La historia palestina ha estado llena de episodios de ocupación, humillación, abandono internacional, pobreza. También ha habido resistencia (pacífica o violenta), creatividad simbólica, persistencia en el derecho a la vida.
Ningún hecho es punto cero de sí mismo. Todos cargan sus orígenes, acumulados, motivos y conflictos. El genocidio israelí contra el pueblo palestino podría ser abordado solo desde su capítulo más reciente, desencadenado por el ataque de Hamás; pero también podríamos ir más allá y remontarnos a la historia, nada remota sino todo lo contrario, que hay detrás del hecho.
¿Si un Estado como el israelí tiene “derecho a defenderse” de una agresión, Palestina tiene “derecho a la resistencia”? Es evidente que sí. Afirmo, con el historiador israelí Ilan Pappé, que, si no se descontextualiza, si no se elimina la perspectiva histórica del propio acontecimiento, nunca se pierde la brújula moral.
Entre muchas otras aristas posibles, en estas páginas retomo “viejas notas recientes” con la intención de acumular razones históricas sobre los hechos de hoy, y atisbar el futuro que puede nacer de tanto pasado.
Intifada
Desde los años 80 se vincula el término intifada con la resistencia del pueblo palestino ante la ocupación de su territorio por el Estado israelí. El término, dicen los que saben, deriva del árabe náfada, que significa “temblar” o “sacudir”.
La Primera Intifada palestina ocurrió en diciembre de 1987. La chispa fue el atropellamiento y muerte de cuatro palestinos por un camión israelí. El objetivo claro del estallido era la autodeterminación del pueblo palestino y la formación de un Estado propio.
En sus inicios, la Intifada tuvo un carácter eminentemente pacífico. La resistencia (Fatá, Frente Popular para la liberación de Palestina, Partido Popular Palestino) y la sociedad civil se inclinaron por el boicot económico, el impago de impuestos y la desobediencia a la autoridad israelí.
La posición política de las fuerzas en resistencia era el reconocimiento de dos Estados: admitían la propuesta formulada por la ONU en 1947. Esta decisión levantó la oposición de Hamás, que mantenía dentro de algunos sectores palestinos la postura histórica de no reconocer a Israel. Esta fuerza, que era parte de la resistencia contra la ocupación, optó por la lucha violenta.
La Intifada terminó en 1993, tras los Acuerdos de Oslo, entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el Gobierno de Israel. El levantamiento dejó 1 200 víctimas mortales del lado palestino y 179 del israelí. No obstante, entre los resultados estuvo el reconocimiento de la causa por la opinión pública internacional, que percibió a Israel como una fuerza de ocupación, con un ejército de primer orden contra un pueblo que se defendía con piedras (símbolo de la Intifada).
En el año 2000 estalla la Segunda Intifada, esta vez con menos apoyo popular debido a cierto descontento con la OLP por actos de corrupción. La chispa fue la visita de Ariel Sharon, entonces líder de Likud, partido conservador israelí, a la Explanada de las Mezquitas, donde se encuentra el tercer lugar más sagrado para el islam. El gesto fue recibido como una provocación.
Los protagonistas esta vez fueron Hamás, la Yihad Islámica y Fatá, que cometieron atentados suicidas, emboscadas y asesinatos. La represalia israelí destruyó el 33 % de los negocios y el 60 % de los empleos palestinos y ocupó un 10 % más de este territorio árabe. El costo en vidas humanas fue de 3,135 palestinos muertos y 950 israelíes.
La tercera intifada pacífica inicia en 2007. Con ella detuvieron la construcción del muro erigido por Israel en Cisjordania, boicotearon productos fabricados en los asentamientos israelíes (ilegales de acuerdo con el derecho internacional). La violencia se retomó en 2015, con la llamada “intifada de los cuchillos”.
Tras el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel en 2017 por parte de los Estados Unidos, Hamás llama a otro levantamiento. Las protestas fueron masivas en Gaza, Cisjordania y en los países musulmanes.
Otro estallido sucedió en 2021, tras el desalojo de palestinos en Jerusalén Este y las restricciones impuestas por los ocupantes israelíes durante el mes de Ramadán.
Nabka
El desalojo del pueblo palestino ha sido una constante del conflicto. Con el establecimiento del Mandato Británico en Palestina en 1920, finalizada la Primera Guerra Mundial, se incrementó la llegada de judíos europeos a territorio árabe, lo que generó no pocos conflictos.
Para solucionarlos, en 1947, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, la ONU propuso un plan de partición de Palestina, que dividía el territorio en un Estado judío, otro árabe y Jerusalén bajo control internacional.
A principios de 1948 se implementó el Plan Dalet, estrategia sionista para expulsar a la población árabe de Palestina. El objetivo era ocupar esos pueblos para ampliar las fronteras del futuro Estado judío. Israel no solo ha ocupado el territorio palestino: también ha desplazado a su población.
El plan estableció la expulsión de los árabes de las localidades ocupadas que se resistieran o estuvieran en lugares estratégicos. Contenía, incluso, las poblaciones que deberían ser vaciadas y destruidas. Están documentadas 531 localidades palestinas despobladas, y 662 parcialmente despobladas en ese mismo año.
Según la historia oficial de Israel, el éxodo masivo de árabes de esos territorios ocurrió de manera voluntaria. Lo cierto es que el Plan Dalet fue un conjunto de operaciones militares para lograrlo, encargo que recibió Haganá, organización paramilitar y de autodefensa judía.
Años después, Israel expulsó a 300 mil palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza durante la guerra de junio de 1967. Desde entonces hasta hoy, Israel ha expulsado a casi 700 mil palestinos de ambos locales. Continúa la limpieza étnica en lugares como Maghazi, Gaza, el sur, las montañas de Hebrón, la zona del Gran Jerusalén y otros lugares de Palestina.
No se trata de limpiezas étnicas masivas, como ocurrió en 1948, sino graduales, describe Ilan Pappé. A veces es la expulsión de una persona o de una familia, a veces es el cierre de un pueblo o el cerco de la Franja de Gaza, que también es una forma de limpieza étnica.
Si creas el gueto de Gaza, no tienes que incluir a esos dos millones de palestinos dentro del balance demográfico de árabes y judíos, porque los primeros no tienen voz ni voto en el futuro de la Palestina histórica.
El método directo de la expansión del Estado de Israel ha sido el asesinato y desplazamiento de la población palestina. Con la anexión progresiva de territorios, más de 5 millones de personas tienen hoy estatus de refugiados; número que se incrementa en cientos de miles con la brutal escalada del conflicto desde hace un mes y medio. La mayoría de estas personas ya han sido desplazadas. Son los habitantes del sur de Palestina que fueron expulsados en 1948, una población que lleva 75 años encerrada en la Franja de Gaza.
Un dato relevante es que los que sufrieron los desplazamientos, así como sus descendencias, no han podido regresar. Israel continúa aplicando las directrices del Plan Dalet con la implementación de asentamientos que, por demás, la ONU considera ilegales.
A nadie que sea expulsado se le permite regresar. Nadie expulsado a Egipto volverá a Gaza ni a ninguna otra parte de Palestina.
Ante los acontecimientos actuales, en días recientes el Ministerio de Inteligencia de Israel ha recomendado el traslado forzoso y permanente de los 2,2 millones de residentes palestinos de la Franja de Gaza a la península de Sinaí de Egipto. La estrategia de no retorno está en la mesa, lo cual explica la resistencia a la propuesta de “corredores humanitarios” en Gaza.
Los hechos demuestran que, más allá de desplazar, el verdadero objetivo es eliminar a la población palestina. En la lista de pruebas está la matanza de Sabra y Shatila, en 1982, facilitada por el ejército israelí en un campamento de refugiados palestinos en el sur del Líbano. La ONU calificó el hecho como genocidio y responsabilizó a Israel, en su condición de fuerza ocupante en ese momento.
Ariel Sharon, entonces ministro de defensa israelí, y años después Primer Ministro, supervisó y facilitó las acciones de las milicias falangistas del Líbano dentro del campamento de refugiados. Suministraron armas y apoyaron con una lluvia de bengalas para la operación nocturna. La cifra de muertos oscila entre 1 500 y 3 mil palestinos.
Lleva razón el Ejército Zapatista de Liberación Nacional al afirmar que los muertos de Hamás son los daños colaterales: el principal objetivo militar es la eliminación de los niños y niñas. Israel pretende aniquilar el futuro del pueblo palestino.
A estos “viejos datos nuevos” se añade que, en especial desde que el actual Gobierno asumió sus funciones en Israel, pero también durante el año anterior, el número de palestinos asesinados en Cisjordania, el número de incursiones de colonos y el número de intentos de organizar el culto judío en el Haram Al Sharif (Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas) aumentaba constantemente.
Aumenta además la cantidad de tierras robadas por los colonos. Recientemente, en tres pequeñas aldeas de Cisjordania, pobladores en su mayoría nómadas han sido expulsados de sus tierras.
El historiador palestino-estadounidense Rashid Khalidi, en una reciente entrevista, sentencia que “se trata de una guerra demográfica. Todo el mundo en el movimiento sionista, en Palestina y en el mundo árabe, desde los años 1920 y 1930, ha comprendido que si sustituyes a los árabes por judíos obtienes una mayoría judía; si no lo haces, obtienes una mayoría árabe”.
Es importante entender, como subraya Ilan Pappé, que el sionismo pertenece a la genealogía del racismo, no a la historia de los movimientos de liberación ni a la de los movimientos nacionales. Este racismo forma parte de la naturaleza colonialista del movimiento sionista, que no es excepcional. Las políticas de eliminación de los nativos forman parte del ADN sionista desde el inicio mismo del movimiento, a finales del siglo XIX.
Se quería la mayor parte posible de Palestina con el menor número posible de palestinos. Para entenderlo, hay que ir al origen de la violencia racista que, en su esencia, se sostiene en la idea de eliminación del nativo.
Reducir el número de la población árabe palestina ha sido un objetivo sionista primordial. El hecho de que los Estados Unidos y las élites occidentales se presten a este ejercicio, aparte de que podría ser considerado un crimen de guerra, es monstruoso y absolutamente inmoral, así lo afirma el historiador palestino Rashid Khalidi.
Paz
El conflicto entre Israel y Palestina ha tenido, además, episodios de negociación en medio de las tensiones entre ocupación y resistencia. Los Acuerdos de Oslo, muy mencionados en estos días, fueron los más avanzados en intentar poner fin al conflicto.
La negociación se dio en Oslo y la firma en Washington, en 1993, en presencia de los entonces primer ministro israelí, Isaac Rabin, del presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, y del presidente estadounidense, Bill Clinton.
Los Acuerdos de Oslo significaron el reconocimiento de la OLP a Israel y de Israel a la Autoridad Nacional Palestina (ANP); establecían la retirada de las fuerzas israelíes y el traspaso de soberanía de las zonas ocupadas a la ANP, la que pasaba a gestionar educación, cultura, salud, bienestar social, impuestos y turismo en la Franja de Gaza y parte de Cisjordania. También se creaba un cuerpo de policía palestino.
Por su parte, Israel seguiría controlando los asuntos exteriores, la defensa, las fronteras y los puntos de cruce con Egipto y Jordania. Además, era responsable de la seguridad de los asentamientos israelíes en Gaza y Cisjordania, y de la libertad de movimiento en las carreteras.
El territorio de Cisjordania se dividió en tres zonas administrativas, en las cuales Israel tendría control mayoritario. Ambas partes tomarían las medidas necesarias para luchar contra el terrorismo y frenar las hostilidades.
Así, Israel se comprometía a devolver la Franja de Gaza y Cisjordania a los palestinos, que podrían consolidar su autogobierno. La OLP, por su parte, reconocía al Estado de Israel y renunciaba a la violencia.
Cuestiones como Jerusalén, los refugiados palestinos, los asentamientos israelíes, la seguridad y la delimitación de las fronteras, quedaron fuera de los acuerdos provisionales. La posibilidad de los dos Estados tampoco se planteó.
Lo cierto es que, sin desmeritar los avances provisionales, Israel y Palestina nunca firmaron un tratado de paz permanente. Los propios Acuerdos recibieron oposición de grupos extremistas de ambas partes. Una de las expresiones más radicales fue el asesinato de Isaac Rabin, en 1995, por un ultranacionalista israelí.
Benjamín Netanyahu, actual Primer Ministro de Israel, opuesto a los acuerdos de paz y propiciador de su suspensión, ganó las elecciones un año después, en 1996. Entretanto, la organización islamista Hamás llevó a cabo una serie de atentados en el Estado hebreo durante esos años.
El principio del fin del proceso de Oslo fue la visita del líder opositor israelí, Ariel Sharon, a la Explanada de las Mezquitas en el año 2000; que desencadenó la Segunda Intifada palestina.
Israel incumplió la retirada de sus fuerzas armadas de los territorios palestinos, continuaron las incursiones militares y aumentó la colonización ilegal año tras año.
La ANP ha perdido legitimidad ante la población, sobre todo por la corrupción, por su falta de iniciativas para frenar la colonización israelí y su tendencia a la autocracia. La ANP ha perdido el control administrativo de la Franja de Gaza, ostentado por Hamás desde 2006, que ha ganado militantes junto con la Yihad Islámica Palestina, organización más afín al uso de la violencia.
La OLP no tiene estrategia, dice Rashid Khalidi. Supuestamente está comprometida con un enfoque diplomático y con la no violencia, pero no tiene prácticamente ningún apoyo entre los palestinos, que han visto cómo este enfoque ha quedado en papel mojado durante décadas, mientras los asentamientos se han expandido y los palestinos se han visto confinados en un espacio cada vez más pequeño.
Lo cierto es que las cosas no están mejor después de Oslo. Según datos del Centro Palestino de Investigación sobre Políticas y Encuestas, publicados en septiembre de 2023, el 64 % de la población local describe las condiciones actuales como peores que antes de los acuerdos, y el 63 % apoya abandonarlos.
Horizonte
La fórmula clásica basada en la devolución de los territorios ocupados y la creación de dos Estados para dos naciones, parece punto menos que imposible. La presencia de más de medio millón de colonos derechistas en tierra palestina ha generado una realidad geopolítica que impide la creación de un Estado palestino independiente a la par de Israel. ¿Cómo desalojar a estos colonos para devolver la tierra a sus legítimos dueños palestinos?
Ante este callejón sin salida ha surgido en el seno del movimiento pacifista israelí un interesante programa de paz que propone crear “un país para dos pueblos”.
Toma como premisa que, dada la pasión que ambos pueblos sienten por la tierra y dado que para ambos todo el territorio es sagrado e indivisible, debe crearse una entidad sin fronteras en la que cada residente goce de libre acceso a todo el territorio e igualdad de derechos civiles y nacionales. Una suerte de confederación de dos Estados independientes que mantienen su soberanía de manera absoluta dentro de un marco supranacional.
Según afirma Meir Margalit, historiador israelí, esta fórmula, encauzada por el movimiento “Una Tierra Para Todos”, es actualmente minoritaria; pero está ganando más y más apoyo dentro de las sociedades israelí y palestina. Hoy día suena ingenua, pero frente al impasse en el que estamos estancados, afirma el historiador, es la única fórmula que abre una perspectiva de paz.
Sin embargo, Rashid Khalidi es pesimista sobre la posibilidad de una u otra solución en estos momentos. En la práctica, Israel y los Estados Unidos han trabajado febrilmente desde 1967 para garantizar el control israelí permanente sobre Cisjordania y Gaza, colonizarlas cada vez más y asegurarse de que bajo ninguna circunstancia pueda operar un Estado palestino independiente o cualquier otra soberanía no israelí en los territorios de los que Israel se apoderó en 1967.
Ramzy Baroud e Ilan Pappé, en conversaciones con cuarenta intelectuales palestinos, preguntaron cómo visualizaban una Palestina liberada. La visión de la liberación, para ellos, es la de una sociedad palestina que no discrimina por motivos de religión, secta o identidad cultural, una sociedad que respeta la democracia y el principio de vivir y dejar vivir. Una sociedad que devuelva Palestina al mundo árabe, al mundo musulmán, que le permita volver, de forma natural, al lugar del que fue extraída por la fuerza.
Para tener una Palestina en paz, hay que hablar, ante todo, de una Palestina libre.
Respaldo
Una constante en la política palestina, que se remonta a la década de 1930, es la injerencia de países árabes y potencias extranjeras que se arrogan el derecho a hablar en nombre de los palestinos, a dividirlos, a debilitarlos o a tratarlos como siervos, afirma el historiador Khalidi.
El Estado de Israel no actúa solo, ha sido privilegiado con la anuencia, la financiación y el respaldo político de potencias también coloniales.
El Reino Unido hizo promesas durante la Primera Guerra sobre estos nuevos territorios de Oriente Próximo bajo su control; aseguraron al pueblo árabe que les sería concedida la independencia para crear un gran Estado árabe a cambio de que se levantaran contra los otomanos. En paralelo, prometieron la formación de un “hogar nacional judío” en Palestina, a través de la Declaración Balfour, de 1917.
Sin embargo, a pesar de la exitosa ayuda que tanto árabes como judíos prestaron, ninguna de las dos comunidades obtuvo la nación independiente que los ingleses prometieron.
En 1917 se hizo público el Acuerdo Sykes-Picot, un pacto secreto firmado por los ministros de exteriores británico y francés que establecía que, al terminar la guerra, ambas naciones se repartirían Oriente Próximo. Los británicos ocuparon Palestina y la región colindante de Transjordania.
La Sociedad de Naciones, instrumento político de los vendedores de la Primera Guerra Mundial, encomendó al Reino Unido asegurar un hogar para los judíos y salvaguardar “los derechos políticos y civiles de las comunidades no judías de Palestina”. Pero no se explicitó cómo el nuevo hogar judío podría coexistir con quienes ya vivían en la región, que no fueron consultados y rechazaron la Declaración Balfour.
La entrada de población judía al territorio árabe generó conflictos en la región, uno de cuyos eventos más significativos fue una revuelta de los independentistas árabes, entre 1936 y 1939. Los árabes y judíos recurrieron a la violencia que, con momentos más cruentos que otros, ha sido la constante en este conflicto.
La violencia, de la que ambos pueblos son víctimas y victimarios, hunde sus raíces en una cínica e irresponsable promesa realizada hace más de un siglo por las autoridades británicas, las que, además, desde entonces desplegaron un trato preferencial por los representantes del pueblo judío, con mayores facilidades administrativas y ayudas para la habilitación y entrenamiento de sus fuerzas militares. El Reino Unido alimentó diferencias y rivalidades.
El Gobierno de Estados Unidos cogió el batón inglés a mitad del siglo XX. Por un lado, habla de una solución de dos Estados, por otro, permite a los grupos de colonos israelíes ser reconocidos como asociaciones sin fines de lucro por la legislación estadounidense, y canalizar cientos de millones de dólares libres de impuestos hacia el proyecto de asentamientos.
Al mismo tiempo, arman a Israel, y refuerza la ocupación proporcionando apoyo diplomático y veto tras veto en el Consejo de Seguridad de la ONU a la política permanente de arrasar, absorber, anexionar y destruir Palestina.
En cuestión de apoyo internacional, se habría esperado que Israel fuera, como mínimo, el tercer país que reconociera a la nueva Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, fue el primero.
En Europa y en Occidente dudaban si se debía aceptar a Alemania Occidental como miembro de las naciones civilizadas tan pocos años después del régimen nazi.
Ilan Pappé cuenta que, como máximos representantes del Holocausto, los israelíes dijeron: reconoceremos una nueva Alemania y, a cambio, queremos la no injerencia de Occidente en lo que estamos haciendo en Palestina. Esto también implicó que la nueva Alemania proporcionara a Israel una enorme ayuda financiera que contribuyó a construir el moderno ejército israelí a principios de la década de 1950.
Hasta ahora, los gobiernos occidentales han dado a Israel un cheque en blanco para cometer estas atrocidades, mostrando un doble rasero constante en relación con el valor de las vidas israelíes y las vidas palestinas.
Haggai Matar, periodista y activista político israelí, director ejecutivo de la revista +972, sentencia que “no se percibe ningún remordimiento por el papel que estos actores han desempeñado en silenciar y dejar de lado a los palestinos y sus aliados a lo largo de los años, y cerrar todas las vías diplomáticas y no violentas para su liberación, desde el boicot, desinversión y sanciones hasta el llamamiento al Consejo de Seguridad de la ONU para que intervenga”.
Ocupación
La ocupación es una imposición agresiva y violenta destinada a transformar Palestina en la tierra de Israel, como los dirigentes sionistas intentan desde Theodor Herzl.
Rashid Khalidi recuerda que nunca ha habido una solución, ni en Madrid, ni en Washington, ni en Oslo, ni en Camp David, que respete el hecho de que este conflicto fue un proceso de origen colonial, o de que ahora hay dos pueblos, uno de los cuales tiene todos los derechos y el otro casi ninguno.
Según declara el historiador palestino, “no tengo ningún problema en que la gente considere que la Tierra de Israel se extiende desde el río hasta el mar o a cualquier otro lugar al que piensen que podría extenderse. La cuestión es cuáles son las consecuencias políticas y de otro tipo. Si eso significa derechos absolutos y exclusivos para un pueblo y la opresión de otro pueblo, está claro que no resulta aceptable”.
Lo cierto es que no tiene sustento la noción de que los israelíes pueden vivir a salvo mientras los palestinos son asesinados de forma rutinaria bajo un sistema brutal de ocupación, asedio y apartheid, una noción que el primer ministro Benjamin Netanyahu defendió.
El historiador israelí Ilan Pappé, en un repaso de los casi cien años de historia de la lucha anticolonial palestina, recuerda que la vida de los palestinos es la de resistir la ocupación en Cisjordania, al asedio en la Franja de Gaza, al sistema discriminatorio dentro de Israel, y a la realidad que viven sus millones de refugiados.
El pueblo palestino está inmerso en una lucha contra sus colonizadores y, como toda lucha anticolonial, tiene sus altibajos, sus momentos de gloria y sus difíciles momentos de violencia. La descolonización no es un proceso farmacéutico y estéril, afirma Pappé, es un asunto desordenado. Y cuanto más duren el colonialismo y la opresión, más probable será que el estallido sea violento y desesperado en muchísimos sentidos.
La única manera de evitar que los palestinos se levanten contra sus opresores es que Israel acabe con la opresión histórica que ejerce sobre ellos, y con la negación de derechos. Es justicia, seguridad y un futuro decente para todos nosotros, o para ninguno de nosotros, así lo sentencia el periodista israelí Haggai Matar.
Son cada vez más las voces que se levantan al lado de la resistencia palestina, con la convicción de que parar la barbarie depende, en gran medida, de la solidaridad y la movilización, de buscar en la historia, de contar y explicar, más allá de las declaraciones, de desmontar las narrativas colonialistas.
Crece el compromiso de promover un proceso político pacífico, con el objetivo declarado de poner fin al asedio y la ocupación, reconocer el derecho de retorno de los refugiados palestinos y encontrar soluciones creativas para materializarlo.