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¿Desde dónde mirar el malestar social en Cuba? Conversación con la psicóloga Patricia Arés

Es palpable el aumento de diversos indicadores de malestar: sensación de asfixia económica; frustración en relación al futuro de los hijos; pérdida de la esperanza de mejorar condiciones de vida; pérdida de capacidad de gerencia de la propia vida...

por
  • Ariel Dacal Díaz
noviembre 24, 2025
en Sin Permiso
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Foto: Kaloian.

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Resulta grato, estimulante y aportador, acercarse a las reflexiones de la reconocida psicóloga cubana, Patricia Arés Muzio. Su comprensión sobre los comportamientos humanos y sus circunstancias históricas abren un mundo amplio de perspectivas que, lamentablemente, no son de las más socorridas. 

Las redes sociales están plagadas de “consejeros” y “consejeras” cuyo denominador común es: “hazte cargo de ti mismo”. No son pocas las personas que consumen de manera acrítica estos enfoques; fenómeno que no es ajeno a la realidad cubana. 

¿Por dónde entrarle al tema del malestar psicológico? ¿Qué variables de análisis deben ser tenidas en cuenta? ¿Resulta un problema estrictamente personal? ¿Qué condiciones y alcances tiene el malestar social en Cuba, sumida en una profunda crisis?

Sobre estos asuntos converso con la profesora Patricia Arés, cuyos análisis dejan pautas necesarias para tomar conciencia sobre este asunto y ensanchar potenciales vías de solución. 

Desde la perspectiva de la psicología ¿qué condiciones e implicaciones tiene el malestar social?

Toda sociedad, en cualquier contexto histórico, genera grados de malestar subjetivo. El malestar social se ha extendido globalmente de las más diversas maneras, sea en la protesta ante la injusticia o en la queja frente al perjuicio, sea en la promesa de otro mundo o en el reclamo por este mundo, en la espera de la dicha o la rebeldía contra la desdicha; el malestar objeta, cuestiona, interroga. 

El mundo, a pesar de la gran vitrina de las oportunidades y del discurso mediático de la felicidad y la prosperidad, genera un monto cada vez mayor de malestares sociales, un aumento de las depresiones y crisis de ansiedad en amplios sectores.

El malestar social no es solo una expresión de la subjetividad individual, constituye una dimensión de la subjetividad social, configurado en el contexto de las interacciones de los individuos y sus grupos sociales y condicionado económica, social, histórica y culturalmente.

En la actual coyuntura cubana es importante analizar las confluencias y divergencias en la manera en que se articula el dolor emocional, el sufrimiento psíquico, con la desdicha colectiva; las molestias compartidas con el descontento público, ya que se influyen y potencian mutuamente, pero se gestionan y se tramitan con cursos y cauces diferentes. 

Los síntomas sociales del malestar tienen formas particulares de expresión; se asocian a una sensación colectiva de desasosiego, inseguridad existencial e incertidumbre con el futuro, resignación e impotencia, sentimientos de vulnerabilidad y descontrol sobre la propia vida, horizontes a corto plazo y desajustes de expectativas.  

Algunos estudios argumentan que un mayor grado de malestar social se correlaciona directamente con el aumento de la pobreza.  

Desde la subjetividad individual, el malestar social se manifiesta a través de diversas enfermedades que hoy son denominadas “patologías sociales emergentes”: cuadros de estrés y ansiedad generalizada, aumento de la depresión, crisis de pánico, “síndrome del quemado” en la vida laboral y del cuidador, estrés pos traumático, impulsos suicidas, diversas formas de maltrato y violencia, patologías del consumo, como consumo de drogas, compra compulsiva, bulimias, obesidad, ludo manías y adictos a la tecnología. 

¿Cuáles son las manifestaciones específicas del malestar social en nuestro país? ¿Qué relación guarda con la actual y extendida crisis?

Cuba ha vivido en pocos años una serie de cambios que han impactado sensiblemente la subjetividad de los cubanos y las cubanas. Los efectos negativos sobre los indicadores de salud (física y emocional) son cada día más evidentes a partir de la precarización de la vida. 

He tenido la oportunidad como psicóloga de acompañar a lo largo de mi carrera profesional a muchas personas y familias. No es difícil constatar el aumento creciente en diversos grupos etarios y unidades familiares de subjetividades afectadas: cuadros de ansiedad, depresión, estrés sostenido, hipertensión arterial, insomnio, infartos del miocardio, enfermedades psicosomáticas, cuyas causas van más allá de sus componentes puramente individuales o biológicos, provocados por el monto de problemas de difícil solución a los que se enfrentan.

Es palpable el aumento de diversos indicadores de malestar: sensación de asfixia económica; frustración en relación al futuro de los hijos; pérdida de la esperanza de mejorar condiciones de vida; pérdida de capacidad de gerencia de la propia vida (sobre todo adultos mayores pensionados); sensación de impotencia ante realidades; incertidumbre futura; sentimientos de indefensión ante la dilación de tratamientos médicos; percepción de que el sistema de salud distribuyen de manera desigual oportunidades y riesgos; duelos migratorios; desmembramientos familiares; calidad de los maestros, las condiciones de las escuelas y los materiales escolares; debilitamiento de las redes de apoyo formal e informal y del capital social disponible (amigos, profesionales de la salud conocidos, personas que ofrecían garantías de apoyo de diferentes servicios).

Se añade a este glosario el deterioro de la trama social propia de nuestra vida cotidiana, donde el asomo de relaciones contractuales, instrumentales y economicistas, erosionan los lazos de confianza, las relaciones de gratuidad y solidaridad, el respeto, la pertenencia.

En este contexto las familias se van convirtiendo en “estructuras precarias” que se organizan alrededor de la subsistencia y o del cuidado de personas en situación de dependencia (niños, niñas y adolescentes, adultos mayores dependientes, personas en situación de discapacidad) en las que se compromete sensiblemente la salud de sus miembros, el bienestar y el desarrollo en términos de realización personal y movilidad social ascendente.

¿Qué otros elementos se deben tener en cuenta para analizar el carácter y alcance del malestar social en Cuba? 

Ante las evidencias de estas condiciones, cualquier intento de reduccionismo en la lectura de procesos sociales complejos, puede simplificar el análisis y oscurecer la interacción de factores detonantes del malestar. La actual crisis va desde lo económico y social, al tiempo que gravita sobre lo cultural y espiritual.

A pesar del impacto de las medidas socio estructurales que en la década del 90 se tomaron en el país, se mantuvo en el imaginario social la voluntad de “salvar las conquistas de la Revolución”, con el líder histórico al frente que representó un resorte aglutinador y factor de importante de consensos y cohesión social. La crisis del Periodo Especial no devino en el desconcierto colectivo de la actual crisis. 

Entre los contenidos registrados en las matrices discursivas de las personas entrevistadas en las investigaciones y ámbitos de la consulta psicológica se destacan la percepción de debilitamiento de la función protectora del Estado. La sociedad cubana pasó de la idea de un estado dador, protector a un debilitamiento sensible de la protección del Estado hoy se vive una suerte de desamparo o sentimiento de “¿quién se ocupa de estos problemas?”, lo que produce sentimientos de angustia y vulnerabilidad.

El agotamiento de la ética sacrificial se incluye entre esos contenidos. La ética sacrificial se agota desde la reiteración y el agravamiento progresivo de las condiciones de vida y de la percepción sentida de que el esfuerzo continuado de las generaciones anteriores, no ha logrado cumplir sus promesas de bienestar y prosperidad.

Entre los asuntos más recurrentes, se marca la pérdida del apuntalamiento intersubjetivo de amigos, vecinos y familiares. No podemos eludir que hemos sido sujetos de múltiples espacios de socialización, casi exclusiva en el mundo: la familia, los amigos, los compañeros de estudio, de trabajo, el barrio, la cuadra, la beca. Esta realidad sui géneris ha servido de apuntalamiento intersubjetivo de las cubanas y cubanos con el que aprendimos a relacionarnos, siempre un amigo a la mano, un compañero de trabajo, un vecino. El problema del cubano nunca fue la soledad. 

El éxodo migratorio de los dos últimos años ha significado una pérdida sensible de ese capital social para cada uno de los cubanos y cubanas de diferentes grupos etarios, lo que ha potenciado sentimientos de duelo, desamparo y desprotección.

¿Es posible superar este malestar social? ¿Qué condiciones serían necesarias? 

Lo primero sería no ignorar el tema. El malestar social es una cuestión transversal al conjunto de la sociedad, con implicaciones para la agenda política y las instituciones. 

En ese sentido es necesario ofrecer a los operadores sociales, comunicadores, psicólogos, psiquiatras, médicos de familia, trabajadores sociales e introductores de política, rutas de comprensión y herramientas de análisis de los factores que generan altos niveles de malestar social y como lograr que sea tramitado de manera que favorezca la salud y el bienestar.

No está de más recordar que, para lograr mejores estándares de salud y bienestar, se necesita un mínimo en la satisfacción de necesidades básicas, una prosperidad material que trascienda y llegue a lo espiritual.

En el proceso de contención del malestar social, las instancias formadoras, la escuela, la familia, instituciones sociales, deben ofrecer sentidos de vida cargados de humanidad, cultivando relaciones de amor y solidaridad, abogando por el ejercicio pleno de los derechos, la participación en proyectos colectivos; fomentar la pasión por las artes, la literatura, el cine, el conocimiento, la música, que son reservas espirituales importantes que nuestro país conserva como antídotos al malestar social.  

Nuestro proyecto de nación hoy tiene que contar con los que están dentro, pero también con los que están fuera y muestren la voluntad de contribuir. Las políticas migratorias no deberían conspirar con la pérdida del arraigo de los que deciden emigrar, no solo para que no se queden anclados en la nostalgia, el resentimiento y la añoranza, sino para que sientan la oportunidad de mantenerse ligados a su tierra. 

En la búsqueda de salidas, es importante, además, reconocer la capacidad trasformadora del malestar social: potencial generador de nuevas ideas para transformar la realidad. Este canaliza la “digna insatisfacción”, el “justo coraje”, el “reclamo necesario” contra la desigualdad o la violación de los derechos básicos. 

Es imprescindible que el descontento no discurra hacia la violencia destructiva o al sufrimiento psíquico instalado como insuficiencia personal, sino en el reconocimiento de una “rabia oportuna” que no enferma, ni agrede, sino que reguarda la dignidad propia y la de los demás, que se canaliza en un querer cambiar la sociedad para mejor, transfigurando el descontento público, en acción social compartida.

El alcance de una sociedad mejor no viene de una resignación pasiva y un exilio al interior de la vida privada. Lo sano es que nuestra sociedad de curso y voz al malestar social allí donde están las posibles soluciones a los problemas, en salidas colectivas, en abandono de esquemas sociales rígidos e inoperantes, en respuestas institucionales, en políticas públicas eficaces. 

Etiquetas: crisis económica en CubafamiliaPortada
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Ariel Dacal Díaz

Ariel Dacal Díaz

Historiador y educador popular.

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