El cubano es un pueblo de fe. Lo ha sido a lo largo de su historia y lo es hoy, más allá de tribulaciones y carencias cotidianas, de contrastes ideológicos y diferencias políticas, de edades y colores de la piel, de lugares de origen o residencia.
La religiosidad, quiérase o no, es parte indisoluble de la cultura, del alma nacional. Y lo es, incluso, por encima de las propias fronteras religiosas, de las denominaciones cerradas y las liturgias diferenciadoras que dividen, más que unir, entre unas iglesias y otras, entre cultos practicados por un solo tipo de creyente.
Puede que eso exista en Cuba ―que lo hace―, pero no es la única Cuba, la más raigal.
Este 4 de diciembre los cubanos celebramos, como cada año, a Santa Bárbara, una de las santas más veneradas en la Isla y no solo por los feligreses católicos. Su Santuario Nacional, situado en Párraga, en el municipio habanero de Arroyo Naranjo, volvió a abrir sus puertas a todos los creyentes y aunque esta vez no hubo peregrinación por la COVID-19, muchos volvieron a realizar sus ofrendas y mostrar su devoción.
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El Santuario, a poco de cumplir 70 años, se llenó nuevamente de rojo ―el color de la santa― y también de blanco, de flores y velas encendidas, de deseos y fervorosas peticiones por el bien familiar y del país, de esperanza y solemnidad. La unión, el amor, el respeto y la prosperidad fueron destacados durante la misa por la fecha, un mensaje que trascendió a los asistentes para dirigirse a los cubanos de cualquier credo.
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Porque Santa Bárbara ―como la Virgen de la Caridad, San Lázaro o la Virgen de Regla― no es reverenciada en Cuba solo por los católicos. En esta Isla de mixturas y transculturación, ella es también Changó ―o Shangó― con su hacha, en lugar de espada, y su rayo, y su vestimenta roja, y su temple guerrero.
Su legión de fieles lo es también muchas veces de la deidad yoruba, uno de los orishas principales de la Regla de Osha, pero también de otras prácticas y creencias populares, donde lo occidental y lo africano se cruzan, se ramifican, para teñirse de cubanía y dar cuerpo a liturgias en las que las iglesias tradicionales se desdibujan sin perderse por ello el fervor y la religiosidad.
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Allí, en esos cultos sincréticos y singulares, en sus toques y cantos, palpita la adoración a la santa, decapitada según la leyenda por su propio padre, y metaformoseada en Cuba con Changó, el rey del trueno y del tambor.
Y así palpitó también en este sábado en el Santuario de Párraga, en una celebración más contenida y condicionada por la pandemia, con mascarilla y desinfectante, pero, por encima de todo, con mucha fe. La fe que hermana por encima de las diferencias y que alienta un mejor camino hacia el porvenir.