Para entender a cabalidad el complejo panorama actual, hay que tener en cuenta que proviene de un largo periodo de crisis con algunas intermitentes pero insuficientes recuperaciones. Comienza en la década de los 90, cuando la caída del campo socialista y la desaparición de la URSS, sumadas a la intensificación del bloqueo estadounidense, dieron lugar a la obsolescencia de un modelo económico que, sin entrar por ahora en detalles y matices, fue inspirado esencialmente por las economías de los países socialistas de Europa del Este y establecido durante las primeras décadas de institucionalización de la revolución, sobre todo en las décadas de los 70 y los 80. A esa etapa, por cierto, correspondió el periodo de mayor crecimiento y estabilidad de la economía.
En otros textos he intentado periodizar esta larga etapa de crisis que ya dura más de tres décadas, hasta llegar a este último segmento crítico que comienza en 2020, cuando de nuevo los principales indicadores económicos vuelven a caer notablemente y el nivel de vida de la población se contrae, quizás como en ningún otro periodo anterior, incluido el Periodo Especial de los 90. En este caso, el fenómeno ocurre con una generación diferente y bajo la conducción de un gobierno que, por razones lógicas, no tiene ni podría tener la influencia, la autoridad histórica y el liderazgo del de entonces.
Los factores que inciden sobre la actual situación son los siguientes:
• El mayor reforzamiento del bloqueo de Estados Unidos. Después del importante pero muy breve momento de notable mejoría en las relaciones Cuba-Estados Unidos, durante el final de la administración Obama, el bloqueo llegó a extremos fortísimos bajo la administración Trump. Hasta el momento, no ha sido esencialmente modificado durante los dos primeros años de la administración Biden.
• El impacto de la pandemia global de COVID-19, que ha significado por más de dos años la pérdida casi total de los ingresos procedentes del turismo y el comprometimiento de importantes y muy escasos recursos para enfrentar sus diversas consecuencias internas. Durante este periodo es muy notable el extraordinario logro, quizás el único significativo en este contexto, alcanzado por la comunidad científica cubana al obtener de manera rápida y efectiva más de una vacuna para garantizar la cobertura total de la población contra esa enfermedad.
• El peso de la deuda externa, una y otra vez parcialmente renegociada con los principales acreedores (incluidos China y Rusia, con los que se logró suspender el pago de su servicio hasta 2027), pero que sigue limitando el acceso al crédito, al comercio y a la inversión internacional.
• El deterioro de la situación internacional, impactada por la guerra de Ucrania. En términos económicos, se caracteriza por la volatilidad y la incertidumbre de los mercados, así como por un fuerte proceso inflacionario mundial.
• Por último, pero no menos importante, un factor esencial de carácter interno: la tardía, lenta y no suficientemente integrada reforma económica que debe tener la economía nacional.
Si se tiene en cuenta la combinación de los factores anteriores, se podría afirmar que los retos y presiones han sido enormes. Pero también que la respuesta no ha estado a la altura de las circunstancias, ni ha tenido la certeza y agilidad que demanda. Aunque se debe reconocer la capacidad de resistencia que hasta ahora ha tenido el país ante las dificultades y la agresión, a pesar de momentos de aumento de la tensión social.
Tres crisis a la vez
Tratando de diseccionar la actual situación, podría afirmarse que la economía cubana enfrenta, al menos, tres crisis a la vez y que se refuerzan unas a las otras en el mismo tiempo y espacio:
1. La crisis estructural del modelo económico. Como afirmamos antes, más allá de la discusión de si fue o no la mejor opción, la realidad es que durante años la economía cubana estableció un modelo inspirado en las economías socialistas de Europa Oriental, acompañado por un proceso de integración en el espacio económico que estas conformaron con el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
La desaparición de ese mundo y el cierre del espacio económico que había permitido a Cuba suplir en gran medida el aislamiento impuesto por el bloqueo, hacía evidente desde principios de los años 90 la necesidad de una reforma económica fundamental de la economía. No para abandonar su horizonte socialista, sino para adaptarla a las nuevas y difíciles condiciones internacionales.1 Más allá de cambios puntuales, algunos ciertamente muy importantes, el modelo de organización de la economía no ha sido hasta el momento restructurado con la profundidad necesaria.
Después de casi dos décadas de debates, y sobre todo de acumulación de evidencias, los congresos del partido discutieron y aprobaron documentos abriendo el espacio político para avanzar en la reforma económica, sobre todo “La conceptualización del modelo económico”, los “Lineamientos” y, finalmente, la nueva Constitución de la República, aprobada por el voto mayoritario de la población.
Sin embargo, las medidas de cambio comenzaron a avanzar de manera tardía y sin suficiente integralidad, lo cual ha demorado y aún demora la articulación de la única solución estratégica que, en nuestra opinión, tiene la economía socialista cubana para plantearse superar sus inmensos desafíos y las enormes presiones que se le oponen.
En ese proceso resulta esencial integrar los diferentes actores económicos a partir de sus diversas formas de propiedad y gestión, la reforma profunda de la empresa estatal (líder del sistema), la reforma del subsistema de producción agropecuaria, la modificación de la relación entre planificación y mercado, mover el modelo económico hacia una mayor descentralización, construcción de los mercados —incluidos los mercados de medios de producción y monetario—, con sus correspondientes regulaciones, una política monetaria, cambiara y fiscal activa, económicamente fundamentada y rigurosamente implementada, una política social focalizada y efectiva, una política inversionista que responda a las prioridades nacionales, todo con la secuencia adecuada.
La reforma de la empresa estatal deviene un punto clave, es decir, hacer los cambios de su organización interna para que expresen mejor los intereses de su dueño, que es el pueblo, y de las formas bajo las que se relacionan entre sí y con el resto de los actores económicos a fin de crear las condiciones que permitan elevar su eficiencia. Hoy, en términos generales, esta se encuentra en niveles claramente bajos.
Se precisa una dinámica económica con mayor autonomía en un contexto competitivo y de recias restricciones financieras. El liderazgo de la empresa estatal no debe ni puede ser establecido por decreto; debe ser resultado de su escala, eficiencia y rentabilidad.
La adecuada operación de los mercados, con las regulaciones necesarias, incluido el mercado monetario, es imposible sin una empresa estatal reformada que le permita asistir a estos sin provocar fuertes distorsiones. Los mercados deben integrar a la totalidad de los actores económicos —estatal, cooperativo y privado, más las empresas de inversión extranjera—, bajo el liderazgo de la empresa estatal que, además, debe responder a una planificación más estratégica y financiera, no a la tradicional planificación burocrática que ha afectado a las economías socialistas, la cubana incluida.
2. La crisis macroeconómica. En segundo lugar, la crisis macroeconómica precipitada después de 2020 con la llegada de la pandemia de COVID-19. En dos años la economía se contrajo más de un 13 %, con una muy ligera recuperación del 1,3% durante el último año. Las importaciones se redujeron de manera drástica y abrupta. La escasez generalizada invadió los espacios de la economía nacional con la generación de múltiples dificultades y crecientes malestares entre la población.
En efecto, durante los últimos dos años y medio todos los espacios de comercialización se han caracterizado por una escasez sostenida y por las permanentes colas, más en los que ofertan en moneda nacional, pero también en MLC. Esto último es más difícil de comprender, toda vez que se trata de un segmento que puede autofinanciarse y sostener el flujo de divisas que favorezca a la economía. En este sentido, como varios economistas hemos venido proponiendo desde hace tiempo, recientemente se ha decidido una mayor liberalización de los mercados mayoristas y minoristas, medida aún por implementar.
La expresión más evidente de esta dimensión de la crisis es la fuerte inflación y el caos monetario que permanece y crece en el país, resultado de la contracción de la economía y de las insuficiencias e imprecisiones con las que se ha conducido la política económica durante los últimos dos años y medio, incluida la manera como se concibió e implementó el llamado ordenamiento monetario a partir de enero de 2021.
Las causas de la inflación no están solamente en la política económica y monetaria. Sin dudas hay también factores externos, pero la política económica interna la ha alimentado de manera notable. Por una parte, la multiplicación de los costos empresariales con la devaluación de la moneda nacional desde enero de 2021 y luego, pretendiendo compensar la subida de precios, con una expansión excesiva de la demanda con el incremento de los diversos ingresos y el reparto de “utilidades” sin los respaldos productivos y los cálculos precisos que permitan mantener los equilibrios macroeconómicos y tener bajo control el déficit fiscal, factores indispensables para la estabilidad y el crecimiento de cualquier economía.
La fuerte expansión de la demanda en una economía como la cubana, en la que la base industrial y productiva, la agricultura incluida, está tan afectada y atada aún por limitaciones a todas luces injustificadas (además de la presión del bloqueo), hace que la respuesta a esa expansión monetaria no sea productiva sino inflacionaria. No existe, de manera que se pueda activar rápidamente, lo que las propuestas keynesianas llamaban “factor de multiplicación”, o sea, no hay aparato productivo en condiciones de reaccionar al estímulo generado por un shock de demanda, con lo cual los equilibrios entre oferta y demanda tienden a establecerse mediante el incremento de los precios, lo cual da lugar a una mayor inflación.
De ahí la importancia de la subestimada secuencialidad e integralidad de la reforma. Antes de multiplicar los costos y expandir la demanda, se deben crear las condiciones para recuperar la oferta vía producción con el avance de la reforma económica integral, incluida la consolidación de los diferentes actores económicos, entre ellos el emergente sector privado de pymes y cooperativas, así como la reforma de la empresa estatal.2 También con una parte de las divisas disponibles dedicadas a mantener importaciones fundamentales, sobre todo medicamentos, alimentos y determinados medios de producción, aun cuando implique una reducción de la tasa de inversión en sectores como el turismo.
Desde luego, el establecimiento de un mercado cambiario integrado y el ordenamiento monetario deben constituir un componente muy importante de la reforma, pero no de cualquier forma, con cualquier orden ni en cualquier momento.
Al ordenamiento se suman las medidas recientes para establecer un mercado monetario de compra y venta. Pero vuelven a realizarse de manera parcial, limitada y desintegrada, lo cual ha motivado una nueva espiral de crecimiento del precio de las divisas en el mercado paralelo, con todas sus implicaciones, entre ellas el aumento de la inflación, que afecta principalmente a los sectores de menores ingresos, y que en Cuba corresponde a una amplia franja de la población.
Es de notar que determinados precios oficiales —entre ellos el combustible y otros servicios y productos ofrecidos en la red estatal—, han mantenido su nivel anclado en el cambio de 1 USD por 24 CUP, establecido en enero de 2021. Sin embargo, debido a la nueva tasa paralela oficial de 1 USD por 120 CUP, más la informal (que ya anda por los 160 CUP), resulta que para los tenedores de divisas o MLC (no para la mayor parte de la población, que solo recibe bajos ingresos en moneda nacional) estos productos y servicios tienen, vía tasa de cambio, un precio extremadamente bajo (la gasolina es un caso típico), lo cual ocasiona notables pérdidas al Estado. Es la expresión de la gran distorsión del mercado monetario a que ha dado lugar este proceso.
La política monetaria es un instrumento fundamental de la política económica y también de la política social. No se le puede tratar, simplemente, como un mecanismo de “recuperación” de divisas porque se generan estas negativas distorsiones.3
Por otra parte, continuar buscando y aplicando diversas formas para aliviar la presión de la deuda externa es también un factor de la mayor importancia, incluyendo el cambio de deuda por inversión, la emisión de bonos, etc. Sin garantías de pago no hay posibilidad de obtener los recursos que el país necesita mediante el crédito y la inversión. Se trata de un punto crítico.
Mucho han hablado los economistas del país, con razón, de la necesidad de una política inversionista más balanceada y ajustada a las prioridades nacionales. Aquí se destaca el sector agropecuario, por su papel en garantizar la seguridad alimentaria de la población, ahora notablemente afectada.
Según cálculos realizados por los economistas, serían necesarios entre 2 000 y 2 500 millones de dólares anuales de inversión para sostener una tasa de crecimiento del PIB superior al 5 % anual. El nivel actual está muy distante de esa cifra. Esto supone mayores incentivos y actualizaciones de la política para la inversión extranjera, incluyendo aspectos como el pago directo a los trabajadores contratados por los inversionistas, etc. Pero para volver a nuestro punto esencial, también en este asunto es determinante un modelo económico que funcione de manera integrada y eficiente, incluida la existencia y funcionalidad de estructuras como servicios financieros, seguros, correos, conectividad. ¿Existen? Sí. ¿Funcionan de manera efectiva? No.
3. La crisis sectorial. A las dos dimensiones anteriores se suma la crisis de importantes sectores de la economía, sobre todo el energético y el agropecuario.
El primero está afectado no solo por los precios y las dificultades de acceso al combustible, sino también —y de manera muy importante— por la falta de suficiente previsión en los ciclos de mantenimiento de las principales plantas generadoras del país, así como en los depósitos de combustible, motivo de constantes roturas y accidentes.
Por supuesto, la falta de divisas y el bloqueo limitan los mantenimientos y las reparaciones capitales, pero se trata de un factor con el que la economía debe contar con suficiente tiempo y colocarlo en sus planes estratégicos. En ello no hay solo un problema económico, sino también de seguridad nacional.
Cabe entonces mencionar el insuficiente avance de la instalación de fuentes de energías alternativas que contribuyan a cambiar la matriz energética instalada. Cuba aún dispone de un espacio inmenso y de condiciones para avanzar en este campo.
Por otra parte, la crisis del sector agropecuario, que, a pesar de haber sido beneficiado con un conjunto de medidas liberalizadoras, aún no ha tenido la necesaria transformación estratégica, es decir, se necesita un cambio profundo del subsistema de producción agropecuaria como parte de la reforma general e integral de la economía. No basta con un grupo de medidas, por positivas que sean. Los incentivos, las articulaciones y las formas de gestión en todo el sector agropecuario (desde la producción y la distribución, hasta la comercialización y el consumo) deben ser integralmente transformados.
El país no se puede permitir tener fuertes limitaciones en la oferta de alimentos y a la vez tierras ociosas y otras con niveles de productividad muy por debajo de los que se pudieran obtener, aun teniendo en cuenta las fuertes limitaciones impuestas por el bloqueo.
Aquí se debe mencionar también el deterioro del tradicional sector azucarero. Sus actuales niveles de producción son aún insuficientes hasta para cubrir la demanda nacional.
En resumen, es imperativo que la estrategia y la política económicas respondan a estas tres crisis al mismo tiempo, con la integralidad y la secuencia necesaria, sin que las soluciones a las emergencias desarticulen o traben la solución estratégica. En esto consiste, insistimos, la transformación integral y profunda del modelo de organización de la economía, preservando su carácter de justicia e inclusión social.
Es complejo y difícil, no imposible. Está en juego el futuro del país. El tiempo corre rápido y es una variable crítica.
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Notas
1 Contribuir y debatir sobre ese cambio que apreciábamos como necesario, es lo que motivó nuestro libro de 1995. Véase Julio Carranza, Pedro Monreal y Luis Gutiérrez, Cuba: la reestructuración de la economía, una propuesta para el debate, Ciencias Sociales, La Habana, 1995.
2 Sobre este último punto, publicaremos próximamente un nuevo texto junto con el economista Luis Gutiérrez.
3 En un texto anterior avanzábamos la idea de evaluar la posibilidad de invertir algunos millones de dólares para ampliar y poner bajo control el mercado monetario, claro que no hay suficientes divisas, pero esto no es un asunto menor sino un factor fundamental para contribuir a poner bajo mayor control el mercado cambiario y la inflación, y se trata de una prioridad social fundamental. Podría incluso ser posible la obtención de créditos internacionales con este objetivo. Es un tema tan complejo como esencial. Por eso sería muy conveniente una discusión al respecto con los especialistas correspondientes, calculando y revisando los datos.
Excelente artículo. Gracias por este enfoque fundamentado de la realidad cubana.