Para los astrónomos, celebrar el fin de año a las 12 de la noche del último día de diciembre no tiene mucho sentido. De hecho, los científicos consideran que sería más exacto celebrar el perihelio; es decir, el momento en que la Tierra está más cerca del Sol, que en los próximos años se estima que variará entre el 2 y el 5 de enero.
Celebrar el cierre del año el 31 de diciembre deriva de una costumbre iniciada en el año 153 A. C., momento en que el primero de enero fue escogido para “inaugurar senadores” y, de paso, marcar el comienzo del nuevo año. No sería hasta el 46 A.C que el emperador romano Julio César establecería el calendario juliano.
En 1582 se establece el gregoriano, con una duración de “365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,10 segundos”. A partir de su adopción, se determinó que la duración de un ciclo anual sería de 365 días y uno de cada cuatro tendría 366, más otras complejas excepciones.
Además, para corregir un desfase de diez días que se acumuló durante 16 siglos de calendario juliano, se definió que el jueves 4 de octubre de 1582 sería el último de ese calendario y que le seguiría el primer viernes (gregoriano), 15 de octubre. Esto último demoró siglos en implantarse en países no católicos.
De cualquier modo, por curioso, inexacto o arbitrario que pueda resultar, la mayoría de las personas y países celebramos cada 31 de diciembre el fin de un ciclo. Esto, en general, nos lleva a reflexionar sobre nuestra vida y sobre cuán felices o infelices fuimos en el año que termina.
Sin embargo, en estas fechas cabría preguntarse, ante todo: ¿qué es la felicidad? ¿de qué factores depende? ¿qué relación tiene con la salud? ¿cómo podemos alcanzarla? A las respuestas intentaremos acercarnos en Vida Saludable.
La felicidad desde la Filosofía
“Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felizmente… y para ello intentamos descubrir qué es [la felicidad]. Sin embargo, cada persona posee una respuesta, una definición de felicidad…”. Así lo expresó el filósofo latino Séneca en De vita beata (La vida bienaventurada, en su traducción al español). Dar con un concepto de la felicidad es algo de lo cual la humanidad se ha ocupado históricamente.
Para Buda no existe un camino a la felicidad, sino que “la felicidad es el camino”. Lao Tzu creía que ella dependía de vivir el presente. Para Sócrates, el secreto no estaría en ser capaces de buscar o conquistar más, sino en la capacidad de “disfrutar con menos”.
Aristóteles, padre del concepto de eudaimonía, que se ha traducido como “felicidad”, pero también como bienestar espiritual, pensaba que la primera “depende de nosotros mismos”. En tanto, Séneca escribió que el camino a la felicidad estaría en mantenerse en lo que los psicólogos llaman “locus de control”, que no es más que contentarnos con nuestra suerte, “sin desear lo que no se tiene”.
En el ámbito religioso, el cristianismo retomó el concepto aristotélico de eudemonía y lo asoció con Dios. Para San Agustín, el fin último de todo ser humano, en el que se basaba una vida feliz, era “aspirar al bien” y Dios encarnaba la esencia del bien.
Kant consideró que la felicidad es, sobre todas las cosas, “una obligación”. Mientras que para Nietzsche se trata de una sensación que surge ante el logro de un reto. Por último, de acuerdo con Ortega y Gasset, esta sería la coincidencia de lo que deseamos o proyectamos; es decir, “la vida proyectada” con lo que somos en realidad, “nuestra vida efectiva”.
Sea cuál sea la definición que a cada uno le parezca más exacta entre las mencionadas, la felicidad —del latín felicitas, que podría traducirse como “fértil”— es en esencia un hecho subjetivo que depende de infinidad de factores individuales y colectivos, estrechamente relacionado con el bienestar.
La ciencia y la felicidad
Una investigación de la universidad de Harvard, considerada la más larga de la historia, acompaña desde 1938 a 700 jóvenes, sus parejas y sus descendientes, y ha encontrado entre sus hallazgos que las personas con “relaciones más cálidas” son “más felices”. Para Robert Waldinger, cuarto director del estudio y profesor de psiquiatría de ese prestigioso centro de estudios, en entrevista concedida a BBC, dijo que las personas más felices se mantenían “físicamente más saludables” mientras envejecían.
De esta manera, relacionó tres elementos: relaciones sociales saludables, felicidad y salud física. En opinión del investigador, la interconexión entre los tres tiene que ver con el sistema nervioso autónomo (SNA), la parte del cerebro que controla acciones que ocurren de manera inconsciente en el organismo, como respirar, y el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, que es el responsable de activar la respuesta de “lucha o fuga“.
Cuando enfrentamos situaciones estresantes, el cerebro reacciona de la misma manera que lo hacía el de nuestros antepasados cuando estaban frente a un peligro inminente. El hipotálamo liberaba neurotransmisores que ordenaban a la hipófisis la producción de hormonas responsables de estimular a las glándulas suprarrenales para que produzcan cortisol (la hormona del estrés) y adrenalina (que garantiza el estado de alerta).
Esto posibilita una serie de reacciones, como aumentar la frecuencia cardiaca, elevar la tensión arterial, la concentración de glucosa en la sangre, impedir el sueño, la digestión, etc. En condiciones normales, una vez que desaparece el estímulo, los niveles de cortisol y adrenalina vuelven a la normalidad y cesan sus efectos.
En personas solitarias, aisladas o bajo estrés crónico, el cuerpo permanece en cierto grado de lucha o fuga la mayor parte del tiempo. Lo anterior provoca una respuesta inflamatoria en el organismo que va dañando órganos y deteriorando la salud.
Hormonas de la felicidad
Del mismo modo que el cortisol y la adrenalina son las hormonas del estrés, existe un cóctel de “hormonas de la felicidad”. Son responsables de nuestro bienestar a nivel fisiológico, entre otras importantes funciones. ¿Cuáles son estas hormonas?
En primer lugar, las endorfinas. De acuerdo con el diccionario del NCI (Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos, por sus siglas en inglés), se trata de péptidos, pequeñas proteínas que se unen a receptores de los opioides; es decir, los mismos que reciben en el organismo sustancias como la morfina, la oxicodona y el fentanilo, produciendo un alivio inmediato del dolor y una sensación de bienestar. Gracias a estos péptidos podemos comer picante o realizar esfuerzo físico intenso y luego sentir euforia (como la euforia del corredor).
La dopamina, por su parte, es una catecolamina, por lo que participa en la respuesta de lucha o fuga, pero su principal función es ser la hormona de aprendizaje y recompensa. Nos estimula a repetir una acción que el cerebro considera beneficiosa para que, de este modo, la aprendamos. De ahí que cuando comemos, nos damos un baño caliente, o completamos una tarea, sintamos felicidad: por medio de la acción de la dopamina, nuestro cerebro nos premia.
La serotonina es “el reforzador natural de los estados de ánimo”. El déficit de esta hormona se ha asociado con la depresión, por lo que se han diseñado medicamentos que buscan aumentar sus niveles para el tratamiento de la patología. La serotonina estabiliza los estados de ánimo, mejora la memoria, acelera el aprendizaje y ayuda a la relajación. Pasar tiempo al sol, hacer ejercicios y resolver problemas favorecen su liberación.
Por último, la oxitocina, una hormona muy conocida por su uso y abuso —véase artículo sobre parto respetuoso— en la ginecobstetricia, es conocida como la “hormona del amor” o de “los abrazos”. Este nombre se debe a su papel en el fortalecimiento de las interacciones sociales y el desarrollo de conexiones profundas entre los individuos, comenzando por la conexión madre-hijo, que ocurre inmediatamente después del parto. El contacto físico, las relaciones sexuales, socializar, ayudar a los demás e interactuar con otros animales son estímulos para la liberación de la hormona.
Algunos suman al grupo la melatonina, hormona encargada de regular nuestro ciclo de sueño y vigilia. Niveles bajos de la sustancia producen irritabilidad, depresión, ansiedad, migrañas y otros síntomas.
Como se ve, a través de las hormonas del bienestar nuestro cerebro nos estimula a comer, dormir, realizar actividad físico, tomar el sol, fomentar relaciones profundas, tocarnos, tener sexo, aprender, alcanzar metas significativas y ser capaces de valernos por nosotros mismos. Se trata de un mecanismo adaptativo que está en la génesis del buen vivir y de lo que entendemos por felicidad.
Neurobiología: felicidad y adicciones
A pesar de lo anterior, los mismos mecanismos que el cerebro utiliza para reforzar acciones positivas para la vida y la salud, son el vehículo de las drogas, legales e ilegales, para hacernos dependientes de ellas. ¿Cómo ocurre?
En primer lugar, las drogas estimulan por distintas vías, la primera es a través de la liberación de hormonas de la felicidad, lo que genera sensación de placer al fumar, consumir alcohol y otras drogas. El estímulo se combina con la liberación de hormonas del estrés cuando disminuyen las concentraciones de los principios activos de algunas drogas. De esta forma, el cerebro nos induce a seguir consumiéndolas. Además, las zonas frontal y prefrontal del cerebro (las máximas responsables del comportamiento consciente) se dañan, haciéndonos incapaces de tomar la decisión de abandonar el comportamiento u objeto que causa la adicción.
Algo similar ocurre con la adicción a la comida. Alimentos ricos en azúcar, sal o grasa son capaces de estimular la secreción de dopamina en hasta un 200 %; esto es, a los niveles de la nicotina y el alcohol. Lo anterior, por supuesto, lo saben y aprovechan las industrias de alimentos, que crean productos con sabores y texturas más complejos, capaces de estimular la liberación de neurotransmisores.
Algo similar ocurre con los celos, que pueden desencadenar conductas violentas. Se conoce que las emociones ligadas al vínculo romántico-sexual se asocian con la liberación de dopamina, en tanto que la oxitocina y otras hormonas van de la mano con el apego, la monogamia y la territorialidad en diferentes especies. Un desbalance en los niveles de estas hormonas, junto a otros factores complejos, están en la génesis de conductas relacionadas con los celos.
Un buen pretexto para buscar la felicidad
El dinero es un elemento esencial en la vida; pero, aunque sea cliché decirlo, es incapaz de comprar la felicidad. De hecho, su peso en una realización interpersonal disminuye luego de alcanzar ciertas cantidades. Tampoco el éxito profesional garantiza sentir más felicidad. De acuerdo con el estudio de Harvard, uno de los arrepentimientos más frecuentes al final de la vida es el de haber pasado “demasiado tiempo en la oficina”.
Como seres conscientes, estamos en capacidad de tomar decisiones que nos guíen por caminos más felices y saludables. La psicología positiva establece cinco pilares que pueden contribuir:
- Apreciar lo que se tiene
- Construir y mantener relaciones positivas
- Enfocarse en lo positivo
- Buscar nuevas experiencias
- Tener uno o más propósitos significativos en la vida
Por otro lado, podemos escoger estilos de vida más saludables. Por ejemplo, tomar distancia de las drogas, alimentarse lo mejor posible, realizar ejercicios físicos al aire libre, tomar el sol, descansar lo suficiente, enfocarse en objetivos, tener una vida sexual saludable, cuidar de la familia, etc.
Todo esto estimulará al cerebro para que libere las hormonas de la felicidad, disminuirá los niveles de estrés y hará salir de la respuesta de lucha o fuga, fortalecerá el sistema inmunológico, disminuirá la liberación de mediadores químicos asociados con la inflamación y otorgará una vida más larga y saludable.
El fin de año puede ser una convención arbitraria y científicamente inexacta, o un pretexto valioso para mirar al pasado cercano y proyectar metas significativas para la próxima vuelta al sol. Entre ellas, estar sanos y ser felices pueden ser un buen comienzo. ¡Feliz 2024!
La felicidad es un estado de ánimo personal, no hay felicidad si no hay como mínimo PROSPERIDAD en lo personal.