La Habana, ciudad en la que el tiempo parece detenerse y ser voraz a la vez, celebra su 505 aniversario. Fue el 16 de noviembre de 1519 cuando, bajo la sombra de una ceiba junto al puerto, comenzó la vida oficial de esta villa.
San Cristóbal de La Habana no solo fue un enclave estratégico para el comercio colonial español, sino además cuna de un crisol de culturas que moldearon la identidad de una nación, desde las raíces africanas y españolas hasta las influencias del Caribe y más allá.
Hoy, la melancolía y la vitalidad conviven en un delicado equilibrio que convierte a la capital de todos los cubanos en un suspiro eterno. La ciudad sigue seduciendo con su encanto, incluso bajo el peso de los siglos y el deterioro de buena parte de su arquitectura.
No importa en qué rincón del mundo estemos. Hay una huella habanera que se adhiere al alma, una marca indeleble que nos acompaña. Es un rastro hecho de colores desvaídos pero vibrantes, de olor a salitre, de melodías que emergen en sus calles, de historias en cada esquina y hasta de un bullicio de los vecinos que cruzan de balcón a balcón.
Entre la infinidad de canciones y poemas dedicados a la ciudad, uno de los más memorables es “Canto a La Habana”, de Pablo Milanés. Incluida en su álbum Renacimiento (2013), la pieza es un tributo cargado de orgullo hacia la ciudad que un día lo acogió, tras su llegada desde su Bayamo natal. Esa misma ciudad a la cual, como confiesa el trovador en la canción, le entregó su vida.
A ritmo cadencioso de un guaguancó, Pablo traza una pintura sonora de la urbe, exaltando su capacidad para resistir el paso del tiempo y las diversas adversidades.
En una de las estrofas, el trovador sintetiza la esencia de la ciudad: “La Habana tiene un encanto / que pervive en su porfía, / de sólo acallar su llanto / con su amor y su alegría”. Estos versos reflejan la contradicción inherente a la capital cubana: una ciudad que, a pesar de sus heridas visibles, vibra con una energía única, sustentada por la calidez de su gente.
Amamos esa mezcla de fragilidad y fortaleza que la define. Más que una fundación celebramos su existencia, su capacidad infinita de reinventarse, de mantenerse viva.
Canto a La Habana
Pablo Milanés
La Habana me abrió sus brazos
y yo le entregué mi vida.
Y aunque sea de provincias
La Habana siempre es mi guía.
Limpia y bonita como fue ayer,
mustia y marchita como está hoy.
La Habana tiene un encanto
que pervive en su porfía,
de sólo acallar su llanto
con su amor y su alegría.
Nunca La Habana se rendirá
a la miseria y la soledad.
En La Habana moriré, aquí yo me quedaré,
pero qué linda es La Habana, cómo era y cómo es.
En La Habana moriré, aquí yo me quedaré,
La Habana, La Habana, La Habana es lo que es,
En La Habana moriré, aquí yo me quedaré.
Ay, La Habana, con sus columnas, como dice Carpentier,
todavía nos inunda de un bello resplandecer.
Es una Atenas con vida, una Roma multiplicada,
es la más linda del mundo, mi ciudad idolatrada.
La Habana, eh! La Habana, eh!
Que yo me quedo en La Habana y aquí me moriré.
La Habana, eh! La Habana, eh!
Pero que venga a La Habana que aquí lo esperaré.
La Habana, eh! La Habana, eh!
Que La Habana me enamora, que de ella me enamoré.
La Habana, eh! La Habana, eh!
Yo la quiero como era, yo la quiero como es.
La Habana, eh! La Habana, eh!
La Habana, eh! La Habana, eh!
La Habana, eh! La Habana, eh!
La Habana, eh! La Habana, eh!
La Habana, eh! La Habana, eh!
Que yo me quedo en La Habana, aquí yo me moriré.
La Habana, eh! La Habana, eh!
Pero que venga usted a La Habana que aquí lo esperaré.
La Habana, eh! La Habana, eh!
Yo la quiero como era, yo la quiero como es.
La Habana, eh! La Habana, eh!