Hace más de cinco siglos, tres embarcaciones de banderas españolas surcaban el mar Caribe en busca de una nueva ruta comercial y marítima hacia la India, con el propósito de monopolizar el comercio de las especias. Eran las famosas carabelas Santa María, La Niña y La Pinta, al mando del célebre Cristóbal Colón.
Tras 72 días de navegación, exactamente en la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando los ánimos de los expedicionarios estaban muy caldeados, se oyó a Rodrigo de Triana, el vigía de La Pinta, gritar desesperadamente una y otra vez: “¡Tierra a la vista!, ¡Tierra a la vista!”. No era una alucinación. Un par de horas más tarde desembarcaban en una isla de las Bahamas llamada Guanahani.
“Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra y hizo las señas que el Almirante avía mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana…”, puede leerse en la transcripción que sobre el diario a bordo de Cristóbal Colón hizo Fray Bartolomé de las Casas, antes de que los manuscritos originales del almirante se perdieran.
Luego de unos días, los españoles levantaron anclas, izaron velas y zarparon en busca de una gran isla de abundante oro, que los aborígenes llamaban Colba. Colón suponía que se trataba de Cipango (actual Japón), el archipiélago descrito por Marco Polo, el renombrado navegante y mercader italiano que dos siglos antes de los viajes del genovés, había escrito varias crónicas sobre sus periplos y descubrimientos en Asia.
Los españoles creían que estaban descubriendo tierras vírgenes, pero estas ya habían sido descubiertas y copadas desde hacía más de 14 000 años por diferentes oleadas migratorias de personas que llegaron en canoas desde varios puntos de lo que hoy conocemos como América.
Es más, Colón y otros marinos españoles se pasearon más de una vez por estas tierras y no fue hasta varios años después que descubrieron que no solo a donde habían llegado no era la India, sino que no conectaba vía terrestre con Europa. Se trataba de otro continente, al que a partir de 1507 bautizaron como América.
Llegaron entonces hasta Cuba, que no se llamaba así, y que nombraron Juana, en honor al joven príncipe Juan, primogénito de los Reyes Católicos. Divisaron las costas del nuevo destino el 27 de octubre y fondearon a la altura de lo que hoy conocemos como Nuevitas, pueblo pesquero de la provincia de Camagüey. Pero desembarcaron a unos cientos de kilómetros al este de este punto, al otro día, luego de entrar en una bahía de diáfanas aguas, en cayo Bariay (actual provincia de Holguín) y de navegar un trecho siguiendo el curso de un río.
Aunque el punto de la geografía cubana por donde desembarcaron los españoles en 1492 no ha dejado de ser objeto de polémica hasta nuestros días, a partir de 1937 se adoptó Bariay como el sitio oficial del hecho. Así lo certificaron varios geógrafos e historiadores de varios países, a partir de múltiples estudios basados en las rutas marítimas y paisajes descritos en el diario de Colón.
“(…) Surgió dentro, dice que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio, lleno de árboles, todo cercado el río, hermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros aparejos de pescar y muchos fuegos dentro, y creyó que en cada una casa se juntan muchas personas”. De lo anterior, extraído del diario, es conocida y popular la parte de “dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio”.
Pero esa expresión no fue una exclusividad para la Mayor de las Antillas. Al parecer, ante tantas bellezas que iba conociendo, Colón se volvió verborrágico y los elogios le brotaban como el agua en los manantiales.
Si a Cuba le ofrendó piropos, de Guanahaní manifestó que era la isla más hermosa que vio. Y, cuando llegó a La Española, actual Santo Domingo y Haití, no se contuvo y declaró que es la más hermosa cosa del mundo.
Más allá de toda la admiración y el hecho histórico que significó el encuentro de las dos culturas, lejos estaba de imaginarse el mismísimo Cristóbal Colón, al llegar a Cuba, que su expresión más conocida sería parafraseada y convertida en el principal slogan turístico de la Isla, siglos después.
“Cuba, la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”, puede leerse impreso en una gigantografía de una playa en el aeropuerto Internacional José Martí; en una valla a la entrada de Varadero; en el calendario con paisajes de los campos de Viñales; en una terminal de ómnibus en Santa Clara y en los cabezales de cuantas páginas web de turismo puedan existir, que promocionan el destino y la marca Cuba por el mundo.
Nota del autor
Las fotos fueron tomadas en el Parque Monumento Nacional Bariay, sitio por donde desembarcó Cristóbal Colón al llegar a Cuba. Las escenas recrean el hecho histórico del encuentro de las dos culturas. Fueron tomadas durante la Fiesta de La Cultura Iberoamericana, que se desarrolla cada octubre en Holguín desde 1993, a raíz del V Centenario del Encuentro de los Dos Mundos y en el contexto del desarrollo creciente de las relaciones de Cuba con las naciones de Iberoamérica.