En el año 2018, recuerdo, algunos acusaron a Leinier Domínguez (Güines, 1983) de mercenario, de sentirse atado por cuatro monedas, de convertirse en mercancía. Visto eso en una línea, nadie podría imaginar que el único “pecado” del mejor ajedrecista antillano desde José Raúl Capablanca fue emigrar de Cuba a Estados Unidos, que en ocasiones es como dar un salto al vacío ante la opinión pública.
A Leinier, por ejemplo, su movida en el tablero de la vida le costó que muchos pasaran de reconocerlo como el “Ídolo de Güines” a llamarlo “El traicionero de las 64 casillas”, un calificativo penoso que no habla muy bien de la capacidad humana para asimilar y aceptar los cambios y las decisiones en las vidas personales de figuras públicas. Pero, fiel a su personalidad imperturbable, el Gran Maestro obró con calma y serenidad, porque la emigración no podía ser una pesada cruz sobre su espalda.
Sin violar ningún paso, Leinier trazó una hoja de ruta sin manchas. En septiembre de 2016, compitió por última vez bajo la bandera cubana en un torneo de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). Fue en la Olimpiada de Bakú, Azerbaiyán, donde ganó la medalla de plata en el primer tablero. Después de esa experiencia, solicitó un período de inactividad a las autoridades del deporte en la isla para resolver problemas personales y estuvo 2 años sin aparecer en eventos de la FIDE.
A inicios de 2018, cuando fue llamado por la Federación Cubana para concursar en el tradicional Memorial Capablanca, dijo que sus problemas persistían, por lo que le dieron baja temporal del equipo antillano que participaría en la Olimpiada de la ciudad georgiana de Batumi. Aquello se interpretó como el principio del fin de los lazos entre Cuba y su mejor ajedrecista de los últimos 80 años y, en efecto, ocho meses después se oficializó su cambio de federación.
En diciembre, el sitio de la FIDE actualizó la ficha de Leinier, quien aparecía entonces como representante de Estados Unidos, nación donde estableció residencia a inicios de 2017. De esta forma, se sumaba a la interminable lista de jugadores que también cambiaron de nacionalidad, desde Alexander Alekhine, Miguel Najdorf, Viktor Korchnoi, Ludek Pachman o Boris Spassky en el siglo pasado, hasta los casos más recordados del presente: Sergey Karjakin, de Ucrania a Rusia, Anish Giri, de Rusia a Holanda, y Fabiano Caruana y Wesley So, de Italia y Filipinas, respectivamente, a Estados Unidos.
Muchos consideran que ahí empezó otra vida para Leinier, pero en realidad el cubano ya venía escribiendo nuevos capítulos desde hace algún tiempo, enfocado en su superación profesional. Durante su período de inactividad de 21 meses en partidas clásicas, el “Ídolo de Güines” trabajó como comentarista en el sitio especializado Chess24, lanzó su propia página web, jugó varios duelos rápidos y formó parte del grupo de asesores de Fabiano Caruana en su preparación rumbo al cotejo por el cetro mundial del año 2018.
Su gran reestreno fue en 2019, en el Campeonato Nacional de Estados Unidos, que bien podría considerarse un mini Mundial por la presencia de Hikaru Nakamura, Caruana, Wesley So, Samuel Shankland o el propio Leinier, campeón mundial blitz en 2008, subtitular en el primer tablero durante la 42 Olimpiada, quinto lugar en el Mundial de Trípoli 2004 y dueño de una notable consistencia en sus resultados.
Quienes dudaron y renegaron de él pasaron unos días amargos a finales de marzo de 2019. Leinier, que llevaba más de dos años sin enfrentarse al rigor competitivo, llegó hasta la última jornada del torneo con posibilidades de coronarse, pero una victoria in extremis de Nakamura en el epílogo le dio el cetro y dejó al cubano en segundo lugar, empatado con Caruana.
A partir de ahí, el “Ídolo de Güines” ha hecho lo que mejor sabe y lo que lo ha llevado a la élite del ajedrez: ser constante, su obra maestra.
Hace algunos años, antes de que Leinier se fuera definitivamente de Cuba, el periodista Michel Contreras hacía hincapié en esta virtud: “Constante. He aquí la palabra que mejor define a Leinier Domínguez en el mundo de los 64 escaques. Lleva más de ocho años sobre 2700 puntos ELO. Y más de nueve entre los primeros 40 jugadores del planeta. De las estrellas en activo, no son muchas los que pueden blasonar de logros similares. ¿Grande? ¿Talentoso? La verdad, esas palabras le acomodan, pero ninguna —no señor— como constante”.
Los números son la mejor evidencia de la consistencia de Leinier, quien entró al club de los 2700 puntos ELO en julio de 2008 y, desde entonces, nunca más ha bajado, o sea, ya acumula 15 años consecutivos por encima de una de las barreras más referenciadas y valoradas en el ajedrez. Siguiendo la pista de los datos ofrecidos por Michel Contreras, el “Ídolo de Güines” lleva 16 años entre los 40 mejores trebejistas del orbe luego de su ascenso al puesto 31 del ranking global en enero de 2007.
Ajedrez: Leinier Domínguez se estrena entre los ocho mejores de una Copa del Mundo
Su más reciente desempeño en la Copa Mundial de Bakú, donde concluyó entre los ocho mejores, es un nuevo elemento para demostrar la solidez de Leinier. Este es su mejor resultado en el evento, dejando atrás las dos veces que cayó en octavos de final, en 2011 contra la húngara Judit Polgár y en 2019 ante el ruso Alexander Grischuk.
Ahora tropezó con Caruana, un viejo conocido, como en la cita de 2009 en segunda ronda. No obstante, sigue batido en élite, se niega a caer. Quizás nunca llegue a ser campeón mundial, quizás le falte ese instinto asesino, pero ha probado su capacidad de supervivencia para resistir, incluso en posiciones de inferioridad. Pero, lo más importante, creo, es que Leinier, aunque lleve la bandera de Estados Unidos en su mesa, aunque se haya establecido del otro lado del estrecho de la Florida, sigue siendo identificado por muchísimas personas como un representante cubano en el ajedrez.
Algunos pocos reniegan de su figura, de su palmarés, pero no han conseguido anular la pasión con la que muchos otros lo defienden. Hoy Leinier es un referente para los emigrados, para los que viven en Cuba, para los que aman el deporte, para los que no saben nada de ajedrez, para los que sueñan con dar un jaque pastor en los tableros de la esquina del barrio, para los que no saben mover las piezas, para Cuba. Esa, quizás, es su gran obra maestra.