Joshua, Samuel, Yo, Layo, Evan y Charles, son seis jóvenes estadounidenses que apenas conocían hasta muy poco tiempo que Cuba era una isla cercana a las costas de su país. Solo lo que Alberto, su coach, les contaba: un lugar tranquilo, donde no hay tiroteos ni pandillas. Con él han aprendido a pelear “a lo cubano”, aunque en el mismo corazón de la ciudad de Houston.
“Algunos no tenían zapatillas para entrenar, pero en cambio tienen mucho corazón. Son muy valientes”, recuerda Joshua Nidever de su visita anterior a la Isla, cuando se enfrentó sobre el colchón a muchachos de su misma edad en Pinar del Río y La Habana.
Solo él –de madre argentina– y Samuel Mc Daniel –hijo de una cubana– han estado antes de visita y hablan fluidamente el español.
Pero los demás, todos entre los 15 y 20 años, se aventuran a decir algo en esa lengua, extraña para la mayoría.
Llevan casi 20 días conociendo la ciudad de Pinar del Río y entrenando bajo el sol cubano, en las pistas del combinado deportivo Guamá, cercano al lugar donde se hospedan.
En Texas, coinciden regularmente en el Alberto’s Wrestling, un club para enseñar a los niños los fundamentos de la lucha, bajo la tutela de Alberto Rodríguez, un pinareño radicado hace dos décadas en los Estados Unidos.
Profesor en la Universidad de Findlay, Alberto creó este gimnasio hace cuatro años, y hoy es considerado el mejor entrenador de Texas.
Los niños saben todo de él: 12 veces Campeón Nacional cubano; monarca de la Copa del mundo en 1988; doble titular Panamericano y cuatro veces medallista mundial de bronce, entre otros lauros. Pero, sobre todo, el éxito de Alberto está en esa manera de enseñarles con fidelidad, el estilo antillano, ese mestizaje entre la herencia soviética y búlgara, con adaptaciones propias.
“Somos una tierra de grandes luchadores, campeones mundiales y olímpicos. Todo lo que yo enseño lo aprendí aquí, desde que empecé a entrenar con doce años. No he cambiado nada. La preparación es la misma que recibí de mis profesores”, insiste Alberto.
“En Cuba pueden andar libres, sin problemas”, les aseguró a los padres de los muchachos cuando les propuso traerlos acá. Su idea era que intercambiaran con los niños de la Isla, y conocieran la tierra de grandes campeones como Mijaín López, Héctor Milián y Alejandro Puerto.
Desde hace varios días, el pequeño equipo vive el sueño de su entrenador. Con María Isabel, quien les cocina, o Camila, una amiga nueva en el barrio, han aprendido más sobre la realidad y las costumbres cubanas.
A Joshua le encantan los carros antiguos y Charles Hammaker se volvió amante de la comida nacional. En los ratos libres, también han jugado al futbol con los adolescentes de la zona.
“La vida es tranquila y la gente es muy sociable”, explica Yo Akiyama y se refiere a la ciudad, que para Layo Lanigan es “bonita y más rural” que las que conoce.
En el derrotero planificado se encuentran el Valle de Viñales y las playas de La Habana, e incluso esperan visitar los lugares en los que estuvo Ernest Hemingway.
“Al menos de la gente que conozco, creo que soy el único que ha viajado a Cuba. Lo mejor ha sido la experiencia, recorrer la ciudad y conocer el carácter de las personas, porque son muy amables. Además, los cubanos tienen uno de los mejores equipos de lucha del mundo”, cuenta Joshua, quien hace las veces de improvisado traductor.
Sobre la pista del combinado Guamá y en un gimnasio cercano, las personas los observan entrenar desde hace días. Su rutina consiste, básicamente, en practicar los movimientos, correr y hacer pesas.
Todos coinciden en su pasión por el deporte y en que, con Alberto, se han superado.
Charles era gordito, lento y “nadie pensaba que fuera a ser luchador”. Estuvo un año y medio sin ganar un combate, pero con el tiempo ha tenido grandes progresos.
Una victoria suya sobre Samuel, durante las clases de deporte en la escuela donde estudian, motivó a este último a incorporarse al club. “Me ganó con mucha facilidad y quise saber cómo lo había logrado. Un domingo fui al entrenamiento a ver cómo era y me encantó”.
“Elegimos la lucha porque es deporte más noble del mundo. Llevamos ya varios años con Alberto”, dice Joshua, quien estudia el segundo año de Negocios en la Universidad, a la cual accedió por una beca, precisamente, del deporte al cual consagra su vida, y que le paga alrededor de la mitad de los gastos.
Gracias a la reparación con el entrenador cubano, los miembros del grupo han obtenido resultados en importantes competencias a nivel de Estado. En la última de ellas Yo conquistó el segundo lugar.
Pronto algunos planean ir a la universidad como Joshua, mediante becas recibidas por su talento deportivo. Yo, por ejemplo, tiene decidido que será médico y Charles estudiará biología.
Para los chicos, aprender a luchar les impulsa a superarse en todos los ámbitos de la vida. No es solo cuestión de proyectar a tu oponente, sino un afán de mejoramiento que el deporte les ha inculcado.
En las aspiraciones de todos está el deseo de ser campeones; incluso, apuntan alto, hacia los juegos olímpicos, un lugar donde ya estuvo, una vez, su coach cubano.
Linda historia, con el deporte como puente
Sin dudas esta historia pone en alto una vez más la relevancia del deporte cubano…
Bonita historia. Expresión de todo lo que puede lograr el deporte… Mis respetos para el movimiento deportivo cubano