Hace unas décadas se hizo muy popular en el Caribe aquella tonada del que muchos consideran el Padre del Merengue dominicano, Johnny Ventura. La canción celebraba la profunda conexión de los hijos de Quisqueya con el “patacón pisao”. Así como pasa con el mofongo y el mangú, el origen lingüístico de los patacones teje un hilo secreto que da cuenta de cómo, para conformarse, el español en el Caribe se fue apropiando de fenómenos culturales. Un ejemplo de ello son ciertas actividades o cultivos de importancia para una región específica, entre ellos el del plátano, los cuales no siempre estaban sujetos a los dictados de la metrópoli española y que hicieron sus aportes también al idioma.
Se dice que el de República Dominicana fue el primer español, nunca mejor dicho, “aplatanado” del Nuevo Mundo. Por azares de la historia, se estableció en la que Colón nombrara como La Española, el primer asentamiento de importancia en las tierras “descubiertas” por el almirante. Unos años más tarde se convertiría en corte de ultramar, lo cual trajo consigo el arribo de numerosos emigrantes peninsulares, muchos de ellos procedentes de las regiones de Andalucía y las Islas Canarias.
Como en otras islas del archipiélago caribeño, el español allí tuvo que construir alianzas con la lengua de la población taína originaria, primero, y también con la de los africanos esclavizados que fueron llegando para sostener la economía de plantación. En medio de esa triangulación cultural, étnica y lingüística se fue consolidando una variante con rasgos propios, formas peculiares de nombrar el mundo y de relacionarse, tanto en el ámbito público como en el privado.
La presencia misma de las cortes implicó una relación más estrecha con normas y códigos de la variante castellana en expansión, considerada lengua oficial del naciente imperio y utilizada en documentos oficiales, como las conocidas Leyes de Indias. Sin embargo, fuera de la ciudad de Santo Domingo, y dependiendo de las características socioeconómicas de cada región de Dominicana, la relación con la norma se resentía considerablemente.
Otro factor a considerar, y que de alguna forma la emparenta a la dinámica de desarrollo del español en el Caribe, radica en los tempranos y profundos procesos de mestizaje étnico que atravesó la entonces colonia, los cuales naturalizaron la incorporación de palabras y frases, pero también influyeron de forma notable en el aspecto fonético y tonal de la lengua. Ello explica muchas cercanías, que suelen ser más visibles en la región donde existió una fuerte presencia de la cultura taína (República Dominicana, Puerto Rico y el oriente de Cuba) y donde las características del paisaje montañoso impidieron que la plantación azucarera alcanzara la hegemonía que tuvo en el occidente cubano, cediendo espacio a otros cultivos como el plátano, el coco, el café o la yuca.
De la lengua arahuaca de los taínos de Puerto Rico, Cuba y otras islas del Caribe insular, se preservaron en República Dominicana palabras como yuca, barbacoa, hamaca, anón, caimito, guayaba, guanábana, jobo, mamey, además de numerosos toponímicos y nombres de plantas o animales. Por su parte, las lenguas africanas trajeron aportes relacionados con alimentos tradicionales (gandul, ñame, fufú, mofongo, guineo) o con la vida social (chévere, bachata, pachanga).
Sin embargo, uno de los elementos distintivos de la variante del español en República Dominicana reside en sus peculiares características fonéticas. Estas, además, pueden variar entre tres grandes regiones del país: la zona del Cibao (que comprende a ciudades como Santiago de los Caballeros, La Vega y San Francisco de Macorís), la región del sur (donde se localizan Azua y Barahona) y el este de la isla (que incluye a la capital, Santo Domingo, y a ciudades como San Pedro de Macorís).
El Cibao se destaca por la influencia canaria y gallega en la lengua; allí son usuales los arcaísmos (“truje” por traje, “vide” por vi, etc.), además de la transformación en “i” de los sonidos de la “r” y la “l” al final de las palabras (“buscai” por buscar, “mai” por mal, etc.), o en palabras como padre (pai). Por su parte, en la zona sur del país se suele marcar la “r” a final de palabra o situarla en lugar de la “l” (“sarr” por sal). En el este, sin embargo, la “l” se sustituye por “r”, como en la variante fonética habitual de la norma (“caminal” por caminar), mientras que el sonido “s” puede aspirarse (“cuejta” por cuesta) o suprimirse (“cueta”). Asimismo, está muy extendida la muletilla “vaina” como indicativo de cosa, cuestión, suceso.
Más allá de estas peculiaridades regionales, que también pueden incrementarse a partir de diferencias entre clases sociales o circunstancias de carácter sociohistórico (particularmente en la región limítrofe con Haití), existen rasgos distintivos para la variante del español dominicano, que han sido descritas por los estudiosos del tema. Entre ellas, las más importantes serían:
- Intercambio de “r” en lugar de “l” y viceversa: “gobernadol” por “gobernador”, “er” por “el”, etc.
- Contracción de palabras, sobre todo las terminaciones “ado” y “ada”: “to” por “todo”, “na” por “nada”, “pa” por “para”, “sobrao” por “sobrado”, “prepará” por “preparada”, etc.
- Refuerzo velar de “hue”: “güevo”, “güeco”, “güeso”.
- Aspiración de la “h”: “jalar”, “jarto”.
- Contracción de diptongos: “Uropa” por “Europa”, “ucalito” por “eucalipto”, “numonía” por “neumonía”.
- Sustitución de “u” por “o”: “buhío” por “bohío”.
- Cambio de “i” por “e” en diptongos: “meniar” por “menear”, “peliar” por “pelear”.
- Simplificación de la “x” como “s”: “esato” por “exacto”, “seso” o “selso” por “sexo”.
- Omisión de “s” al final de sílaba tónica: “ve” por “ver”, “salí” por “salir”, “vendé” por “vender”, “compráselo” por “comprárselo”, etc.
- Desaparición de sonido “s”, “z” o “x” a final de sílaba: “contruí” por “construir”, “lapi” por “lápiz”, “etremo” por “extremo”, etc.
Algunas de estas características, con sus matices geográficos, se repiten especialmente en los otros dos países del Caribe hispanófono: Cuba y Puerto Rico, aunque no de forma regular.
En el campo del léxico y la fraseología, la variante dominicana del español atesora expresiones como “mamagüevo” (tonto, idiota), “tató” (está todo bien), o la ya mencionada “vaina” (cosa, asunto, cuestión). Al igual que en el oriente cubano, el plátano es “guineo”. La “percha” es el perchero o gancho, “cuarto” es dinero, “lechosa” la papaya o frutabomba, “motoconcho” un mototaxi y “zafacón” el bote de basura.
Del inglés, como en muchos otros países de América Latina, han sido rebautizados muchos términos: jonrón, conflé (por corn flakes), pampel (por pampers), yipeta (por jeep), guachimán (por watch man, vigilante), cachú (por ketchup), entre otros.
Sin dudas, muchos hispanohablantes hallarán cercanías y distancias con sus propias variantes regionales del español. Más allá de prejuicios y dictados académicos, son precisamente estas singularidades las que van descubriendo, poco a poco, el colorido horizonte de esta lengua global. Por hoy, cerramos esta vaina, a ritmo de “patacón pisao”.