Monasterio de Yuso, los orígenes de nuestro español

Recorrer el monasterio de Yuso es un viaje en el tiempo y en la historia, en especial la que nos une a todos los hispanohablantes.

Vistas exteriores del monasterio de Yuso, enclavado en el Valle de San Millán, en la Rioja. Foto: Alejandro Ernesto.

Si de los orígenes del idioma español —el segundo más hablado en el mundo— se trata, creo que la mayoría de los hispanohablantes de esa patria grande que es América pensarían, invariablemente en “El Quijote” o, como mucho, tirando un poco más de la memoria, en el “Cantar del Mio Cid”, escrito en el siglo XII.

Pocos sabemos —yo lo supe cuando aterricé en España— que los primeros textos escritos en castellano, al menos de los que se tiene noticia y que aún se conservan, los escribió un anónimo monje benedictino, allá por el siglo XI, en el monasterio de Yuso, localizado en San Millán de la Cogolla, en tierras riojanas.

No se trata de una novela o de un poema. Lo que aquel señor escribió fueron unas glosas o anotaciones en uno de los márgenes del folio 72 del Códice 60, un libro religioso del siglo X escrito en latín. Este breve texto es conocido actualmente como “Glosas Emilianenses”, y el original se conserva en la Real Academia de la Historia, en Madrid, mientras que en el monasterio donde fue escrito se exhibe una copia facsimilar.

Facsímil de las Glosas Emilianenses exhibido en el monasterio de Yuso.

Esta reproducción fue la que pude ver hace poco al visitar el monasterio de Yuso. Un lugar que conocía y que había retratado unos meses antes desde la distancia, y que me había impresionado por su belleza y magnificencia.

Vistas exteriores del monasterio de Yuso, enclavado en el Valle de San Millán, en la Rioja.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997, el monasterio de Yuso (el de abajo) fue construido entre los siglos siglo XVI y XVII por monjes benedictinos provenientes del pequeño monasterio de Suso (el de arriba) que, al parecer, ya les quedaba pequeño y era imposible de ampliar dada la orografía rocosa del lugar donde había sido edificado. 

Vista exterior del monasterio de Suso, edificado por San Millán a partir de unas grutas en la montaña.

Interior del monasterio de Suso, a la derecha protegida por azulejos, se encuentra la viga que supuestamente alargó San Millán.

 

El nuevo monasterio veneró, y aún lo hace, a San Millán de la Cogolla, un eremita nacido en el 473, que durante tres años fue párroco del diminuto pueblo de Berceo, donde compartía el dinero de la iglesia con los pobres, lo que le trajo problemas con la jerarquía católica. Tal vez por eso, y quiero pensar que bastante molesto, se fue a unas cuevas en la montaña, donde fundó el pequeño Suso. Allí vivió y obró milagros. Sanó enfermos, realizó exorcismos, multiplicó el vino (hubiera querido ver y beber ese milagro) e incluso alargó una vara de madera que aún se conserva. En Suso murió el buen hombre a los 102 años.

Volviendo al gigantesco monasterio de Yuso: entre los tesoros que albergan sus predios está la arqueta con las reliquias (los restos, los huesitos) de San Millán, quien fue santificado en 1030. Hecha de madera y con su interior forrado con tela árabe, está decorada con 22 placas de marfil que narran la vida y milagros del santo.

Arqueta que guarda las reliquias de San Millán de la Cogolla en Yuso.

Esta obra de arte, que data del siglo XI, es la arqueta-relicario más antigua que se conserva en España y fue casi destruida en 1809, cuando tropas francesas robaron las placas de marfil, piedras y metales preciosos de allí. Recientemente y gracias a Dios, o a otro milagro, la arqueta ha sido restaurada y se exhibe en uno de los salones del monasterio.

Arqueta que guarda las reliquias de San Millán de la Cogolla en Yuso.

Pero este no es el único tesoro que se puede ver en Yuso. En la Sala de Cantorales se muestra una colección de 25 libros de cánticos religiosos del siglo XVIII. Hechos con piel de ternero recién nacido y con un peso de unos 50 kilogramos cada uno, se guardan en los estantes originales y con un sistema de ventilación e iluminación creado por los monjes hace siglos, lo cual ha permitido que se conserven en perfecto estado. Esta sala se ubica al lado del coro de la iglesia, seguramente para facilitar el traslado de tan pesados libros.

Libros del siglo XVIII almacenados en la Sala de Cantorales del monasterio de Yuso.

También es importante la biblioteca del monasterio que ha sido recientemente abierta al público y en la que se resguardan miles de libros centenarios. Aquí se encuentra el “infiernillo”, una pequeña estancia a la que se accede por una portezuela y que era el lugar donde los monjes guardaban los libros prohibidos por Santo Oficio.

Un guía muestra uno de los libros centenarios que se conservan en Yuso.

Uno de los libros centenarios que se conservan en Yuso.

Pero no solo libros hay en este edificio religioso donde se mezclan los estilos renacentista y barroco. En Yuso podemos apreciar también un bello púlpito de madera, obra de Alonso Berrugete, uno de los mayores exponentes de la escultura renacentista española.

Púlpito elaborado por el artista renacentista Alonso Berruguete, una de las joyas del monasterio de Yuso.

Recorrer Yuso —al menos la parte que se puede visitar, pues hay áreas cerradas al público en la que viven unos pocos religiosos de la orden de los Agustinos Recoletos— puede llevar unas dos horas, y es casi un viaje en el tiempo. El tiempo allí se va volando mientras se admira la imponente arquitectura del lugar, la belleza de sus pinturas, la riqueza y magnificencia de sus altares y los pórticos bañados en oro, todo el tiempo bajo la amenazante espada flamígera que San Millán blande en muchas de sus representaciones (pinturas, imágenes), pues también fue guerrero, y de los buenos, este señor.

Dos horas de contacto con la historia, en especial con la del idioma que nos une a todos los hispanohablantes. Dos horas durante las que, como buen cubano que no puede vivir sin el “choteo”, caminaba por tan venerable sitio con mi cerebro dando bandazos entre monjes anónimos y textos milenarios, tarareando aquel estribillo de Pedro Luis Ferrer “Ay que felicidá, como me gusta hablal español”.

Salir de la versión móvil