Noticias leídas esta semana me hicieron volver sobre la obra del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado; ninguna de ellas tenía que ver directamente con Cuba, aunque se ha hablado del aniversario de las manifestaciones del 11 de julio y de las declaraciones del Papa Francisco. No se relacionan con este tipo de circunstancias que tocan a uno dondequiera que esté, sino con otro asunto cuyo entendimiento no deja de ser fundamental.
Una de ellas planteaban el problema de la desertificación, mientras la otra venía a mostrarnos imágenes increíbles de galaxias acaso presentidas por los antiguos y ahora mostradas por un telescopio de tal poderoso alcance que nos representa a todo color imágenes de hechos que sucedieron hace millones de años luz. Gracias al Telescopio James Webb y a la Nasa hemos sido testigos de acontecimientos severamente lejanos tanto en distancia como en el tiempo.
Masas de gases que dibujan estructuras misteriosas en la nada, estrellas que titilan, planetas errantes en su agonía circular, explosiones profundas como microrganismos que se graban en la noche cósmica y que ahora vemos perfectamente descritas por la ciencia y por la imaginación. El universo sigue siendo un misterio y nuestra existencia otro enigma para el cual una de sus respuestas debe ser su comprensión. Hemos visto el pasado dicen, pero ¿Quién asegura que seamos el futuro y no el pasado de otras galaxias aun por descubrir?
Mientras eso captaba el James Webb, también los satélites habían generado imágenes como esas que muestran la deforestación campante en la Amazonía. Unos 4000 kilómetros cuadrados (1500 millas cuadradas) de bosque fueron destruidos sólo durante la primera mitad del año. El proceso fue tan acelerado que rebasa cualquier contabilización llevada a cabo en un período de seis meses durante los siete años de uso de la metodología actual.
La extensión, apuntaba el reporte de la agencia estadounidense AP para ejemplificarlo, es cuatro veces el tamaño de la ciudad de Nueva York. Y alrededor de la mitad de la tala ocurrió en tierras públicas, o sea, tierras en manos del Estado según el análisis del Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonía IPAM.
Volviendo a Salgado (Aimorés, Minas Gerais, 1944), que por algo lo mencioné, se trata de un fotógrafo excepcional que debe ese oficio a la concientización de su paso por la tierra. Desde que se propuso ser fotógrafo ha recorrido cientos de naciones para recoger el efecto de la industrialización y el drama de las migraciones humanas, algo hecho con tal elegancia que entendidos en la materia han criticado su modo de concebir el mundo, alegando, como Susan Sontang, una “sospechosa belleza”.
Pero, sea lo que sea, y como sea, ahí están las imágenes del brasileño que a mi en lo personal me parecen de una belleza perturbadora y que, como dijera en una entrevista con EuroNews en 2020, parecen haber nacido de reflexiones como esta de que “el hombre es una animal de la tierra. Un animal como cualquier otro. Estamos en el reino animal”.
Sus trabajos fotográficos realizados en blanco y negro le han convertido en un artista de reconocimiento mundial, al punto de haber merecido distinciones como el Premio Príncipe de Asturias 1998, año en el cual comenzó otra obra tan importante como cualquiera de sus libros de fotografías. Ese año, junto a su mujer Lélia Wanick, Salgado hizo de una hacienda ganadera heredada, el lugar paradigmático, el punto de partida para la reforestación de 608,69 hectáreas, ahora conocida como Reserva Privada del Patrimonio Natural Granja Bulcão.
Además de asumir el desafiante compromiso de sembrar un bosque donde antes no crecía ni la maleza, el hoy conocido como Instituto Terra, según comunica en su propia web, ayuda a reforestar miles de hectáreas en su entorno y promueve la educación ambiental para fomentar el desarrollo sustentable de la región.
“Plantamos dos millones y medios de árboles, incluso un poco más. Nos preparamos para plantar un millón de árboles más. Porque teníamos una tierra cansada, muerta, erosionada y ahora la tierra es rica de nuevo. Es hora de plantar árboles”, dijo el fotógrafo en la ya citada entrevista.
Para lograr sus objetivos, el Instituto Terra desarrolla proyectos que van desde la restauración forestal y protección de manantiales hasta la investigación científica aplicada y la educación ambiental con el apoyo financiero de diferentes socios, tanto del ámbito gubernamental como privado, sin desestimar Fundaciones y donantes particulares de varios países.
Las plantaciones comenzaron en 1999 y hoy gracias a convenios con el Gobierno de Minas Gerais, a través del Fondo para la Recuperación, Protección y Desarrollo Sostenible de las Cuencas Hidrográficas, podrían garantizar una producción anual de 1 millón de plántulas.
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Sólo por esto, Salgado, que estudió y ejerció sus estudios en Economía antes de dedicarse a la fotografía con 29 años, merece un premio de significación nunca menor a la alcanzada por sus imágenes. Eso me dije cuando vi en el documental La sal de la tierra, donde se cuentan detalles y características de su obra, su vida y su lucha.
“Tenemos que volver a la tierra, tenemos que volver al planeta; sé que ya no vamos a vivir en cuevas y bosques, pero al menos tenemos que hacer un retorno espiritual al planeta. La ecología se ha convertido en una ecología de discurso puramente urbana”, decía en 2020.