El Gauchito Gil

Hay altares dedicados a El Gauchito diseminados por ciudades, pueblos y, sobre todo, a la orilla de intrincados caminos y grandes autopistas de Argentina.

Antonio Plutarco Cruz Mamerto Gil Nuñez era su nombre. Nació un 12 de agosto, presumiblemente del año 1847, en los campos de Mercedes, en la provincia argentina de Corrientes. En esos mismos parajes, el 8 de enero de 1874 o 1878 fue degollado.

La historiografía no ha podido determinar el año exacto de la llegada de Antonio Gil al mundo. Tampoco el de su muerte. Lo que sí es un hecho contundente es que con su asesinato nació un mito: El Gauchito Gil, santo pagano de la Argentina… Al que más devoción popular le profesan por estas tierras.


La biografía de esta renombrada figura refleja varias versiones. En todos los relatos sobran los condimentos que la hacen legendaria, a tal punto de trascender en el tiempo.

Desde su adolescencia, la periodista Mercedes Nieto es asidua visitante al santuario de El Gauchito, que se alza en el barrio de San Carlos, en la ciudad de La Plata.  Ella no solo es devota, sino que ha estudiado todo lo que gira alrededor de la figura de este célebre personaje.


“El joven Antonio Gil se distinguía por una mirada penetrante e hipnótica. Se dice que era temible para los enemigos y fulminante para las mujeres. Se le solía ver muy divertido por los bailes y las fiestas, en especial la de San Baltazar, el santo cambá, que era devoto de San La Muerte. También era muy buen jinete y experto con el manejo del facón. La historia registra, además, que fue un peón rural (por eso lo de gaucho), que sufrió los horrores de pelear en la Guerra de la Triple Alianza y que Ñandeyara, el dios guaraní, se le apareció en los sueños, ordenándole que no derramara sangre de sus semejantes”, cuenta Mercedes.

Antonio Gil abandonó el ejército y fue declarado desertor. Fue perseguido por ese motivo y por la disputa con el comisario del pueblo, por una mujer. También se convirtió en una especie de Robin Hood pampeano. Asaltaba y robaba a los ricos para repartir el botín entre los más pobres.

Un día, tras una fiesta, fue baleado por la policía. Sobrevivió gracias a un amuleto de San La Muerte que colgaba de su cuello. Fue capturado y degollado a pocos kilómetros de su casa.

“Los relatos orales cuentan —detalla Nieto— que aquel 8 de enero de 1874 o 1878 para otros, decidieron trasladarlo a la ciudad de Goya para ser juzgado, pero en el camino los miembros de la tropa lo colgaron boca abajo en un árbol y el coronel Velázquez lo degolló. Ninguno de los soldados se atrevió a ejecutar el acto. Dicen que su sangre cayó como una catarata que la tierra se bebió de un sorbo”.


Antes de su funesto final, cuentan que le vaticinó a su verdugo que el hijo de este caería muy enfermo. Como único se salvaría el chicho sería si el militar le rezaba a El Gauchito Gil. El coronel lo escuchó y ejecutó la sentencia.

Al llegar a su casa, el coronel Velázquez encontró a su hijo agonizando. Siguió las instrucciones de su víctima y su hijo sanó. El militar volvió a la escena del crimen, descolgó el cuerpo de Antonio Gil y con ofrendas lo sepultó dignamente.

Desde entonces, el mito del milagroso Gauchito Gil corrió de pueblo en pueblo y su figura se diseminó por todo el país.

En el lugar donde presumiblemente fue ejecutado, se construyó un santuario donde cada 8 de enero llegan cientos de miles de peregrinos para pedir deseos e invocar por protección y salud. Hay otros altares dedicados a El Gauchito diseminados por ciudades, pueblos y, sobre todo, a la orilla de intrincados caminos y grandes autopistas del país.

En esos sitios sagrados nunca faltan cigarrillos, vino, monedas, billetes y velas como ofrendas. Las dejan cristianos, convictos, futbolistas, jueces, políticos, artistas y hasta muchas de aquellas personas que se autodenominan ateos.

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