Una de las joyas de la hotelería cubana, junto al Inglaterra (1875), el Telégrafo (1888) y el Sevilla (1908). Ubicado en una zona privilegiada del Alto Prado, crecientemente valorizada después de inaugurarse el Capitolio (1929), el Saratoga no fue sin embargo un hotel, como tal, desde el principio de los tiempos, sino un edificio multipropósito que albergaba un almacén de tabaco perteneciente al comerciante peninsular Gregorio Palacios. Este es un dato insuficientemente contextualizado en los reportajes redactados mal y pronto en medio del terrible accidente del viernes pasado, toda vez que suele obviarse que desde esos inicios tuvo también funciones de alojamiento al rentarse 43 habitaciones de su tercer piso, habilitado incluso con un comedor para sus correspondientes comensales.
Más tarde, impulsado por el boom turístico que trajo a Cuba, y particularmente a La Habana la Ley Seca —prohibición de venta de bebidas alcohólicas— en Estados Unidos (1920-1933), el Saratoga devino un hotel con todas las de ley, desplegando desde entonces su propia historia, no exenta de tribulaciones e incidentes. Uno de ellos, apenas conocido, se produjo en diciembre de 1937 con la visita a Cuba del congresista afroamericano Arthur W. Mitchel (1883-1968), andando el tiempo un paladín de los derechos civiles. El historiador Frank A. Guridy resume así el hecho: “La exitosa visita de Mitchell se vio empañada por un encuentro con la discriminación racial cuando el congresista, su esposa Annie Mitchel y sus anfitriones afrocubanos tuvieron dificultades para conseguir una mesa para cenar en el Hotel Saratoga de La Habana”.
Y prosigue: “La noticia del incidente se extendió rápido por toda Cuba generando enérgicas protestas de numerosas organizaciones afrocubanas […] y peticiones dirigidas al presidente de Cuba para que expulsaran al hotel del país por violar la Constitución cubana e insultar a este ‘distinguido líder de la raza de color’”. Esto sugiere una probable gerencia/administración estadounidense, anticipando con ello el tratamiento segregacionista que le dieron a Nat King Cole durante su primer viaje a La Habana, cuando le impidieron alojarse en el Hotel Nacional, por entonces regenteado por una firma controlada por la mafia.
Pero había una dimensión, muy distinta, que le daba tremendo realce y esplendor, relacionada con la música cubana: la famosa Marquesina del Hotel Saratoga. Testimonia el guitarrista cubano Senén Suárez (1922-2013):
La calle Paseo Martí, que el pueblo bautizó como El Paseo del Prado, era la vía por excelencia para la distracción en los años 40, desde Monte y Prado, donde se asentaba la C.M.Q. con su estudio y espacio para el público. Una cuadra más al norte —o sea, Prado y Dragones—se situaba la Marquesina del Saratoga con una tarima cerrada por cristales y mesas alrededor, ahí actuaban los más connotados artistas y músicos cubanos.
Dos cuadras más distantes se encontraban Los Aires Libres, donde existían dos tarimas abiertas, como a 50 metros de distancia, y actuaban regularmente en una, la Orquesta Ensueño, de Guillermina Follo, y en la otra las Anacaonas con suplencia en ocasiones de las Hermanas Álvarez. Frente por frente al Capitolio la Emisora Cadena Roja producía en sus estudios música viva donde, entre otras cosas, se podía escuchar al Trío Hermanos Díaz con el tanguista Armando Bianchi y el Conjunto Bolero del 32 de Luis Felipe.
La Marquesina del Saratoga, escribe la musicógrafa cubana Rosa Marquetti, era “un espacio seguro para numerosas agrupaciones musicales; sus gestores saben del gran atractivo que representa la música sobre todo para los turistas norteamericanos que la frecuentan, al percibir que allí se sentía el pulso y se escuchaba el sonido de una Habana real y amable. Nunca tuvieron reparos en presentar a músicos emergentes, por ello el creciente movimiento de orquestas femeninas tuvo en Los Aires Libres del Prado, una verdadera plataforma de lanzamiento”.
Era como la otra cara de Las Fritas de Marianao, donde cuentapropistas populares ofertaban en sus carritos y kioskos, a precios módicos, toda una cornucopia gastronómica como las clásicas fritas cubanas, papas rellenas, minutas, panes con bisté, frituras, chicharritas, panes con tortilla, tamales y otras maravillas, todo a ritmo de sones, rumbas y guarachas. En los años 50 el musicólogo español Adolfo Salazar bautizó lo que allí sonaba como la “Música de las Fritas”. El lugar se había ido poblando de bares con nombres tan sonoros como programáticos: “El Francés”, “El Inglés”, “El Gallito”, el “Milo Bar”, el “Caña Brava”, “La Bombilla”. Y de cabarets de bajo costo llamados “Mi Bohío”, “El Niche”, “El Flotante”, “El Panchín”, “El Pompilio”, “La Taberna de Pedro”. Una verdadera academia para los músicos populares cubanos.
En 1951 el escritor jamaicano. W. Adolph Roberts, uno de los extranjeros más conocedores de la capital, incluyendo sus zonas sórdidas, no vaciló en considerar al Saratoga como uno de los mejores hoteles del Alto Prado. “El hotel Pasaje y el Saratoga”, escribió en su Havana. The Portait of a City, “caen en la misma categoría del Inglaterra”. Y nos dejó un dato sobremanera interesante: “La clientela de esos hoteles es casi exclusivamente cubana”, por oposición al Sevilla Baltimore y al Nacional (1930), dos de los favoritos de los estadounidenses antes de que se produjera el otro boom de palmeras, alcohol, coristas y casinos, resumido en los hoteles Capri, Habana Hilton y, finalmente, el Riviera.
Luego, con el proceso revolucionario el inmueble fue sufriendo un deterioro progresivo hasta caer en decadencia y clausurarse, no antes de haber servido como vivienda a núcleos familiares populares en una zona caracterizada por sus altos niveles de concentración poblacional y pobreza. Pero una investigación asegura que en 1998 el ave fénix de la reconstrucción le daría un primer aletazo al hotel cuando un empresario británico-libanés y su firma se asociaron con Habaguanex, empoderada desde enero de 1994 por el gobierno cubano para el rescate y dignificación del Centro Histórico de La Habana.
Las labores del Saratoga estuvieron entonces a cargo de la firma constructora Fénix, de la misma Habaguanex, la cual empleó el método conocido como “destripar y conservar”, es decir, preservar la fachada original demoliendo, de hecho, el resto de la estructura y haciendo otros cambios. Un método propio de hoteles grandes, de más de 80 habitaciones, y de infraestructuras en ruinas que requerirían de recursos y gastos considerables para poder adaptarlas a estándares contemporáneos.
Siete años después, en 2005, tuvo lugar, al fin, su inauguración. Convertido en un hotel de cinco estrellas con 96 habitaciones, 3 bares, 2 restaurantes, un centro de negocios, spa, una piscina en su azotea, y con su fachada neoclásica con ventanas francesas, persianas de caoba y balcones de hierro forjado, el Saratoga, ahora operado por una empresa mixta homónima, se fue convirtiendo en uno de los hoteles predilectos de los estadounidenses que visitaban La Habana, sobre todo durante la llamada política people-to-people, desarrollada por la administración Obama y consistente en facilitar la presencia de ciudadanos estadounidenses con licencias culturales en las calles cubanas como embajadores y catalizadores del cambio.
Un punto de inflexión lo constituyó, sin dudas, el viaje de Beyoncé y Jay-Z a La Habana en 2013, llevados por Academic Agreemenet Abroad, institución newyorkina autorizada por el Departamento de Comercio para realizar viajes culturales a Cuba. Instalada en el Saratoga, la pareja de artistas asumió al inicio que pasarían inadvertidos en un país sin Coca Cola ni MacDonald’s, y donde además todo es viejo, desde los almendrones rodando en las calles hasta la música de Buena Vista Social Club y los edificios semiderruidos que pueblan insistentemente el paisaje. Pero, sorpresa, fueron reconocidos desde la primera noche en que salieron del hotel a “La Guarida”, el restaurante privado donde se filmaron escenas memorables del filme Fresa y Chocolate, lo mismo que les pasó en su momento a otras luminarias del jet set como Jack Nicholson, Will Smith, Kevin Spacey, Naomi Campbell, Jodie Foster, Leonardo DiCaprio, Katy Perry, Kanye West, Usher, Kim, Khloe y Kourtney Kardashian…
Lo cierto es que esa estancia, y el inevitable debate político a que dio pie, otorgaron a Cuba lugares estelares de visibilidad social en Estados Unidos al estar incluida durante aquellos días en la programación cotidiana de los medios.
Vista desde hoy, la visita contribuye sin dudas a explicar la ulterior presencia en el Saratoga de congresistas como Nancy Pelosi y Patrick Leahy, e incluso el cumpleaños 58 de la estelarísima Madonna (2016), quien se alojó junto a su hija, la cubanoamericana Lourdes León, en una de las exclusivas suites del hotel en medio de una atmósfera de ensoñación habanera caracterizada por el renganche bilateral, la filmación de la octava parte de Fast & Furious en Centro Habana y La Habana Vieja, el desfile de modas de Karl Lagerfeld y la Casa Chanel en el propio Prado, y el concierto de los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva.
Era como lo había predicho la cantante Bonnie Rait años antes en el Hotel Nacional de Cuba interactuando con músicos locales: Cuba is way too cool…
Otro muy importante visitante es el Rey de Marruecos, su familia y un numeroso séquito