Al cabo de diez crónicas dedicadas al transporte, hemos aprendido a ser mejores pasajeros. Somos más conscientes de cómo se mueve la gente y de las traquimañas que hacen los choferes para poder mantener sus vehículos.
Si te montas en una gacela, en el asiendo de al lado del chofer no debes sacar el celular, porque él no podrá ver bien el espejo de la derecha. Si te subes a una guagua, da los buenos días al chofer, porque él está manejando y al mismo tiempo pensando de dónde saca el dinero para comprar la pieza que le hace falta a “su guagua” para que puedas seguir montándote en ella. Los inspectores del transporte ayudan, pero no hacen magia.
La crisis es de carros, de combustible y también de conciencia. Cuidemos más lo poco que tenemos y salgamos a la calle con el pie derecho para no maltratarnos tanto. A lo mejor resolvemos primero la cortesía que las piezas de repuesto. Y con eso vamos tirando amablemente, esperanzados, en lo que llegan las guaguas nuevas de algún remoto lugar del mundo.
Cocotaxis
Cuando empezaron los cocotaxis, eran furor. Los niños creían que traían suerte. Yo contaba los que veía en un día. Cuando aquello, eran solo para turistas y la imposibilidad de montarlos les otorgaba el singular encanto de lo inalcanzable. Ahora, si sacas la mano, te pueden parar aunque seas cubano. El precio depende de adonde vayas y de cómo tenga el día el chofer.
La ruta de mis amores
De los viajes en guagua, el que más disfruto es el del P11. Desde El Vedado hasta Micro X, el recorrido va mostrando diferentes rostros de la ciudad. De G al ajetreo de Centro Habana y luego la agitación y el vapor de Habana Vieja es el tramo más pesado. Después de cruzar el túnel, la brisa del mar calma los ánimos y el calor. Ya no hay baches, ni sobresaltos; solo un brinquito cada algunos metros. Cada tramo que le sigue tiene su encanto: el Hospital Naval, la Villa Panamericana, la entrada a Alamar, la Avenida de Los Cocos, La Curva y 5ta Avenida hasta Micro X.
La mejor de las suertes
Llegar con peste a petróleo al trabajo, al médico o a una cita a ciegas es algo común. Cuando la persona que esperas viene con ese olor familiar, sabes que ha corrido, de todas las suertes, la mejor. Porque muchas veces los almendrones te salvan la vida, aunque te acaben con el bolsillo. Los boteros son, creo, los más vilipendiados de todos los transportistas. Son de los primeros afectados cuando se toman medidas y los primeros en aplicárselas a la gente. En esa relación de amor∕odio sale ganando el tiempo que te ahorras si, en vez de esperar la guagua, te vas en taxi. Por eso, cuando nos entra un dinerito, siempre volvemos a “coger máquina”; aunque sea caro, aunque no se sepa si tirar la puerta o darle suave. Y cuando vas a maldecir, piensas en que los boteros también tienen familia que mantener y en las colas del combustible y en que lidiar con personas todo el día es duro y que si ellos pudieran, a lo mejor no te llevarían contra la tabla.
Ciclomotores
Poco a poco La Habana ha ido llenándose de motos, bicicletas, triciclos y otros vehículos eléctricos de pequeño formato, de todos los colores y modelos. Lo que antes era una opción más, se ha convertido, para muchos, en la mejor de las variantes para trasladarse y evitar las colas para echar combustible. Hay hasta agencias de moto-taxi que resultan bastante económicas y pueden sacarte de un apuro si se hizo tarde para el trabajo o te quedas varado en alguna parada fantasma.
Parada fantasma
Hay paradas vacías y paradas de movimiento. Hay paradas vivas y paradas muertas en las que nadie se pone a esperar porque por allí solo pasa la guagua fantasma. Se ven bien pintaditas y limpias, como si fueran de atrezo, como si el transporte no estuviera en la viva llama. Ojalá un día lo de las paradas vacías no sea por lo fantasmagórico, sino por lo buenas que se pondrán las guaguas.
Pupú-chachá
El trencito que recorre el Malecón desde la Avenida del Puerto pasa, como rara avis, entre los carros veloces y el ruido. Un clásico para terminar una salida de domingo en familia, de esas que suelen hacerse en función de los niños. No hemos tenido la suerte de montarnos, pero verlo pasar nos alegra y nos llena de esperanza. Un día recorreremos el Malecón en uno de sus vagones, nos olvidaremos de lo malo que está el transporte y haremos pupú-chachá en el coro de niños felices.
Taxi a pedales
Tener un carro en Cuba es un drama, porque las temperaturas son altas, las calles estás llenas de baches, no hay piezas de repuesto y la gasolina está difícil. Tener un bicitaxi, aunque no requiera gasolina, también lleva mucho esfuerzo y dedicación. Ser bicitaxista lleva una gran dosis de fuerza física y de maña, porque hay que jugarle cabeza a las callejuelas de La Habana Vieja, hay que esquivar los huecos y los tanques de basura de las esquinas y la gente, hay que pedalear duro y aguantar sol y ser amable con el cliente. Aunque siempre habrá quien diga que son unos apretadores, creo que son de los más honrados seres de nuestro transporte.
Eternamente Polski
Además de los carros americanos, a los que llamamos almendrones, hay otros que, para los cubanos, tienen un significado especial. Los Ladas, los Moskvich y los polaquitos. En una misma senda podemos ver los carros más modernos junto a especímenes que hacen pensar a los foráneos que el tiempo no ha pasado o, más bien, que en Cuba se vive en más de un tiempo. Frente a mi edificio hay un mecánico de polaquitos. Dice que mientras haya un Polski rodando, tendrá trabajo por dos razones: se rompen mucho y son eternos.
Dime cómo decoras tu guagua y te diré quién eres
Como la gente, las guaguas tienen sus modas. Hay choferes que pegan afiches y calcomanías. Otros tienen predilección por los tapices de toreros y tigres con flequitos en los costados, aquellos que tenían algunas salas de casas y fueron alguna vez el último grito de la moda. Otros, más sobrios, cuelgan un detalle en el retrovisor. Puede ser un pinito de Black Ice, una muñequita con los pelos sueltos, o un San Lázaro pequeño. En la palanca de velocidades hay quien tiene una bola lustrosa con una mujer en cueros o un fósil de cangrejo. Algunos cuelgan banderitas y otros cuelgan peluches polvorientos que se menean gozosamente ajenos al estrés de los viajeros. Y como solo para algunos pocos “menos es más”, hay quien cuelga todo junto en su guagua, para darle con todo a la coyuntura, con la convicción de que “más es más”.
Al resistero
Una escena típica de nuestro surrealismo tropical son las bodas en descapotables, tradición que no sucumbe a las crisis del transporte. El chofer experto en el espectáculo, suena el claxon con frenesí para que todo el mundo se detenga a mirar a los novios. Hay quien dirá con ilusión: “¡Ay, qué lindoo!” Y quien levantará la ceja mascullando: “¡Qué chealdad!”. Los recién casados, por su parte, seguirán haciendo gala de su amor descapotable al resistero por toda La Habana mientras escuchan Laritza Bacallao a todo volumen:
Vamo’ a gozar la vida en lo que la suerte llega
Por eso dale, mueve, sacude los temores
No quejes tanto y no me llores y para que vengan tiempos mejores
Que suenen, suenen, suenen los tambores…
Me ha encantado este artículo.
El 95 por ciento de los vehículos son un riesgo para la seguridad y en realidad se desechan y los conductores contribuyen en gran medida y, por supuesto, a las carreteras miserables.
Cómo siempre espectacular, gracias por traernos a la realidad con los pies en la tierra. Mucha salud
Qué manera más edulcorada y de cuentos de hadas de hablar del via crucis y desesperación que enfrentamos día a día para ir y venir del trabajo.