Hacia el final de esta entrevista Pedro Franco me dijo que en el teatro cubano debía operarse un cambio de piel. Entonces concluyó que la esencia no debía perderse, mientras en un balcón del Mejunje el agua comenzaba a salpicar como mismo él soñó que caería en su obra y no fue. Pero ya para entonces me había regalado otras revelaciones.
Pedro Franco dirige un grupo de teatro desde hace cinco años. Tendría a lo sumo 25 cuando empezó a liderar El Portazo, elenco matancero que ha logrado ganar reconocimiento en las tablas cubanas de hoy. Él, santaclareño de nacimiento, se mudó a Matanzas con tres años para luego regresar a Santa Clara más de una vez. Y fue en esta ciudad donde al parecer se dio cuenta de que su vocación era la dirección escénica, que ser actor no le resultaba tan atractivo.
“En 2006 formé parte de la Compañía Mejunje, bajo la dirección de Ramón Silverio, e interpreté el papel de Pisón en la obra La Odilea. Hacerlo me dio muchas alegrías, creo que es el personaje que mejor he encarnado y todavía la gente me recuerda por él. Pero luego de unos meses me fui, porque me aburrí. Y es simpático que diga esto viviendo en Matanzas, que es una ciudad muy aburrida, pero las posibilidades que tiene, su poder adquisitivo, eran más coherentes con mis intenciones artísticas, más beneficiosas para el teatro que me interesa hacer”.
Y el teatro que hace Pedro Franco tiene particularidades muy marcadas. En él se privilegia un espacio donde el público se incluye como actor y en el que las escenas, perfectamente estudiadas antes de la puesta, pueden construirse y variarse a medida que avanza la trama. Todo depende de las reacciones del auditorio, de las formas varias en que este asimila lo que se le ofrece.
“La concreción de lo que se puede entender ahora mismo como la poética del grupo, que es el modo en que asumimos la representación y los recursos que usamos para activar dispositivos de comunicación con el espectador, viene de un compromiso con la sinceridad, de una búsqueda de comunión directa, sin demasiada metáfora, sin demasiada edulcoración.
“De ahí salen los ritmos del espectáculo, de ahí nace la atmósfera, a partir de un estudio sobre el propio público, más allá de la vanidad de una parte del teatro cubano de verse a sí mismo en escena. A mí me parece que esa otra es una forma muy burguesa de consumo cultural, que no me atrae en lo absoluto”.
Lo que realmente le interesa a Pedro Franco, dice, es borrar la convención teatral lo más que se pueda de la mente del público a fin de escribir su discurso lo más diáfano posible sobre ese imaginario. Y para lograrlo solo cabe un procedimiento…
“Básicamente hay que moverle el piso al espectador y para ello hay que atacar directamente lo que él tiene pensado que será la obra: actor que representa, público que mira, no se compromete con eso, simplemente observa y al final emite un juicio. En mis espectáculos el público forma parte de la puesta, a través de mecanismos de dirección y manipulación. Yo entiendo lo político en el arte no solamente por lo temático sino por la relación que se establece entre una persona y otra, y entre nosotros también como un grupo de personas”.
A inicios de este 2016 Pedro Franco causó un terremoto entre los amantes de las tablas con la muy mediática CCPC. Especie de cabaret en el que se opera tal cual, la obra mereció el Premio Villanueva de la Crítica en este mismo año.
“Lo único que dice todo lo que ha pasado con este espectáculo es todo lo que está por decir”, comenta Franco sin cortapisas. Y el espectáculo habla por sí solo.
“Nuestro repertorio no está pensado para el circuito de grandes teatros –continúa el artista–, sobre todo por las estructuras de las puestas en escena. El Portazo comenzó su trabajo en lo que pudiéramos llamar teatro arena, con una audiencia de entre 30 y 50 personas. A medida que los espectáculos fueron visibilizándose en el país, empezaron a llegar otros segmentos de público a nuestro espacio.
“Un problema es que los directores y programadores de los grandes teatros en Cuba no están muy informados sobre las dinámicas de la dramaturgia cubana, por lo menos de la de mi generación. Cada vez hay menos directores que gestionen grandes espacios de representación, no hay una escuela de dirección en Cuba que te enseñe a llenar los espacios; entonces la gente está inventando cómo puede y está ensayando dónde puede. Las condiciones económicas sí determinan la producción y yo atempero la obra a esta situación”.
Una de las razones por las que a CCPC le faltó un aguacero en su montaje, y por las que el quehacer de El Portazo a veces exhibe una cierta precariedad, resulta totalmente intencional. Pedro cree que sus obras están muy mediadas por sus condiciones de producción, como también sucede en buena parte del teatro cubano. Entonces, dice, hay que enfrentarse a eso como una manera de resistir y de intentar un cambio.
“Me parece que la gente debería empezar a pensar en un teatro cubano de aquí a diez años. No se puede vivir solo en el presente, y de alguna manera debemos contribuir en este sentido, tener un compromiso con el desarrollo de las artes escénicas en la nación.
“Yo creo que a ese instante efímero en que tienes al actor delante de ti no lo va a superar nada, pero hay que empezar a mirar con luz larga y cada cual debe buscar su vía. Y no digo que sea necesariamente la mía… Debemos empezar a trabajar desde ahora para poder llegar ahí, porque el éxito no va a caer del cielo y el futuro lo labra uno mismo. Eso es lo que pretendo con El Portazo”.