue recibir el premio a la Excelencia Musical “Oscar Peterson” en el 2004, de la mano del propio Maestro, así como ganar el primer premio del Grand Prix de Jazz del Festival de Montreal en el 2006, lo que conllevó a grabar mi primer disco como pianista y compositor.
¿De qué manera pudiste integrarte con tanto éxito al universo musical neoyorquino?
Estoy en New York desde el 2009, gracias a una beca del Canada Council for the Arts para estudiar con el ilustre músico Henry Threadgill. Desde mi llegada, traté de acercarme a músicos que admiraba desde lejos y comencé a trabajar gradualmente con algunos de ellos, de estéticas muy diferentes. Esta es una ciudad donde los músicos aprecian mucho la originalidad y la búsqueda de una dirección personal.
¿Has encontrado asideros espirituales o culturales en los grandes nombres cubanos del jazz latino… o esa historia es ya cosa del pasado?
Honestamente, yo no pienso en esos términos de “jazz” o “latin jazz”, o música “clásica”, o “hip hop”. Para mí, son términos que inventó la industria musical como estrategia de mercado. Sin embargo, puedo decirte que lo que se conoce como “latin jazz” sí tiene relevancia y no es para nada cosa del pasado. Chano Pozo tiene un lugar en la música norteamericana, como lo tienen Machito, Mario Bauzá, Chucho Valdés, Emiliano Salvador, Gonzalo Rubalcaba, Peruchín, Frank Emilio… y gente más joven que produce incansablemente.
Todo eso forma parte de nuestro legado cultural y eso me alimenta espiritualmente. Pensar en Manuel Saumell escribiendo sus danzas en New York, Amadeo Roldán o Gilberto Valdés haciendo premiers en salas importantes de New York, Chano Pozo en Harlem con Dizzy Gillespie o Charlie Parker, constituye una fuente eterna de inspiración.
¿Cuán lejos y cuán cerca estás de Cuba? ¿De qué manera percibes a tu país desde la llamada Gran Manzana?
Me siento muy cerca y muy lejos de Cuba, al mismo tiempo. Es un proceso complejo, a pesar del vínculo familiar y de mis frecuentes visitas. Me pasa que a veces no reconozco o no encuentro algunas cosas que busco cuando regreso; pero entiendo que la evolución es un factor real.
Siento a Cuba ―y a Santiago en específico— desde la nostalgia, desde la frustración muchas veces; desde la alegría. Desde el orgullo, desde la tristeza, desde la curiosidad de aprender más sobre ella. También la siento como bandera, como una filosofía de vida y con ello me refiero a un cierto tipo de actitud que creo data desde la Cuba colonial, del tiempo de los mambises.
Tu último disco, del futuro inmediato…
Mbóko… es un proyecto del cual estoy muy orgulloso porque es una exploración de la cultura carabalí, en especial la tradición Abakuá. Lo más significativo ha sido el hecho de haber podido introducir esta música, marginada por su trasfondo africano-folklórico- religioso-cubano, en uno de los sellos disqueros europeos más importantes de la historia de la música improvisada y clásica.
Simultáneamente, me ocupan varios proyectos donde participo como side-man (músico acompañante) en los grupos de Ravi Coltrane, del compositor y multi-instrumentista Henry Threadgill, y el conocido trompetista polaco Tomasz Stanko. Además, tengo mis propios proyectos: mi trío, mis producciones disqueras independientes y la composición. No me alcanza el tiempo, haciendo conciertos en todo el mundo.
Viajar y tocar mi música sé que es un lujo, aunque también resulta muy agotador. Por el momento, también me gustaría debutar una pieza de gran escala en Santiago de Cuba que compuse este año, así como piezas sencillas para piano que escribí pensando en los alumnos de piano de las escuelas de arte de Cuba.
¿Quién es David Virelles?
Alguien que ha tenido suerte. Alguien que tiene mucho trabajo por hacer, no solo en el aspecto personal, sino también en el profesional.