Manuel se asoma a la calle y otea la distancia. Espera unos segundos con la mirada inamovible antes de retornar al portal y secarse el sudor que le baña el rostro. Luego repite la operación, mientras algunos carros y motos pasan frente a él.
No logra distinguir ninguna guagua, tampoco un rutero, así que se pone otra vez en movimiento por los portales para esquivar el sol que quema la ciudad desde temprano. Esa, me dice en una parada en la calle Reina, es su rutina en las mañanas, un recorrido diario entre la Habana Vieja, donde vive, y el Vedado, donde trabaja.
“A veces tengo suerte y engancho una guagua, aunque sea hasta el Calixto [el hospital Calixto García] o hasta Emergencias [hospital Freyre de Andrade], y luego sigo a pie. Pero la mayoría de las veces hago todo el tramo caminando”, confirma.
“He pensado arreglar la bicicleta, que bastante pedal di yo en los 90, pero ya no soy ningún muchacho y con el sol que hace, no me embullo. Al menos a pie puedo pegarme a la sombra o coger una guagua, si ocurre el milagro de que pase una”, añade.
“De las gacelas y los ruteros mejor no le cuento, porque empatarse con uno a mitad de camino es muy difícil, y no tengo mucha paciencia. Y las máquinas, bueno, las máquinas son otra película”, me dice antes de despedirse y acelerar el paso rumbo a la avenida Carlos III.
Un derrotero parecido, pero en sentido opuesto, sigue Yamila cada mañana. Cuando su esposo puede llevarla en moto hasta cerca de la tienda en la calle Obispo en la que trabaja, no tiene problema. Pero cuando debe moverse por sus medios, como el día que la encuentro recién llegada al Parque de la Fraternidad, es diferente.
“Tengo que salir a cazar yo misma el transporte, y en estos tiempos ya casi nadie da botella”, asegura.
“Con las guaguas, ni pensarlo, es una locura por la cantidad de gente; aunque a veces no me queda más remedio”, dice resignada. “Sobre todo, en estos últimos meses que las máquinas se pusieron tan complicadas con la falta de combustible y el tope de precios que les pusieron. Cada vez que [las autoridades] hacen eso enredan más las cosas y, total, los precios siguen igual”.
Topes y polémicas
Muchos habaneros piensan como Yamila. Otros, sin embargo, apoyan el tope de precios y critican a quienes “siguen cediendo“ ante los choferes y pagando más de lo establecido. Tampoco faltan los que atribuyen la mayor responsabilidad al Gobierno y opinan que este debe hacer más para que se cumpla lo normado.
Así puede comprobarse por estos días en las calles de La Habana y en las controversias al respecto en las redes sociales. Incluso, así lo reflejó días atrás un reportaje publicado por Juventud Rebelde.
El tema es, sin duda, polémico y peliagudo. Al informar la medida, las autoridades explicaron que “la propuesta fue concertada con la mayoría de los titulares que poseen licencia de operación del transporte” y que esta buscaba establecer un equilibrio de precios entre ellos y los clientes “de forma tal que fuese factible para ambas partes”.
Además, afirmaron que para el establecimiento de los precios topados —los cuales se aplican a los transportistas privados entre las 5:00 a.m. y las 9:00 p.m.— se consideró “una ficha de costo con todos los elementos indispensables por concepto de gasto”.
Sin embargo, tras la implementación —por demás, en medio de un inestable suministro de combustible— buena parte de los choferes se opusieron al tope y pararon sus vehículos para mostrar descontento. Aunque la disposición no fue revertida y poco a poco los autos particulares han vuelto a la calle, en la práctica los precios de muchos de ellos siguen como antes, aun con la sombra de los inspectores.
“Y van a seguir subiendo”, considera Camila, que espera por un auto para moverse hasta Playa. “Es lo lógico. El Gobierno puede topar todo lo que quiera; pero si todo en la calle va para arriba —la comida, el dólar, todo—, las máquinas también van a subir. Y nosotros tendremos que pagar lo que pidan o dejar de cogerlas. No hay de otra”.
Por su parte, Roberto, como chofer, dice entender la razón de la medida; pero pide a autoridades y ciudadanos que “también nos entienda a nosotros”. “Como están las cosas, esos precios que puso el Gobierno no nos dan la cuenta”, asegura.
“Está el tema del combustible, las piezas, los arreglos al carro, los gastos de uno, de su casa, que no son pocos, porque yo también vivo en Cuba y tengo que pagar por las demás cosas lo mismo que todo el mundo. Y, por arriba, tengo que darle su parte al dueño del carro, porque no es mío”, se explica el hombre, que a bordo de un antiguo “almendrón” cubre habitualmente la ruta Playa – Vedado.
¿Ausencia quiere decir olvido?
La controversia en torno al transporte privado y sus precios en La Habana no sería quizá tan acentuada y recurrente si la situación del transporte estatal no fuera la que es.
Según las autoridades del sector, cada día en la capital cubana se cubre una demanda de unos 600 mil pasajeros por todos los medios de transporte. De ellos, los operadores estatales mueven a más de 536 mil personas, mientras que alrededor de 64 mil se trasladan mediante otras formas de gestión.
Visto así, el peso de los autos particulares no parece tan determinante. Sin embargo, en la ecuación hay que considerar la demanda insatisfecha; es decir, la cifra de personas que, como Manuel, no llegan a “enganchar” una guagua ni otro medio para sus actividades diarias; una realidad que sería diferente si existiera mayor oferta.
Pero la oferta, al menos la estatal, lejos de aumentar se mantiene en picada en los últimos años.
Recién se informó que a inicios de julio en La Habana operaban apenas 294 ómnibus de los 442 que circulaban en abril de 2022. La cifra de entonces, a su vez, ya representaba una importante caída respecto a los 780 ómnibus en funcionamiento antes de la pandemia.
En total, de los 894 ómnibus con que cuenta la Empresa Provincial de Transporte de La Habana, hace pocos días solo el 34 % brindaba servicios, de acuerdo con autoridades de la ciudad. La situación refleja lo que sucede en el resto de las provincias, donde la disponibilidad técnica también se ha mantenido “por debajo del 50 %” en los últimos tiempos.
Además, “las bases principales de transporte de todo el país han estado trabajando prácticamente sin piezas de repuesto los últimos tres años”, según reconoció el ministro de transporte, Eduardo Rodríguez, quien dijo que la “disminución de las capacidades de transportación” se debe a “factores objetivos y subjetivos”.
Entre estos, Rodríguez mencionó la “insuficiente disponibilidad de recursos financieros”, como consecuencia de “los efectos del bloqueo, la COVID-19 y la crisis económica mundial”. Además, “problemas organizativos”, de regulación y organización de los servicios, entre otros; algunos de ellos relacionados con el sector privado.
Con semejante escenario, cubrir la demanda real existente en la capital cubana resulta imposible. Y más en el verano, cuando muchas personas salen de vacaciones y se desplazan hacia las playas y otros lugares, al tiempo que la ciudad recibe a visitantes de toda la isla.
Con tren, pero sin lanchita
Ante el déficit de vehículos, las autoridades habaneras detallaron días atrás medidas para enfrentar el movido y caluroso período estival. Entre estas, refirieron la recuperación “en la primera quincena de julio” de seis de los 560 ómnibus de la Empresa Provincial de Transporte que se encontraban paralizados.
Se anunció la incorporación de unos 80 ómnibus escolares a “las rutas de mayor demanda”, mientras otros reforzarán el servicio hacia las Playas del Este. Y, para este destino, sin duda uno de los más demandados, se habilitó un tren de tres coches con capacidad de 70 asientos cada uno.
Reinicia sus viajes tren de La Habana hacia playas de Guanabo
Sin embargo, la emblemática y útil lanchita de Regla, que habitualmente une ambos extremos de la bahía de La Habana estará “de baja” al menos todo julio. Las pintorescas embarcaciones que cubren la ruta están siendo reparadas, y las autoridades esperan su retorno “parcial” para agosto.
Hasta entonces serán habilitados itinerarios de guaguas para suplir la icónica lanchita, que no solo viaja a Regla sino además a Casablanca. No obstante, vecinos de la zona, como María Caridad, aseguran que “no es lo mismo”.
“Está bien que pongan más guaguas; pero la lanchita es insustituible. Cuando no está trabajando, es como si nos faltara una parte del cuerpo a los que vivimos del otro lado”, opina esta “reglana de pura cepa”. Además, dice, “en la lanchita el viaje es más directo y más bonito, más fresco, y más en el verano, con tanto calor”.
Algo similar opina Rogelio, quien acota que, una vez en la Habana Vieja, no pocos reglanos como él deben seguir camino hacia otras partes de la ciudad y, para ello, deben “luchar” con otros ómnibus o “con lo que sea”. “Al menos en la lanchita uno llega más rápido al lado de acá y se ahorra un viaje largo y pesado en guagua”, razona.
“Ya para seguir camino veré cómo me las arreglo, pero de Regla a La Habana no puedo llegar nadando”, dice el hombre antes de enrumbar hacia una concurrida parada.
A punto de despedirnos, un bicitaxi pasa despacio frente a nosotros. El conductor pedalea con calculada lentitud, mientras nos lanza una mirada de provocación. “Taxi pa’ donde sea”, dice justo a nuestro lado, pero Rogelio no me da tiempo a responderle. Le hace una seña al conductor con la mano para que siga y el bicitaxi nos adelanta en busca de otros posibles clientes.
“A lo mejor si fuera cerca… Pero ningún bicitaxi me va a llevar hasta Buenavista, y si lo hiciera, seguro me da tremenda partía de brazo. Pa’ eso cojo un carro”, se explica. “Así que mejor me voy con calma para la parada del P5, que ya pasará alguno, y si no, ya inventaré. La vida está demasiado difícil para estar cogiendo tanta lucha…”.
Los gobiernos locales no gobiernan, ni tienen equipo para ello. No hacen nada ante tanto carro estatal comprado para organismos y ministerios y el pueblo no tiene guagua