Tres hermanos intentan concretar una reunión para decidir el destino del padre, ya muy viejo, que vive solo. Últimamente la situación con éste se ha agravado; la demencia senil va ganando terrero, y ahora le ha dado por mostrarle el pene a la vecina. Los hermanos se citan varias veces, pero siempre ocurre algo que impide el encuentro, de modo que una sola vez, en el tercio final de la obra, coincidirán los tres en escena.
Ante tantos desencuentros (confusión con la fecha, un viaje “impostergable” a la playa, indisposición del personaje femenino) cabría pensar que rehúyen ese momento en que tendrán que poner en palabras lo que todos saben: el padre no puede ya valerse por sí mismo. Las opciones son dos: internarlo en un asilo o que alguno de ellos le haga un lugar en su casa.
Sucintamente, este es el núcleo temático de 53 domingos, la comedia que Argos Teatro estrenó el pasado sábado en la sala Hubert de Blanck con un elenco de lujo. El personaje referido que es el padre, su precaria circunstancia, le sirve a Cesc Gay (Barcelona, 1967), para dibujar con trazos rápidos los perfiles de los hermanos, que se van presentando de menor a mayor.
Santiago (Caleb Casas) es actor, tiene una esposa risueña (Andrea Doimeadiós), conciliadora, jovial. Es un sufridor clásico. Todo lo exaspera, particularmente la falta de un papel en alguna película o serie. En el presente de la obra está “haciendo” de tomate para un comercial. Su casa es el lugar pactado para la cumbre de los hermanos.
Natalia (Jacqueline Arenal) es la hermana del medio. Filóloga, académica exitosa, con una vida emocional miserable. Ha asumido el papel de protectora y unificadora del clan. Su aparente equilibro está a punto de ser desmentido. Luego de un matrimonio extenso y desolado, ha decidido asumir su condición lésbica.
Víctor (Eduardo Martínez), el mayor, es un arribista. Ascendió de clase gracias a un braguetazo. Trabaja en la empresa del suegro, pero nadie —ni él mismo—, sabe lo que hace ahí. En la práctica es una especie de amanuense o utility, a merced de los dictados de la esposa y del padre de esta. Durante 53 domingos se ha empeñado en sacar adelante una novela extensa, su ópera prima, algo que ha dejado descolocada a la familia, que no sabía de sus pretensiones literarias.
La relación entre Santiago y Víctor arrastra suspicacias, incomprensiones, rancios rencores venidos de la infancia. El mayor piensa del menor que es un soñador desasido de la realidad, un bueno para nada, un fracasado. El menor piensa del mayor que ha vendido su alma al diablo, que es egoísta y superficial.
Con estos elementos se trenza la obra. Antes de dirimir el asunto fundamental que los convoca —cada vez es más difícil congregarlos, pues se han perdido el interés— hay que resolver un pequeño problema: en la casa del padre un bombillo se ha fundido, y hay que ir a reponerlo. Ese acto apenas trascendente es motivo de enconados debates. ¿Por qué yo?, se pregunta cada uno de ellos. Le confieren al hecho de “pasar un momento por ahí” una connotación simbólica desmedida. Ir a auxiliar al padre significa ceder en sus posiciones, aceptar que están a la mano, sin una preocupación mayor que el cambio de la dichosa bujía.
Los actores
Caleb, Jacqueline y Víctor son actores de primer nivel, con momentos muy brillantes en sus respectivos personajes. El papel de Andrea tiene poca presencia, pero eso no es óbice para que lo resuelva con la frescura que la puesta demanda.
Me hubiera gustado que el tono de las actuaciones no fuera tan sostenido hacia los registros altos, que algunos parlamentos llevaran algo de introspección, no solo para darles mayor hondura, sino, además, para atemperar la crispación de los personajes y su reflejo en los espectadores.
Otro aspecto a señalar es la poca intertextualidad entre la realidad de la pieza y la realidad “real” de los que acudimos a la sala. La obra, aunque no se explicita, sucede en España. No obstante, aparecen en los parlamentos modismos de nuestra oralidad, como un guiño a la platea. Ya se conocen las peculiares circunstancias de nuestra contemporaneidad, que pasa, entre otros tantos aspectos no menos espinosos, por el envejecimiento poblacional, la falta de recursos para la atención a los ciudadanos de la tercera edad, el resurgimiento de hondas desigualdades sociales, las carencias materiales… No se habría tratado de reescribir la obra, sino de colocar pinceladas a lo largo de todo el texto que sirvieran para enriquecer el diálogo, para fijarlo a un presente que nos contiene a todos.
El arte trata de temas universales. 53 domingos, la obra, puede funcionar lo mismo ante un público inuk que bantú. Pero en cada caso el contexto concreto del espectador signa la lectura, le confiere matices propios.
Pongamos por caso el tema de los asilos para ancianos. Aquí existiría el mismo conflicto que enfrentan los personajes de Cesc Gay, pero estaría sobredimensionado por la imposibilidad de hallar alguno donde alojar al padre.
Este nuevo éxito de Argos Teatro, bajo la dirección de Caleb Casas y Yailín Coppola, es la segunda obra del dramaturgo y cineasta catalán que ofrecen al público cubano. En marzo de 2023 subieron a escena Los vecinos de arriba, la cual contó con una segunda temporada —siempre a sala desbordada— los primeros meses de 2024.
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53 domingos tuvo su pre estreno mundial en el festival Temporada Alta, de Girona, el 28 de noviembre de 2020; luego, en diciembre de ese mismo año, se presentó en el Teatre Romea, de Barcelona, bajo la dirección del propio autor.
Qué: 53 domingos, comedia de Cesc Gay.
Dónde: Sala Hubert de Blanck. Calzada 654 e/ A y B, El Vedado.
Cuándo: 24 y 25 de enero, 7:00 p.m.; 26 de enero, 5:00 pm.
Cuánto: 50 CUP.