Años atrás, un estudiante me preguntó “Profesor, si hubiera una amenaza decisiva de agresión extraterrestre, en la cual la existencia de la humanidad peligrara, ¿quién la defendería?”.
Inmediatamente comprendí que el joven planteaba no una duda que yo podía resolver, sino un dilema que nos trascendía. “¿Por qué no preguntas en el aula y de ese modo participamos todos?”, le dije. Así lo hizo y dio lugar a un interesante ejercicio académico del cual, para no aburrir, contaré las conclusiones.
Ante una emergencia así, el mundo tendría que acudir a Estados Unidos, más exactamente a una alianza entre ellos, Rusia y China, únicos países que contaban con las armas necesarias para asumir la defensa del planeta.
Durante las inéditas reflexiones una joven sorprendió al decir: “¡Eso ya ocurrió! ¡Fue Hitler!”, es decir, el fascismo.
Durante la II Guerra Mundial, la alianza entre Washington y Moscú, más exactamente entre Roosevelt y Stalin, salvó a la humanidad de una amenaza existencial.
“Entonces ―dijo otro estudiante―, se puede decir que el mundo necesitaba de los Estados Unidos”. Sí, le respondí, entonces los necesitaba, como puede ocurrir ante la hipótesis del ataque extraterrestre.
Ahora, como entonces, habría que acudir a la formación de una alianza decisiva en la cual habría que incluir a otras potencias nucleares y a varios países emergentes.
En aquella decisiva coyuntura, estadistas de la estatura de Roosevelt, Stalin y Churchill, depusieron las enormes divergencias ideológicas y políticas que los enfrentaban, para luchar unidos contra una poderosa y degenerada fuerza que amenazaba a toda la humanidad.
Las contradicciones que entonces depusieron los líderes y con ellos los pueblos de Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña, tenían identidad y propósitos definidos, mucho más profundos que los invocados para librar la guerra que tenía lugar en Europa.
Hoy se puede afirmar que Trump y Putin no están interesados en arrastrar a la humanidad a una guerra mundial con empleo masivo de armas nucleares.
La duda es si, como hicieron sus antepasados políticos, serán capaces de deponer las objeciones que los enfrentan, parar la guerra y promover un ambiente de colaboración que, como mínimo, excluya las guerras entre las grandes potencias.
Dado que desde el colapso de la Unión Soviética hace más de treinta años, entre las grandes potencias, no existen diferencias ideológicas ni reclamaciones territoriales y concuerdan que, la democracia y la economía de mercado son aceptables para prácticamente todo el mundo, es posible un consenso que pudiera ser el inicio de una era de paz, colaboración y competencia económica.
China, que no es parte de ningún conflicto militar activo, aceptaría un esquema así al cual, obviamente, se sumarían todas las potencias emergentes y prácticamente todos los países que forman las Naciones Unidas.
De ser así, Trump pudiera cantar victoria y declarar que “América (como suelen llamar a los Estados Unidos) es grande otra vez” y Putin, al frente de Rusia podía avanzar en el propósito de intentar, por medios pacíficos, convertir a Rusia en la potencia que un día fue la Unión Soviética.
Aunque se especula sobre varias fórmulas, todavía no existen propuestas concretas acerca de cómo la nueva administración estadounidense encaminaría las negociaciones, pero cesar el fuego, permitir que los pueblos de Donbass no sean rusos ni ucranianos, sino estados independientes, concretar la renuncia de Ucrania de sumarse a la OTAN en los próximos 20 años y atenerse a al tratado de No proliferación de las armas nucleares, pudieran ser puntos de partida.
Poner fin a la guerra, establecer una moratoria a la militarización en Europa y establecer compromisos para, a partir de la Carta de la ONU, que es susceptible de ser actualizada, construir un sistema de seguridad colectiva global, pudiera responder a la pregunta de si, en el sentido histórico, Estados Unidos y Rusia van o vienen. Y, de ese modo ratificar la idea de que: “¡Un mundo mejor es posible!”. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.