Casi al final de la calle 15, si se va hacia el oeste de la ciudad, en El Vedado, vive Cari. Es un apartamento que contiene obras de arte valiosas de pintores amigos, una familia unida y un perro nervioso que no comulga con extraños. Ahí cuida ella de su mundo, casi sin contaminación con el espacio exterior. Si alguna vez está ante la ventana, no es por observar la vida que en los bajos discurre, sino porque más allá están el mar y la fronda tupida de algunos parques que la desidia que asola a la ciudad aún no ha podido derribar. Cari ha construido un ámbito donde debe reinar el equilibro y, aunque no es de fácil acceso, una vez allí eres acogido con una calidez que arroba.
Después de conocerla y leerla (dos verbos que en este caso sirven para decir lo mismo) asumo que la mejor definición de su universo es una frase de Eliseo Diego, poeta que tiene en un altar: “No podría decirles esta fue mi vida y esto ha sido un sueño”.
Cari escribe lo que sueña y sueña lo que escribe. Su literatura no entiende de géneros. Produce textos en prosa o en renglones cortos en los que lo importante son los destellos de belleza y la singular apropiación de un contexto doméstico que pivotea su palabra hacia ámbitos universales. Es poesía en tanto toda creación artística lo es. Allá los críticos y los académicos con sus vocaciones entomológicas de clasificarlo todo.
Es licenciada en Bibliotecología por la Universidad de La Habana (1990), ciudad donde nació y donde siempre ha vivido, y, antes de su reclusión voluntaria, coordinó exposiciones de arte y colaboró con revistas especializadas como Cuba Contemporánea y Extramuros.
En 2007 un relato suyo fue incluido en el volumen El equilibrio del mundo y otros minicuentos, que recogió las obras más destacadas presentadas ese año en el concurso internacional El Dinosaurio, que auspicia el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. En 2017 publica su ópera prima: El rojo de París, por Extramuros, misma casa editora que próximamente pondrá en circulación su segundo volumen: Una ventana y los espejos.
¿Quién es Cari Faife? ¿De dónde proviene tu apellido?
Soy una mujer soñadora, sensible, apasionada, mística, escurridiza por naturaleza. Desde pequeña me gustaban los rincones, y muchas veces me escondía hasta perderme donde no me encontraran, con lo cual le di varios sustos a mis padres. Amo la paz y la necesito para vivir. Me gusta la naturaleza, sentirme rodeada de ella. Adoro los árboles porque me parecen mundos mágicos llenos de ramas y hojas que esconden misterios, historias y secretos. Siento ternura por los animales, en especial por los perros. He tenido dos recogidos de la calle; ver el desamparo que sufren me angustia, ayudarlos me hace feliz.
Nací en La Habana Vieja, donde viví veintiséis años. Tengo una hija, Daniela, que es lo más grande de mi vida, y me siento muy orgullosa de ella. Estoy casada con Jorge de Mello, padre de mi hija.
Mi primer apellido proviene de Austria, originalmente se escribe Pfeiffer. Con el tiempo se cubanizó hasta convertirse en Faife. Por mi abuelo paterno conocí que somos descendientes de austriacos que se asentaron a finales del siglo XIX en Caibarién, en la parte norte del centro de la isla. Allí prosperaron e hicieron una familia numerosa, incluso en el pueblo hay una calle que se llama Faife. Es una historia interesante en la cual no he indagado mucho.
Tengo dos apellidos pocos comunes en Cuba. El segundo es Tous, y proviene de Mallorca. Este es más cercano en la descendencia. Mi abuelo materno vino a Cuba con su familia por los años 20 del pasado siglo, e igual vivió aquí hasta el final de sus días.
Quizá alguna vez escriba sobre el tema.
¿Cuándo tuviste la primera noción de la poesía?
Verdaderamente, no lo sé. Podría decirte, como casi todos, que siempre me atrajo. Pero, como necesidad vital la sentí en un momento muy difícil de mi vida, cuando lo único que me ayudaba era escribir, sacar lo que quizá no podía expresar de otra manera.
No comencé a escribir en la juventud, como la mayoría de los poetas, lo hice en la etapa de madurez.
¿Cuál sería el hecho poético de mayor trascendencia en tu vida?
Creo que cuando llegó a mis manos un volumen de Eliseo Diego llamado Libro de quizás y de quién sabe. Cuando lo leí, aprendí muchísimas cosas de los pequeños detalles de la escritura y la poesía, especialmente lo que significa trasladar una idea hasta las palabras de manera tal que sea creíble, se entienda, y si aparece sutilmente el matiz poético, mejor.
¿Te has asumido como poeta? ¿Desde cuándo?
No, respeto mucho la poesía para creer que soy capaz de ser poeta. Ante todo, porque cuando comencé a escribir y contar historias, las ideas e imágenes que venían a mi mente no las entendía como propuesta literaria. Las consideraba un exorcismo. Y lo que escribía era una narrativa con matices poéticos sin pretensiones de llegar más allá. En esos momentos no pensaba que me iba a adentrar tanto en un mundo capaz de protegerme y de darle un giro a mi mente y a mi vida de manera tan abarcadora.
En ese tiempo absorbía todo lo que fuera capaz de seducirme en el mundo de las letras. En la medida que iba leyendo, aprendiendo, jugaba con las palabras para transformar mi modo de decir; todavía me fascina hacerlo, es algo incorporado, imprescindible. Así, poco a poco, fui escribiendo en diversos formatos, siempre pequeños, más bien síntesis. La síntesis es algo que caracteriza mi manera de escribir. No me lo propongo, fluye de modo natural y me doy cuenta de que sucede cada vez más. No tengo idea de a dónde me conducirá, solo me dejo llevar por la imaginación, y lo disfruto.
¿Cómo era el ambiente literario de La Habana donde te diste a conocer?
Bueno, aquí es donde llegamos al punto neurálgico de mi vida: el ambiente y darme a conocer. Lo único que puedo decirte es que apenas intercambio con el medio literario y el ambiente cultural que genera. Vivo rodeada de arte, tengo muchísimos amigos en el mundo artístico en sentido general; de hecho, mi esposo es curador de artes visuales, estudió Historia del Arte. Nos conocimos en la Facultad de Artes y Letras, donde yo estudiaba Bibliotecología. Y mi hija, Daniela de Mello, es productora de cine. Es decir, del arte me nutro cada día, pero en mi casa. Hace muchos años es un modo de vida. Me resultaría muy difícil cambiarlo.
Desde joven he tenido cerca a mi amigo entrañable, el escritor y crítico de arte Orlando Hernández; solemos tener largas y amenas charlas donde fluye un intercambio de vivencias e ideas siempre interesantes. Mis primeros pasos en el mundo literario fueron en el Centro Onelio Jorge Cardoso. Presenté un texto en el Concurso Internacional de Minicuentos, que resultó seleccionado para las memorias del certamen de 2007. Luego, mi amiga, la poeta y editora Charo Guerra, tuvo la amabilidad de leer y corregir los textos que había escrito hasta ese momento, y me recomendó publicarlos en Extramuros, una revista cultural preciosa, interesante y necesaria que lamentablemente no se ha seguido imprimiendo. La dirigía Margarita Urquiola, a quien agradezco el haberme abierto las puertas de la editorial del mismo nombre. A partir de entonces comencé a publicar con alguna asiduidad en esa revista, y años más tarde publiqué mi primer libro: El rojo de París.
Por esos años, colaboraba también frecuentemente en otra revista sociocultural que se llamó Cuba Contemporánea.
Una que otra vez asistía, en el Centro Dulce María Loynaz, a lecturas de poesía y a conferencias que daba el escritor y poeta Juan Nicolás Padrón, otra persona importante para mí por su ayuda, conocimientos, y consejos. A él y a su esposa, la editora Silvana Garriga, siempre les estaré agradecida por el apoyo y por las enseñanzas que me transmitieron.
Tu primer libro, El rojo de París (2017), ¿de dónde sale el título? ¿De qué trata?
El rojo de París es un cuaderno de prosa poética, compuesto por pequeños textos salidos de la soledad que casi siempre caracteriza la escritura, y la necesidad de expresarlos mediante un tono intimista y reflexivo, en el que hablo sobre mi existencia y el entorno cotidiano.
Está estructurado de manera autobiográfica —sin proponerme realizar una autobiografía— porque lo escribí a partir de mis propias historias, motivaciones, eventos de la vida cotidiana y desde un universo personal que me cobija para refugiarme del mundo.
El título pertenece a un texto homónimo que aparece en el libro. Quise llamarlo así porque fue uno de los primeros que escribí, y porque tanto el texto como el título salieron de mis visiones de París, esa ciudad maravillosa que tuve la oportunidad de visitar en 2001.
A finales de los años 90 trabajaba con Jorge, mi esposo, en la organización y coordinación de exposiciones de artes visuales. En realidad, me ocupaba de organizar la información en sentido general. Precisamente por ese trabajo en conjunto, pudimos llevar varias exposiciones a diferentes lugares de Europa, y de esos viajes salieron y siguen saliendo muchas de las cosas que escribo.
Cuando llegué a París, lo primero que me llamó la atención fue el color rojo que veía por todas partes: en las decoraciones de las casas, paredes, pisos, en varias estaciones del Metro; por ejemplo, podía encontrar paneles de publicidad de un color rojo intenso, rotundo.
Me fascinó ver aquello, de manera que trataba de encontrarlo en cualquier lugar. Con el tiempo he pensado que pudo ser más mi imaginación que la realidad, pero igual, todavía lo recuerdo y lo veo de ese modo.
¿Cuáles son los poetas internacionales que han dejado marca en ti, aunque ésta no sea visible?
Tengo por costumbre tomar notas de lo que leo, sea en soporte físico o digital. En un cuaderno, o lo que tenga a mano en ese momento, anoto algo que me guste: una frase, un poema, una palabra… Me doy cuenta de que “lo sedimento”, y de manera imprevista un día viene una idea, quizá por algo que vi o sentí. Luego, comprendo que esa idea surgió de lo que había procesado y salió como un resorte a unirse a mis visiones. Entonces, puedo reconocer una huella fugaz de Miguel Hernández, poeta que me gusta muchísimo por ese modo propio de decir lo más sencillo con una profundidad estremecedora.
Así sucede con los poetas y escritores que he disfrutado y disfruto, sin reparar de qué manera exactamente pueden influir en mí. Puedo decirte que me gusta leer lo que me conmueve o me hace sentir algo. Si un libro, del autor que sea, el más importante y trascendental, no llega a estremecerme, lo dejo. Por otra parte, puedo encontrar de pronto un chispazo en alguno y ahí me quedo por tiempo, y cuando te digo esto es porque paso etapas disfrutando a un solo autor, bebiendo todo lo que encuentre de él o ella.
Hubo una etapa en la que pasé meses leyendo a Eduardo Galeano, no quería saber de nadie más. Desmenuzaba sus libros y anotaba cada palabra maravillosa que escribiera o dijera. Pude verlo la última vez cuando vino a La Habana a promover su libro Espejos; en esa ocasión también leyó textos de Los hijos de los días, precioso libro, creado a partir de una imaginación increíble. Asistí a la lectura con Charo Guerra, y no podíamos mirarnos sin llorar. Guardo con ternura ese recuerdo.
A Eliseo Diego (que es como Dios para mí) no lo conocí personalmente, pero le tengo reservado un pedacito que me acompaña y me enseña algo nuevo cada vez que lo leo.
Disfruto a Tagore, Fina García Marruz, Dulce María Loynaz… En estos momentos, leo todo lo que encuentro de la Pizarnik, creo que estoy entrando en la fase “Alejandra”.
Sigo a amigos poetas y escritores que están publicando maravillas en el mundo digital: Nara Mansur, María Elena Blanco, Whigman Montoya. A Aleisa Ribalta Guzmán, que escribió un poema que me hubiera encantado escribir: “Aviso para navegantes”. Hace poco la vi leyéndolo en Facebook y creo que hasta se lo dije. En fin, podría hacerte muchísimas anécdotas de este tipo, pero el espacio no alcanza.
Próximamente debe aparecer tu poemario Una ventana y los espejos. Me han comentado que sales de casa en contadas ocasiones. ¿El título tiene que ver con tu enclaustramiento voluntario?
Así es. Hace años que apenas salgo de la casa. No lo veo como un enclaustramiento, pues es algo que disfruto. Es un proceso que comenzó poco a poco.
Hubo un momento donde mi vida personal se tornó difícil por diferentes razones, y comprendí que necesitaba estar tranquila, pasar tiempo a solas conmigo misma. Aprendí a disfrutar la soledad, y escribir se convirtió en una necesidad vital.
Me gustan las ventanas. Disfruto pasar tiempo asomada a ellas, crear historias, admirar la naturaleza, y que mi imaginación se sienta libre de establecer vínculos. Los espejos son aliados para reconocerme. Supongo que por eso me gustó nombrar así a mi segundo libro, además de que la frase también me gusta.
¿Qué diferencias sustanciales encontrarán los lectores entre El rojo… y Una ventana…? ¿Hacia dónde ha evolucionado tu poesía?
El rojo de París es un libro, como dije, autobiográfico sin ser una autobiografía. Empieza desde que nací bajo la luna de febrero del año 1962 y va pasando por cada una de las etapas que he vivido, en orden cronológico, quizá imperceptible al lector pero real de mi existencia. Es mi primer libro, parido por la necesidad de exorcizar temores, indecisiones y todo cuanto sucedía a mi alrededor.
Una ventana y los espejos (en proceso de impresión) es más elaborado, de un espectro más amplio, abarcador de formas y contenidos desde la libertad que concedí a la manera de escribir con lo aprendido en el camino. El libro está estructurado en cuatro secciones que dan un referente sobre la esencia de los textos que pertenecen a cada una de ellas.
La portada y portadillas interiores están ilustradas con obras de la artista visual Lisandra Isabel García, a quien agradezco por su gentileza y el entusiasmo con que acogió la idea desde el primer momento. Lisandra tuvo la osadía de andar conmigo este camino que todavía no tenemos idea a dónde nos llevará, pero lo hicimos.
Escribo cada vez de manera más sintética, con imágenes recreadas desde una perspectiva abarcadora de visiones a veces recurrentes, con las que juego libre de ataduras y donde los sueños se mezclan con la imaginación para crear un universo diverso que disfruto a plenitud.
Antes de terminar, quisiera agradecer a mis amigos por el cariño y la paciencia. No los nombro para no correr el riesgo de que se me olvide alguno; cada uno de ellos sabe el lugar que ocupan en mi vida.
Por último, y para no perder la costumbre, me gustaría citar una frase Sylvia Plath que leí hace poco, con la que me identifico plenamente: “Debería haber, pensé, un ritual para nacer dos veces: remendada, reparada y con el visto bueno para volver a la carretera”. Quién sabe, quizá sea porque ando de vuelta a la semilla, o soy la premonición que tuvo aquella niña a la que le encantaban los rincones donde no pudieran encontrarla.
Cinco textos de Cari Faife
EL ROJO DE PARÍS
La-Ciudad-de-los-Balcones-Desiertos
Alejo Carpentier
Ir a París es darse un golpe con el rojo en pleno rostro porque no lo esperas, no lo ves. Pero está ahí, rompe la mirada para que todo se ilumine, y no te sientas solo, perdido, mirando balcones vacíos y gente que corre de un lado a otro, muchas veces sin saber adónde, inventando pretextos para no tropezar, o quedar a solas con sus miedos.
El rojo está en las casas, en los pisos, techos, paredes, todo huele a él. Mágico. Rotundo. El rojo atrapa y te lleva adonde quiere. No sabes qué hacer ni para dónde ir y, aun así, siempre tienes la certeza de estar en el lugar perfecto.
Conoces cada cosa sin tocarla, cada rincón sin verlo. ¿Cuándo estuviste? No lo sabes, nunca vas a saberlo, porque el tiempo en París no existe. La noche es luz y el día se ilumina con la luna para que te pierdas, te encuentres, y te vayas.
Los balcones están vacíos; la vida está detrás de ellos, en la gente que tiene un miedo enorme de abrir la ventana y perderlo todo. Saben que ese rojo que los inunda y los lleva de la mano hacia lo inmenso, puede perderse en una de las intensas calles de París que se lo bebe, y lo desborda, en ese juego interminable donde el que llega y no lo sabe es atrapado.
No te asomes a un balcón de París, déjalo solo. Puede ser que tus ojos vean grises, y te quedes sin el rojo, el único rojo que jurarás haber visto en tu vida.
PRESENCIA
A Eliseo Diego, poeta mayor
Se estremecen las botellas azules y verdes
Las páginas de los libros inertes
El cristal de la vitrina
Una maceta de barro
desprende hilos de humo
e inunda el suelo de sombras
grises verdes pardas
Un viejo sillón se mueve bajo el imperceptible
toque del aliento interrumpido
PRESAGIO
Camino descalza sobre la hierba húmeda del campo.
Reposo sobre colchones de floresta, en pétalos multicolores esparcidos sobre mi cabeza en la hojarasca.
Atravieso puentes colmados de mariposas. El aire es libre de ataduras y temores.
Huele a helechos. Conducen a un lugar entre los árboles al borde de un riachuelo que susurra una suave melodía de agua fresca.
Camino despacio sobre la fina hierba hacia la blanca y tenue cobija de mis sueños.
Vivo rodeada de bosque y trigo. Por las puertas abiertas el aire regala días cándidos.
Habito en el tiempo que danzan mis deseos. Las horas por detrás de los relojes demuestran su inutilidad.
Duermo iluminada por la tenue luz de las estrellas y reflejos de una luna que insiste en acariciar mis párpados.
TIEMPO CONTADO
Vamos, es hora.
Se expande la burbuja tibia.
Desliza tu desnudez carente de rubores.
Abandona la cobija.
No hay espacio en la quietud para tu ombligo.
Vamos, es hora.
Y a llorar.
A esta vida se llega llorando.
DANIELA
Mi hija
Trajo el Sol como premisa. Llegó cuando quiso. Rotunda, vertical y plena. Un día deseado pero no el que debía, y así ha sido siempre: una ventana que se abre intempestiva, una puerta
que se cierra.
Es hermosa Daniela. Todo lo llena porque va despacio. Sus vacíos son abismos donde no puedes asomarte
porque el amor los envuelve para protegerle el alma.
En sus ojos de miel y café te pierdes y no encuentras el regreso. Mirarla de frente es un atrevimiento, para quién
no sepa que sus manos pueden envolver al mundo de estrellas infinitas.
Va con el amor colgado de un arete, pegado a su sonrisa, o suelto por el pelo. Lo ve por la ventana y lo detiene porque Daniela llegó cuando quiso, y cuando quiere, cambia su destino.
Intercambia deseos con la luna, o convierte una estrella en mariposa para no sentirse sola. El Sol que la acompaña anda tranquilo de su mano. Ella siempre sabe.