Imaginemos esta escena: un grupo de cubanos intenta organizar un recorrido para un amigo común que los visita por primera vez en la isla. El visitante escucha las propuestas: vamos a la playa, después un paseo por la ciudad, en la noche unos traguitos en tal bar, etc. De pronto, alguien en el grupo, pareciendo hacer una valoración general del plan expuesto, lanza un: “Silvió Rodríguez”. ¿Creen posible que el visitante entienda de qué va la mención al trovador cubano? ¿Podría asociarla con una forma de estar de acuerdo con el plan? Difícilmente.
La expresión “Silvió Rodríguez” es extensión creativa, por paranomasia, de una de nuestras peculiares formas de aprobación: sirvió. Es este un campo muy peculiar del español que hablamos hoy en la isla, en el que suele evitarse el uso de expresiones más formales, como un simple “sí”, “de acuerdo” o “hecho”.
Sin duda, expresar acuerdo con algo o aprobación de una acción depende mucho del tipo de situación cotidiana en la que nos encontremos, de ahí que el procedimiento retórico tienda a acomodarse a esas necesidades específicas. Por no mencionar que muchas de estas variantes tienen una naturaleza multifuncional, en tanto ponen en juego un cierto registro sociocultural, estrategias de reconocimiento, formas de “comprensibilidad”, etc. El caso del “Silvió Rodríguez” lo ilustra suficientemente.
Como suele suceder con casi todos los fenómenos de la lengua, podemos encontrar gran multiplicidad de formas que satisfacen el mismo propósito de expresar aprobación, ajustándolo a condiciones sociohistóricas, estratos culturales, registros de comunicación o situaciones específicas de la conversación, según nos encontremos en situaciones de mayor o menor formalidad.
Por ejemplo, tenemos variantes no precisamente formales pero bastante coloquiales y aceptadas en diversas situaciones comunicacionales, como “bárbaro” o “chévere”. En una reunión, por formal que sea, en la que se propone una solución a un problema determinado, no sonaría mal el “bárbaro” como criterio de aprobación. “Chévere” nos acerca a una variante muy usada en otros registros del español en América Latina; en Cuba es una expresión cada vez menos frecuente.
Sí es muy popular y está ampliamente extendida en el uso la variante apocopada de “está bien”: “’ta bien”. Es curioso cómo entre nosotros la expresión no solo ha perdido letras, sino que se ha alejado considerablemente de su función modal inicial. Cuando decimos “’ta bien”, no valoramos la cualidad de algo, concreto o abstracto. Para esa función recurrimos a la expresión completa: “está bien ser honesto”, “este ejercicio está bien”, etc. De manera que al usar el “’ta bien” solamente queremos indicar aprobación:
—¿Quieres ir al cine esta noche?
—’Ta bien.
No obstante, ha desarrollado entre nosotros una suerte de aprobación oximorónica. Es decir, literalmente expresa aprobación, pero semánticamente puede negarla:
—¿Me das un pedazo de tu chocolate?
—Sí, ¡’ta bien!
En este caso, solo la eufonía de la frase o determinados señalizadores extralingüísticos, como la gestualidad o la expresión facial, nos permiten distinguir que, aun cuando el hablante dice que sí, nos está diciendo que no (con equivalencias en expresiones como “créete eso”, “iluso tú”, “sigue durmiendo de ese lado”, etc.)
En otro tipo de registro tendríamos expresiones como: “me cuadra”:
—Te cambio la bicicleta por mi tablet.
—Me cuadra.
O “me sirve”:
—Te doy la mitad del dinero ahora y la otra a fin de mes.
—Me sirve.
También “voy en esa”:
—Vamos a hacer una ponina para regalarle algo a la profe.
—Voy en esa.
Y, aunque menos usada, “me apunto”:
—¿Hacemos un amigo secreto para fin de año?
—Me apunto.
Desde otros idiomas hemos recibido aportes. Tal es el caso del muy extendido “OK”, presente en más de 600 lenguas, y que puede tener muchos matices según el tipo de conversación en el que se involucre. Incluso entre las nuevas generaciones el “OK” ha desarrollado subvariantes como el “okis” o el “oki doki”, que suelen expresar cierto nivel de familiaridad entre los hablantes. El americanismo más extendido del mundo tiene una interesante historia que ilustra perfectamente los caminos azarosos de la evolución lingüística.
Muchos atribuyen su origen a la expresión “0 Killed” (cero bajas) durante la Guerra Civil estadounidense, pero esa historia es solo mito. Según se ha comprobado a través de fuentes históricas, en el siglo XIX jóvenes intelectuales de Boston usaban algunas frases abreviadas para comunicarse. Es el caso de “KC” para “knuff ced”, “KY” para “know yuse” u “OW” para “oll wright”. Todas se basaban en una grafía que imitaba la fonética de las palabras en cuestión, y no su correcta escritura. “OK”, usada para la frase “oll korrect” (todo correcto) se usa todavía.
Martin Van Buren, presidente estadounidense, usó la popular abreviatura como eslogan de su campaña de reelección en 1840. Como lo apodaban “Old Kinderhook”, en referencia al lugar en el que nació, la abreviatura, ampliamente usada entonces, le vino de maravillas.
Regresando a las variantes isleñas de la aprobación y descendiendo en el registro sociocultural hasta variantes muy informales, tendríamos expresiones como “métele”, o “avanza”. En el caso de “métele” podemos encontrarla como expresión unitaria:
—Voy a pasar al baño.
—Métele.
Aunque es posible escuchar variantes que aprueban e indican inicio de una acción:
—¿Subo ya las cajas?
—Métele caña.
En el caso de “avanza” no hay que detenerse demasiado en la noción de inicio, de comienzo, de movilidad que invita a continuar con un plan, acometer un propósito:
—Me gusta mucho esa muchacha. Voy a decirle algo.
—Avanza.
Quizá influenciados por el influjo turístico, hemos incorporado una variante italiana de esta expresión: avanti.
Por supuesto, no podían faltar expresiones asociadas a nuestra palabra más famosa: “pinga”. Así, tenemos formas de aprobación muy populares como “empinga’o” o su derivación directa americanizada “empingueichon”, sumamente popular entre los jóvenes. “Empinga’o”, como categoría cualitativa, tiene un valor positivo absoluto, de ahí que se acomode perfectamente al propósito comunicativo de la aprobación.
En último lugar tendríamos la que me parece la variante más mitológica de todas, la culturalmente más densa. Todos conocemos la antigua leyenda del rey Midas, a quien su ambición por conquistar riquezas materiales le llevó a tomar una terrible decisión: tornar aquello que tocara su mano en oro. Midas, como sabemos, termina transformando su vida en un entorno áureo, incluida su propia hija, y muere de tristeza. Todo a su alrededor es lindo, hermoso, valioso porque ha sido tocado. Ese sentido del “tocar” mitológico se preserva de alguna forma en un juego infantil, en la valoración de lo bueno y lo deseable, pero también en una variante muy nuestra de la aprobación: “toca’o”.