He de confesarles que me encuentro en una encrucijada; tomo distancia de los asuntos que menos influencia puedan ejercer sobre mí, pero en un final me lanzo a ellos, porque soy atrevido o un idiota de los grandes, de los que se guarda una fe emergente y espera hacerse de alegres apuntes en su vademécum de mocito saltarín. Si usted es un optimista, le advierto que no me lea, porque puedo defraudarlo y seguirlo haciendo hasta que sea un montón de huesos sin significado ni significante. Si usted continúa abrazado al optimismo, tampoco le recomiendo, preste atención, que espere la llegada de una telenovela cubana que podamos calificar como buena, regular puede que sí, mediocre, en resumen. Y he aquí el tema que les presento, de modo tan impresentable.
Mis nuevos vecinos cuidan de un perro de quince centímetros, adulto, que ladra como un juguete de cuerda. Me dan ganas de patearlo, a pesar de que le dedicaron una Mesa Redonda al maltrato animal, lo cual me intimida por la idea de que puede que se le estén agotando los temas a los brillantes panelistas de Camelot, pero la cuestión es que el animalucho este sábado se pasó de los límites y me perdí qué diantres le decía Blanca Rosa Blanco —que para mi criterio ha ido perdiendo la figura, cuadrándose, y no le vendrían mal unas horas de gimnasio, o será a propósito de su personaje de teniente coronela de Tras la Huella— a su escritor galán, que ha hablado menos de literatura que una foca en un acuario. Pero anda con el pelo largo y desaliñado y de vez en cuando se hunde los dedos en las sienes, un tipo despreocupado como todo escritor que le cabe en la mente al sujeto menos ingenioso de La Habana. Lo avispado es que el escritor tiene un caserón para él solo y que repara como si nada, con lo que cuesta aquí un metro de azulejos: Cielos santos, son las divisas de la literatura, cómo no me había dado cuenta antes. De seguro escribió un par de Best Seller, el Stephen King de La Habana. No me jodáis. Claro, no tenemos que ser realistas, exactos: la licencia del entretenimiento. Hace tiempo que vienen insinuándonos, prepárense para lo peor, pero prefiero ver a una mujer que cocina nubes o a un hombre que vomita planetas, no conejitos. Lo olvidaba, la telenovela se llama La otra esquina. La dirige Ernesto Fiallo. Y Fiallo, fialló.
Desde el comienzo. En donde cabía una proeza y echar mano a los arneses, el director plantó más de lo mismo. En tierras infértiles no es de listos esperar que broten flores. El director escogió una presentación con imágenes de La Habana humilde. Primeros planos de niños, viejos y animales de una Habana inmóvil dentro de su movilidad. Dónde encajan. Salir a la calle y grabar un poco, luego editar con música, sin reparar en los resultados divorciados, la incoherencia. Fiallo se dijo que a la realidad no había que retratarla tal cual es (no existe una copia exacta) y piensa en una Habana con viviendas, incluyendo a las que se presumen pobres, que son un encanto. ¿Piensa? en un personaje cacique de una cafetería que vende pizzas, al que no le alcanza el peculio —palabra cómica— para comprarle una computadora a su hija, cuando es holgadamente conocido que el negocio particular da llamativas ganancias, más que las que pueda proporcionar el estado. Pero a Fiallo no le importó esto, lo creíble, como no mostró interés por un buen guión, ni porque la nena que interpreta el papel de la hija de Blanca Rosa, es decir, Silvia la abogada, actuara nada lejos de la categoría de malísimo, ni que Blanca Rosa, la protagonista, sorprendiera a su ex haciendo el amor con su mejor amiga en el cuarto, cubiertos por una sábana roja de lino o de similar tejido, después de introducirse a la casa encontrándose antes la puerta de entrada del lujoso apartamento abierta por completo, como lo harían en Finlandia o en Canadá. Fiallo, no satisfecho, le dio además otra oportunidad a Alain Daniel de demostrar que podía hacer algo que no fuera cantar, y él actuó de personaje farandulero que parece ser el papel que le viene como anillo al dedo. Pero la telenovela no es pésima, pudiera haber sido peor. Es mediocre, sí, tan insustancial que pesa lo que una voluta de humo. De nuevo, el tema de la cotidianidad, no, la muletilla de la cotidianidad, pero otra vez es una cotidianidad artificial, sin pulir, y no hablo solo de niveles de realismo. Las ha habido peores, porque hay una crisis, una osteoporosis en la dramaturgia. Yo, Erasmo Sundance, apreciando lo que me rodea estoy seguro como una contraseña de Bill Gates de que el dinero que se destina hoy a la producción de telenovelas cubanas es un malgasto con todas las letras, que el país ahorraría significativamente si no lo hiciera. Una pitonisa por cuenta propia de Regla me dijo Erasmito mijo, todavía tú piensas que la televisión de nosotros haga algo en estos momentos que se vea más que Vivir del cuento con su Pánfilo, y que va a haber una telenovela superior a la brasileña. Y yo le conté sobre el perro de mis vecinos.
“””…..pero la cuestión es que el animalucho este sábado se pasó de los límites y me perdí qué diantres le decía Blanca Rosa Blanco —que para mi criterio ha ido perdiendo la figura, cuadrándose, y no le vendrían mal unas horas de gimnasio….” no mijo, tu lo que tienes es envidia y impotencia por nunca habersela podido meter a Blanca rosa, si nunca fuiste su tipo aceptalo, o espera un poco más a que se encuadre su cuerpo y envejezca, quizas asi te diga si, por otra parte que novelas ha hecho el maricón este porque yo no lo conozco
leo el criticón: te pasaste de rosca, tu comentario es bestialmente básico. Además, el epíteto “maricón” para insultar denota tu pensamiento troglodita. Por otro lado, muestras brutalidad de animal con eso de “metérsela” a Blanca Rosa. Tremendo punto eres, machista, prepotente, ignorante y repulsivo.
De acuerdo totalmente con tus opiniones. Sigo riéndome. Excelente redacción. Como diríamos en la Cuba real: encojonado…