Yaima Ortiz es bronce olímpico (Atenas, 2004). Se dice rápido y pronto. Para algunos puede pasar inadvertido, más aún cuando sus predecesoras, las “Espectaculares Morenas del Caribe”, fueron tres veces campeonas olímpicas. Para Yaima, sin embargo, la medalla ha definido su vida. Haber llegado y subido al podio, con un equipo joven y en reconstrucción, la hizo sentirse satisfecha, pues lograban mantener vivo el legado del voleibol femenino cubano.
Pasaron los años, el equipo se fortaleció. En 2007 hicieron enmudecer un Maracanazhino repleto en la final de los Juegos Panamericanos de Río ante el favorito Brasil, y las chicas pensaron que, ahora sí, el cetro de los Juegos Olímpicos regresaría a casa.
Por desgracia, Beijing 2008 no sería lo esperado. “Se nos fueron los sueños de cuatro años en un segundo”, recuerda Yaima, quien además veía cómo su tiempo en la selección nacional llegaba a su fin.
La etapa posterior de su vida, contrario a lo que podría pensarse, ha sido igual de emocionante que cuando regalaba remates y defensas en el taraflex. Modeló para uno de los mejores diseñadores de ropa de Latinoamérica, escribió un libro de cuentos para niños inspirado en su vida, incursionó en el diseño y en la decoración y dio a luz a su hijo hace 5 años, que, según insiste, es su mayor proyecto.
Yaima conversa alegre. Desde hace años vive fuera de Cuba y hace algún tiempo se asentó en Miami, por lo que a cada rato se le escapa una palabra en inglés. A pesar del paso del tiempo, recuerda con cariño sus primeros años en La Habana.
¿Dónde naciste y qué recuerdos tienes de tu infancia?
Nací en Párraga en la casa de mi bisabuela, donde me crié junto a mis primos hasta cierta edad. Luego a mis padres les dieron un apartamento en el reparto Guiteras. Ahí pasé gran parte de mi infancia, aunque estuve viviendo en el Canal del Cerro, porque mis padres se separaron.
Ellos fueron atletas del equipo nacional de baloncesto. Según me cuentan mi tía y mi mamá, acabada yo de nacer, mi madre tuvo que irse de competencia. De niña me llevaba a ver los entrenamientos, donde cariñosamente me decían “Amununu”. Muchos años después, llegando a los Estados Unidos, mi mami me llevó a ver entrenar a su preparador, Manuel Pérez, “El Gallego”, que era como el papá de todas. Imagínate la emoción que sentí al ver a ese señor que me cargó desde chiquitica.
Crecí con mucho amor, lo cual ha marcado mi vida. Recuerdo que corríamos descalzos, nos tirábamos loma abajo. Le hago esos cuentos a mi hijo de 5 años y me dice unbeliveable. En la isla vive gran parte de mi familia. A veces te come la nostalgia. Lo bueno es que existe internet y uno puede comunicarse, gracias a Dios. Allá están mi papá y mi tía, que es como mi madre también.
Desde chiquita me gustaba mucho el arte; fue siempre mi gran pasión. Esos hobbies de niña me han convertido en la mujer que soy. Amo crear. Cuando más realizada me siento es cuando tengo la posibilidad de crear. Es algo que cada día se desarrolla más en mí, y cuando voy atrás, me doy cuenta de que todo vino de ahí. El arte, la música, la moda…, cosas que he llevado a mi vida de hoy.
Tuve una infancia feliz, llena de emociones y entre pelotas. A los 7 años empecé a practicar voleibol. Me bequé a muy temprana edad y estuve en la EIDE.
¿Recuerdas cuando viste por primera vez a las Morenas del Caribe?
La primera vez que entré al Cerro Pelado y vi a las Morenas, me paré en las ventanas de afuera del pasillo, porque no nos dejaban entrar cuando ellas entrenaban.
Era como un sueño. Daba gusto ver esa competencia, esa rivalidad interna cuando hacían el 3 vs. 3, 5 vs. 5. Todo el tiempo entrenaban como si estuvieran compitiendo. Era digno de admirar, sobre todo para una nena que quería ser eso mismo. En aquel entonces decir “las Morenas del Caribe” era decir las embajadoras de Cuba en el mundo. Imagínate la satisfacción que te daba. Al igual que ver a los entrenadores, leyendas todos.
¿De niña tenías alguna jugadora preferida?
Honestamente, cada vez que me hacen esa pregunta pienso que todas son mis favoritas. Son mis campeonas, mis guerreras. Un grupo de mujeres en el que cada una aportaba algo; si no, no hubiesen sido tan grandes. Todas van a ser mis favoritas, desde las que estaban en el banco hasta las seis que jugaban, la que cargaba el agua, las suplentes que se quedaban en Cuba y no entraban dentro de las 12 que viajaban. De la primera hasta la última.
Claro que dentro de todos los equipos algunas se destacan un poquito más, pero si no hubiese sido por el pase de Marlenis Costa, Mireya tal vez no hubiese dado esos remates. Es un equipo, de eso se trata, y se convierten en tu familia.
Tu generación fue la heredera de ese equipo de voleibol de la década de los 90; para muchos, el mejor de la historia. ¿Cómo manejaron esa presión?
Imagínate lo que es llegar a un nivel donde las jugadoras que estaban antes de ti son las mejores del mundo y han escrito una historia no solamente en nuestra isla, sino a nivel mundial. No le llamaría carga, sino una gran responsabilidad por mantener esos títulos, cosa que nos fue completamente imposible. Luchábamos por hacerlo lo mejor posible.
Fue una etapa bonita y, en lugar de verlo como la gran responsabilidad, creo que deberíamos darle gracias al universo y a todo lo que existe por haber formado parte, al menos de forma pequeñita, del voleibol cubano.
Estoy muy agradecida por tantas cosas y tantas emociones que una vive al integrar un equipo nacional a esos niveles. De ser medallista olímpica y de todas las cosas bonitas que el voleibol ha dejado en mi vida.
Lo más bonito que recuerdo es regresar de una competencia y ver que estaba todo un país esperando por nosotras, que no dormían esperando un juego. Todo ese cariño que la gente nos profesaba cada vez que regresábamos de una competencia importante, esa era nuestra medalla, la máxima satisfacción, a la par de subirnos al podio.
Aunque no pudieron mantener los títulos de la generación anterior, volvieron a ser medallistas olímpicas, en esta ocasión de bronce. ¿Qué significó para ti?
Participar en unos Juegos Olímpicos es una hazaña. Es el máximo evento que puede experimentar un atleta. ¡Imagínate ser medallista olímpica! Es verdad que no fue la medalla de oro que todos quisiéramos, tú sabes cómo somos los cubanos de competitivos. El equipo era muy joven, aunque creo que lo hicimos bien. En Atenas dijimos que no habían muerto las Morenas del Caribe.
Para mí fue una experiencia maravillosa. No pude jugar al 100 %, porque, como siempre, las lesiones me traicionaron. Un día jugaba súper bien y al otro no podía dar un salto. Al final, lo importante es el resultado del equipo y fuimos medallistas de bronce olímpicas.
En todos los aspectos de mi vida me siento súper orgullosa de mí y de mis compañeras. A pesar de ser tan jóvenes, estábamos entre las mejores del mundo. Es algo que te llevas para toda la vida. En todo lo que hago hoy, todos dicen “Yaima, la medallista olímpica”.
Recuerdo también que Mireya Luis, aunque ya no jugaba, siempre nos apoyó desde el día uno. Se reunía con nosotras en las noches, estaba en los mítines. Su presencia fue un gran aporte en esa medalla; sentíamos que teníamos a una de las mejores —para muchos, la mejor del mundo— con nosotras, aun fuera de la cancha. El respeto y el cariño que le tenemos son muy grandes.
Sin embargo, en Beiing 2008 el resultado no fue el esperado y por primera vez en 20 años el equipo femenino de Cuba se quedó sin una presea olímpica. Luego de terminar invictas en la fase de grupos y vencer sin dificultades a Serbia en cuartos de final, caían en 3 sets ante Estados Unidos, a la postre medallistas de plata. ¿Cómo lo recuerdas?
Para esos Juegos tuvimos un año muy bueno, ganamos casi todas las competencias y el equipo estaba en óptima forma. Yo me había recuperado más o menos de una lesión de rodilla, pero prácticamente todas las jugadoras en mi posición tenían mejor rendimiento que yo. Entrenaba en la posición que Eugenio George me pusiera. Lo importante para mí en ese momento era ayudar al equipo.
Llegó la competencia y todo estaba fluyendo muy bien, sentíamos que realmente íbamos a ganar los Juegos Olímpicos, con grandes chances. Recuerdo que estábamos sentadas en las gradas esperando quién iba a ganar entre Estados Unidos e Italia para conocer nuestro siguiente rival. Creo que fue el factor psicológico, porque como les habíamos ganado a las americanas todo el año, dimos por hecho que también las íbamos a superar en semifinales.
¡Y muchacho, perdimos contra ellas! ¡Nos desmoronamos! Se nos fueron los sueños de cuatro años en un segundo. Ya después discutiendo el bronce contra China jugamos mal, y lo recuerdo peor aún porque uno de los últimos puntos fue un mal recibo mío.
Fue muy triste, porque teníamos un equipo para ser campeonas olímpicas, y más triste para mí, cuando sabía que no me quedaba más tiempo en el equipo nacional. Era mi ilusión retirarme por todo lo alto; pero no fue, no sucedió.
Las campeonas olímpicas en Beijing serían las brasileñas, rival que habían vencido un año antes en aquella emocionante final de los Juegos Panamericanos de Río 2007, en un Maracanazhino repleto ¿Qué sensaciones guardas de ese partido?
Tener una medalla olímpica es lo más grande, pero creo que ese fue el mejor juego de nuestra generación. Imagínate en Brasil, en aquel estadio enorme, con el público brasileño intenso como el nuestro, que sentimos el deporte con sangre en las venas. En el camino antes de llegar al taraflex había guardias con armas, porque aquello estaba lleno de gente.
Jugar en Brasil contra Brasil en una final. El mejor juego de nuestras vidas. Cuando ganamos, nos abrazamos, lloramos, no podíamos creerlo. Las brasileñas estaban súper tristes porque era prácticamente imposible que perdieran el tie break después de estar arriba 14-12. Pero remontamos y eso nos inspiró también para decir: “Vamos a ser campeonas olímpicas”.
Una vez finalizado los Juegos Olímpicos, dejas el equipo nacional. ¿Cómo inicia esa nueva etapa en tu vida?
Luego de los Juegos decido ir a ver a mi mamá, que estaba de entrenadora en Chile. Caminando literalmente por la calle Providencia, me para el gran diseñador Rubén Campos y me propone modelar. Desde ese momento me ayuda junto con Edgardo Navarro y un grupo de nutriólogos a bajar de peso, perder masa muscular. Fue todo un proceso. Cuando salías del equipo nacional, tenías que esperar dos años para jugar profesionalmente, por lo que comencé a modelar y, gracias a Dios, con el mejor de Latinoamérica.
Luego de esos dos años modelando volví a las canchas. Modelaba de vez en cuando, pero concentrada en el voleibol. En ese tiempo aprendí mucho, pues imagínate que te enseñan a caminar, tratarte el pelo, platicar. Recuerdo que cuando estudiaba en Cuba, había una asignatura que se llamaba Educación Cívica, Eso fueron Edgardo Navarro y Rubén Campos para mí.
¿Cuándo decides retirarte y ponerle fin a tu carrera deportiva?
Yo sabía que una vez que me retirara del equipo nacional, quería jugar profesional. Iba a tener aproximadamente tres años, por la condición de mis rodillas. Cuando llegó el momento de retirarme, me tomó por sorpresa. Estaba muy entusiasmada, tenía un nivel físico muy alto, jugando inclusive mejor que en Cuba. Recuerdo que estaba en Estambul, Turquía, con el Sariyer Belediyesi, que fue el último equipo en el que jugué profesionalmente. Viajé a Italia y mi médico me dijo que no podía seguir jugando. Caí en un estado depresivo brutal por dos meses.
¿Cómo lograste salir de ese mal momento?
Un día subo a la oficina de mi esposo, donde estaban pactando un viaje a una feria en Italia para comprar muebles para la decoración de un barco nuevo, y comencé a interesarme por el diseño, la decoración, y ahí comenzó la otra etapa de mi vida. A mí siempre me gustó eso.
Crear, diseñar, ser modelo, todas esas cosas han llegado a mi vida en diferentes etapas, pero son oficios que desde chiquita me han despertado curiosidad. Siento que aún me falta muchísimo, estoy empezando; pero creo que voy por el camino correcto, y cuando me he equivocado, lo tomo como una enseñanza y continúo. Es una etapa linda, aunque lo más importante de mi vida es ser mamá. Eso no tiene comparación.
¿Qué proyectos te ocupan, a qué te dedicas?
Tengo mi propia marca, que se llama Yo, by Yaima Ortiz, una marca estilo de vida. También escribí un libro de cuentos para niños (Mi vida en una pelota). Soy embajadora de Supreme Twins Foundation, una organización para niños con necesidades especiales. La filantropía es otra de las cosas que amo hacer en la vida.
Tengo la bendición de, cada vez que se me ocurre algo, tener la posibilidad de materializarlo. Me estoy preparando además para algo relacionado con el deporte que no lo he lanzado todavía, por lo que no puedo contarlo aún. Y, sobre todo, tengo a mi familia.
Tengo que preguntarte por tu boda, un evento por todo lo alto celebrado en la Habana en 2016, al que asistieron, entre otros, el grupo Orishas.
Estábamos en Estambul, y ponen la canción “Isla bella”, de Orishas, y mi esposo me pregunta qué decía la canción. Yo le hago la traducción, y me dice que él quería ese grupo en nuestro matrimonio. De ahí que tocara Orishas en nuestra boda en Cuba.
Toda la parte del diseño viene por él. Es uno de los mejores diseñadores de yates del mundo. Cambió la industria. Me siento afortunada de tener una persona tan inteligente a mi lado.
Para concluir, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
Me encanta estar con mi hijo, viajar con mi familia y mis amigos. Me gusta pasar tiempo con mis seres queridos. También necesito espacio para mis meditaciones, mis constelaciones. Soy una persona muy espiritual.