Encorvado, desdentado, flaco como un garabato, apoyándose en un bastón Francisco Águila (más conocido como Aguilita) dice ser un “anciano de nuevo tipo”. En la galería del Mejunje se le puede encontrar tarde por tarde. Allí les explica a los visitantes, con su peculiar retórica rica en morcillas, los meandros de la historia local, los diversos contenidos y la oferta artística de la institución donde trabaja.
Tiene 63 años, pero parece de 85. Lo conocí a finales de la década de 1990. Era lector de la tabaquería LV-9, de Santa Clara. Muchos poetas y escritores fuimos convocados frecuentemente. “Para que bajen del Olimpo al Demos”, nos decía, “y nutran a los tabaqueros con los ágapes del espíritu”. En ese trabajo estuvo hasta 2015. La causa del divorcio no fue falta de amor.
Hace aproximadamente un año entré al Mejunje y la primera persona con quien me encontré fue Francisco Águila; me relató su odisea laboral –que para mí es también la causa de su derrumbe físico. Supe que Ramón Silverio, irrepetible director del Mejunje, lo había salvado, literalmente del hambre, y espiritualmente de la inutilidad, primero llevándole comida y ayuda económica a la casa, y luego ofreciéndole trabajo en su emblemático sitio. Era un enfermo, desempleado, y los proyectos que lleva a cabo el fundador del Mejunje no se dirigen solo a combatir la discriminación por preferencia sexual.
Con la clara intención de alabar a su protector, el amigo me soltó un latinazgo:
—Nec pluribus impar.
Y tiene razón, el fundador del Mejunje no es inferior a muchos soles.
Con algo de susto y mucha sorpresa quise que abundara:
—¿Y cuál es tu trabajo aquí, Aguilita?
—Contemplar la felicidad ajena –respondió con su aforístico estilo.
Fue entonces que me reveló su pertenencia a la etiqueta etaria que recién definiera. Y acto seguido me explicó, lo que según él, diferencia al anciano de nuevo tipo del tradicional:
—¿De qué habla un anciano tradicional? –me preguntó.
—Bueno…
—Pues habla de la bodega –cortó mi balbuceo–, de lo que vino a la carnicería, de la farmacia, del turno para hacerse un electro o una colonoscopía, de los nietos (que si se quieren ir, que si se quieren quedar), le ladra al perro, comenta la Mesa Redonda… ¿Y el de nuevo tipo, a qué se dedica? –volvió a emplazarme.
—Digamos…
—Lo suyo es la gozadera –siguió con la retahíla–, el baile, la espiritualidad, la obra de teatro que quiere ver. Se toma un café si le da la gana, una cerveza si reúne 25 pesos. No le importa que caiga una gotera en la sala, que la boya del inodoro no flote; que se queme la resistencia a la olla Reina; que no haya gas. Sobre todo sabe el número que salió en la bolita (a mediodía y por la noche), y prodiga lo que los sectores populares conocen como cábulas.
—Un anciano de nuevo tipo practica el existencialismo del siglo XXI, cuya característica principal es que no enajena al individuo, sino que lo devuelve a los deleites de un nihilismo optimista. Anota eso –concluyó.
Su rostro era el de un muchacho con juguete nuevo.
La historia de Aguilita como lector de tabaquería empieza en 1996, cuando lo designan para el cargo. Antes había sido director de escuela primaria, profesor de Historia en la enseñanza de adultos, y especialista de capacitación del sector de la construcción a nivel provincial. Posee los títulos de licenciado en Historia, profesor de secundaria básica e idioma francés. Hizo dieciséis cursos de maestría (¿un récord?) y siete básicos de postgrado.
Durante los diecinueve años que duró su trabajo como lector, impuso la creatividad, la energía, la inquietud, acorde con su temperamento, hiperactivo y enfilado hacia el constructo conceptual.
Hizo una clasificación de los tabaqueros según lo que él pensaba serían sus potencialidades de lectura. Para cada uno confeccionó un expediente. Al tabaquero clásico –más de 50 años según su nomenclatura– hay que leerle a Henri Barbusse, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Émile Zola, Honoré de Balzac, José María Vargas Vila, Franҫoise Sagan, Arthur Conan Doyle, Agatha Crystie, y hasta Corín Tellado. Los “tabaqueros emergentes” prefieren a Leonardo Padura, Paulo Coehlo, J. D. Salinger, Ray Bradbury, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Eduardo Heras León…
Sus penurias empezaron porque se salió del libreto.
Al sintetizar aquellos desaguisados vuelve a sorprenderme:
—Fui sancionado tres veces por defender la Revolución.
—¡¿Cómo?! –pregunté.
—Primero cuando autoricé a la realizadora norteamericana Pamela Sporm para que filmara en la tabaquería imágenes que luego utilizó en el documental Con el toque de la chaveta. Era necesaria la aprobación de Tabacuba y no la teníamos aún. Ya ella había rodado en Pinar del Río y La Habana, con los permisos en regla, pero el documento en nuestro caso se demoró un poco y yo acabé recogiendo viandas durante un mes en el Plan Yabú. El documental está ahí, sin problemas, pero yo pagué.
“La segunda vez fue cuando en 2012 presentamos en la tabaquería la revista Signos Nº 63, publicada bajo el lema “Eros, sexo y relajo”. Un artículo de José Miguel Sánchez (Yoss) titulado “Pingología básica cubana” llamó la atención de una funcionaria, que en el mismo acto de la presentación pronunció un tierno monólogo de repudio. Me mandaron a estibar matules de tabaco por un año. La revista está ahí, con muy buena aceptación, pero yo pagué de nuevo. Siempre he sido débil físicamente, y hasta cuando los otros estibadores trataban de echarme una mano con las pacas, los regañaban.
“Finalmente vino la debacle cuando en una asamblea de producción protesté porque en la aplicación del pago por rendimiento (la Resolución 17, concebida para estimular la producción, no la administración) los jefes cobraban un por ciento superior al de los obreros. Me aplicaron la tenaza: separación definitiva. Con lo que yo amaba mi trabajo. La famosa resolución la modificaron, pero yo quedé desempleado, y para colmo ya estaba enfermo.
Llega usted en las tardes el Mejunje y se encuentra a Aguilita, sonriente. Nunca falta al trabajo, para lo cual camina, valiéndose del bastón, los 3 kilómetros que separan a su casa de la sede. Luego los desanda, ya tarde en la noche. No importa de qué actividad se trate; allí estará, dispuesto a explicarle a cualquiera el sentido de lo que no lo tiene.
Asiste a “Arráncame la vida” (dedicada al bolero), los “Filingbusteros”, la “Trovuntivitis”, la “Rockoteca”, los “Viernes de la buena suerte”, los “Travestshow”. Contempla con deleite la felicidad ajena, se toma café cuando le da la gana y una cerveza si reúne 25 pesos.
Cuando nos despedimos, aquella tarde de hace aproximadamente un año, me soltó a boca de jarro el que tal vez sea su más deslavazado retruécano:
—La mitad de la Humanidad está medio loca, la otra mitad atesora la mitad que le falta a la mitad opuesta. Anota eso.
Gracias Riveron por tan ameno relato… Me gustaria conocer personalmente a este señor…
Que buen artículo, me encantó la forma de narrar del autor. Felicitaciones!
El pobre. Jodío pero contento.
Alfredo, si vive usted en Cuba, lo puede hallar en el Mejunje, como dice la crónica. Si vive fuera, anímese y de una vuelta por Santa Clara. El teléfono del Mejunje es 53 42282572. En las tardes sobre todo ahí está siempre Aguilita. Gracias por el elogio.
Lindo escrito. Bellas memirias. Sonrisas sobre verdades y lágrimas de recuerdos .Gracias mi amigo por compartir tan bellas líneas llenas de recuerdos bien
embalsamados.
La verdad es que aparenta 20 años más que su biología…Producen pena ajena las tres sanciones “por defender la Revolución”…, pero nada, aquí no ha pasado nada…