El desierto rojo de Wadi Rum está de moda y, junto a la mítica Petra, es uno de los lugares más visitados de Jordania. Los turistas llegan por miles a este paisaje cuasi marciano declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2011. Muchos llegan buscando paz, otros aventuras y los más la clásica foto en su entorno ocre y rocoso.
El Wadi Rum es un valle desértico ubicado a más de 1 600 m sobre el nivel del mar, que ha sido escenario cinematográfico en múltiples ocasiones, de ahí también viene su fama. En él se filmó hace muchos años Lawrence de Arabia, un clásico histórico en que se aprovecharon los escenarios reales en los que operó el oficial del ejército británico T. E. Lawrence —Lawrence de Arabia— durante la rebelión árabe de 1916-1918 contra el dominio otomano.
Además, en el llamado Valle de la Luna se han rodado cintas de ciencia ficción o futurismo que aprovechan los paisajes vastos, rojizos y desolados del lugar para recrear otros mundos lejanos o por venir. En el siglo que vivimos se han filmado aquí Misión a Marte, Planeta Rojo, Transformers: la venganza de los caídos, Star Wars, El ascenso de Skywalker y Dune.
Pero la historia del desierto es pre cinematográfica, viene de mucho más atrás. Wadi Rum ha estado habitado desde hace siglos por diversas culturas, Nabateos incluidos. Muchas han dejado huellas que perduran hasta hoy, en forma de petroglifos que representan figuras humanas y animales, sobre todo camellos, ilustrando así la milenaria relación entre estos nobles cuadrúpedos y los humanos.
Hoy el desierto rojo de Jordania está habitado por tribus beduinas que suelen dedicarse al ecoturismo de aventuras, con más de turismo que de eco y sí, mucho de aventura para quienes pagan por ella. Son ellos, los beduinos (todos hombres, en dos días no vi a una sola mujer) quienes han hecho proliferar por el desierto los campamentos de jaimas, las tradicionales tiendas de tela que los pueblos del desierto han usado desde que llegaron a estas tierras para protegerse del agobiante calor.
Aunque las modernas tiendas tienen poco de rústico: están hechas de ladrillo, tienen agua potable, electricidad y aire acondicionado, pues buscan ofrecer algo de confort al visitante. Otras, de plástico, tienen forma de burbuja. También las hay con piscina privada: todo un lujo acuático en medio del desierto.
Los beduinos modernos no andan en camellos; surcan el paisaje rojizo del desierto en destartaladas y contaminantes 4×4, en las que corren como locos. Han reservado los adorables animales para uso de los turistas, a los que venden muy bien las excursiones vintage. Aunque también ofertan recorridos por el desierto en sus camionetas, lo cual acorta el tiempo del tour y aumenta las posibilidades de infarto del visitante.
La arena roja de Wadi Rum y sus atardeceres enamoran, lo hacen inolvidable. Ojalá los beduinos sepan mantener un sistema de turismo ecológico y sostenible, en el que proliferen camellos bien cuidados en lugar de camionetas, diésel y plástico.