Esta semana continúo hablando de esos escritores que fueron bandidos-bandoleros (como dice mi mamá) o de esos delincuentes que terminaron siendo escritores.
Me apropio de esta frase de Rainer Maria Rilke en una de sus misivas a Kappus, recogida en Cartas a un joven poeta —¡Recomendadísimo!— para evadir juzgados a la hora de evaluar una obra de arte —en este caso literario— por las acciones de sus autores:
“(…) También el arte es sólo una manera de vivir y puede uno prepararse para él viviendo en la circunstancia que sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamos más cerca del arte que en los oficios semiartísticos e irreales que, dándonos la ilusión de su proximidad, de hecho niegan su existencia y lo dañan…”.
Bueno, sin más “artistaje”, vamos al lío:
Jean Genet: Querelle de Brest
Jean Genet, poeta, dramaturgo y escritor parisino, en toda su obra arremetió contra la sociedad puritana y las costumbres conservadoras. Fue tan rebelde que hasta decidió que sus restos descansaran en Marruecos, y no en su Francia natal.
Con siete meses de nacido fue entregado a Asistencia Social, criado por una familia adoptiva, y ya a los diez años cometió su primer robo. Hay quien dice que Genet exageraba los detalles de su pasado para crearse una imagen de tipo duro, pero bueno… Pasó su adolescencia en la prisión juvenil, y a los 18 años se alistó en “La Legión Extranjera” con tal de escapar; desertó; volvió a París, y allí sobrevivió a base de robo y prostituyéndose con hombres; entró y salió de la cárcel en varias ocasiones, en total, durante esa etapa pasó 4 años preso, y entre rejas escribió Diario del ladrón.
Para no hacer el cuento muy largo; de tantas condenas que empezaron a caer sobre la cabeza de Jean Genet, que ya tenía varias obras publicadas, a pesar de sus actos delictivos, se avisaba el peso de la cadena perpetua, pues nada más era salir y ya estaba metiéndose en líos otra vez. Fue gracias a Pablo Picasso, Jean-Paul Sartre y Jean Cocteau que evadió la cárcel por el resto de sus días, pues estos artistas que le admiraban lograron su libertad e indulto a través del mismísimo presidente de Francia.
Se convirtió en una gran figura dentro del gremio artístico, activista político y persona controversial. Y aunque dejó de escribir durante algunos años, intentó suicidarse tras la muerte de un amante y sufrió la censura en muchos momentos y países, volvió a escribir y no fue hasta 1986 que murió de cáncer de garganta.
Querelle de Brest
Que como dijera Jean Genet: “va dirigido a invertidos”, fluyó en mi mente durante la lectura con imágenes de Tom of Finland, aunque la edición que leí —en digital— fue más bien ilustrada por Jean Cocteau. Luego conseguí la edición cubana carente de lo que vulgarmente se le dice por ahí: dibujitos.
Esta es una novela que se regodea en la criminalidad, en el deseo por el cuerpo masculino y hace de lo supuestamente amoral un estandarte de belleza, un ideal, una motivación provocativa, pues en Querelle de Brest todo lo que parece no caber en el mundo moralista florece y brilla: “(…) Demasiado amor hastía…”.
Fue publicada a finales de los años 40 del siglo pasado de forma anónima, precisamente para evadir las maldades moralistas —si es que siempre lo digo, la gente entre más puritana es más bizarra.
Por momentos me preguntaba “¿Qué estoy leyendo?” “¿Es esto una especie de híbrido entre Realismo Sucio, surrealismo, una novela onírica, lírica y un guión de película porno con trama para calentar más?”.
Me encantó la crudeza de las descripciones de los pensamientos y lo hipersexuado que es todo. Debo confesar que hace años vi la película que de esta novela hizo Fassbinder, igual de rara y erótica. En Cuba tenemos una especie de película homenaje: Verde Verde (2012), de Enrique Pineda Barnet, ¿se acuerdan?
Dentro de toda esta oda al crimen consumado que es Querelle de Brest como obra, hay que destacar también que Jean Genet comparte sus reflexiones filosóficas sobre la vida: moral, orden, política, negocios…si bien, se dice, la novela contiene ene cantidad de datos biográficos del autor —o quizás se trata de meros adornos inventados con los que Genet cebó su reputación de enfant terrible.
Querelle, el marinero protagonista, llega al puerto de Brest, asesina, roba, utiliza sus encantos para salirse con la suya, y a su alrededor suceden varios hechos que enredan la trama. Siempre su atractivo es lo que hace a los demás volverse como fuera de sí, además de las competencias establecidas con su hermano.
Todos los personajes de la novela son amorales y retorcidos, lo cual vuelve a la historia más cruda e intrincada. La poesía contenida dentro de tanta sordidez es lo que eleva a la obra de Genet: “(…) Esa mirada severa, a veces casi recelosa, incluso justiciera, que el pederasta mantiene fija sobre el joven que acaba de conocer, es una breve pero intensa meditación acerca de su propia soledad…”.
Es una novela morbosa que exalta a un antihéroe, juega con el deseo en sus momentos débiles, cuando se confunde con el amor y deriva en celos. Aquí el crimen es el volante que conduce la trama sobre una especie de parodia de un tiempo en el que la homosexualidad era tan perseguida y castigada como el asesinato.
Es una novela que te deja pensando en la inutilidad del puritanismo y la vileza de la represión artística que, a la postre, solo logra engrandecer lo reprimido.
Jack Henry Abbott y de paso Norman Mailer: En el vientre de la bestia y Los hombres duros no bailan
Trataré de ser lo más breve posible con algo que no lo es; ¿Quién fue Jack Henry Abbot? Jack fue un hombre, convicto por asesinato, que salió de prisión gracias al escritor galardonado con dos premios Pulitzer y el que elevó el periodismo norteamericano, Norman Mailer.
Sucede que Mailer investigaba sobre Gary Gilmore para escribir La canción del verdugo; Jack Henry Abbot le escribió para contarle las condiciones de vida en esas prisiones donde Abbot había coincidido con Gilmore, ejecutado en 1977, y de ahí surgió una correspondencia que devino en el apoyo de Mailer y hasta de Jerzy Kosinsky (de quién ya hablé con El pájaro pintado). Jack fue publicado mediante Mailer, su libro En el vientre de la bestia prologado por su padrino literario fue un éxito de ventas: “De las cartas de Abbott surge un intelectual, un radical, un líder en potencia, un hombre poseído por una visión de unas relaciones humanas mejores que las que una revolución puede forjar”, escribió Norman Mailer.
Para decepción de todos los que habían acogido a Jack Henry Abbot en los círculos de intelectuales a raíz de En el vientre de la bestia, nuestro ex convicto entró en un bar neoyorquino con dos mujeres, de pronto empezó a pelear con el joven camarero y lo asesinó con una navaja, se dió a la fuga y fue encontrado con identidad falsa en Nueva Orleans. Esto sucedió en el verano de 1981.
Unos 20 años antes, el propio Norman Mailer casi mató a la que en aquel entonces era su esposa, Adele Morales —Mailer estuvo casado 6 veces y tuvo 9 hijos entre todos esos matrimonios—. Sucede que Adele sabía que Norman la engañaba con otra mujer, y en plena fiesta y borrachera, retó a su esposo a que hiciera de toro y lo provocó de este modo: “Ajá toro, ajá. Venga, ¿dónde están tus cojones? ¿O es que tu querida te los ha cortado?”. Mailer, borracho como una cuba le asestó una puñalada con una navaja e instó a los demás invitados a dejarla morir. A pesar de esto, Adele Morales no lo acusó, sin embargo, en 1997 decidió vengarse de él al publicar todo lo vivido en su libro La última fiesta.
La novela escrita por Norman Mailer 4 años después de apuñalear a Adele fue Un sueño americano, en ella aparece alguna que otra fantasía con esposa asesinada, lo cual luego se repite en Los hombres duros no bailan, de 1984.
En el vientre de la bestia: cartas desde la prisión de Jack Henry Abbott
Se trata de las cartas que Jack le envío a Norman Mailer al enterarse de que escribía un libro sobre un condenado a muerte, Gary Gilmore, con la excusa de que nadie puede escribir de la cárcel sin haber estado en ella. En sus líneas Abbot habla de cómo se comete un crimen y del remordimiento tras haberlo hecho. Las ideas de Henry Abbot fueron aplaudidas por la crítica y lo compararon con El Marqués de Sade. Una vez de vuelta en prisión, publicó otro libro, Mi regreso. Jack se suicidó tras las rejas a la edad de 58 años. Tenía 37 cuando publicó, por mediación de Mailer, este compendio de cartas.
Los hombres duros no bailan, de Norman Mailer
24 días después de ser abandonado por su esposa, Tim Madden, el protagonista de esta novela, un escritor fracasado y adicto al alcohol, a la nicotina y a las mujeres rubias, despierta con una horrible resaca y cierta amnesia. En su brazo hay un nombre de su pasado tatuado en rojo, en su auto hay sangre, y en su escondite de marihuana hay una cabeza de mujer rubia. La novela se centra en los esfuerzos por reconstruir esa noche en la que Madden no sabe si se convirtió en asesino. Mailer despliega una crítica a la sociedad norteamericana a través de sus personajes que oscilan entre el libertinaje y lo moralista, lo machista y lo homosexual y la lucha entre las virtudes y los defectos.
Hay una película homónima del año 1987 con una preciosísima Isabella Rossellini y dirigida por nadie más y nadie menos que por el propio Norman Mailer.
Por hoy termino de hablar de autores que infringieron la ley y los códigos morales y/o éticos de nuestra especie. Después de tres “Librazos” probablemente sean ustedes, lectores, quienes me manden a mí a prisión por abusador; ya el otro día me dijeron: “niño, ¿tú lo único que haces es leer?”, ante lo cual respondí con una sonrisa que mal imitó —por falta de tamaño de boca— a la del gato de Cheshire. Ya quisiera yo leer más, pero aunque no lo crean, también vivo, cocino, salgo a zancajear comida por ahí —en Cuba el meneo es así— y hasta cojo mis fiestas. Ser un gran lector no va divorciado de la vida plena, de hecho, todo lo contrario. Pero bueno, ya, que vine a hablar de libros y de delincuentes, no de mí. Hasta la próxima.