Quedar absorto ante la obra de Francisco Salamone pudiera ser la huella ineludible de este célebre ingeniero y arquitecto italo-argentino. Tan temprano como en la primera mitad del siglo pasado, Salamone hizo del monumentalismo y la espectacularidad su firma creativa.
Lo más trascendental de sus cuatro décadas de trabajo fue ejecutado en solo cuatro años: desde 1936 a 1940. Se trata de un conjunto de obras extraordinarias, visibles en las provincias de Córdoba y Buenos Aires: 12 Palacios Municipales, 16 Delegaciones Municipales, 13 Plazas y plazoletas, dos Mercados Municipales, 14 Mataderos Modelo, dos portales de Parques, seis cementerios, siete portales de cementerios y otras obras públicas hechas de hormigón armado.
Las estéticas modernistas, lo imponente y sensacionalista de esas construcciones, en medio de pueblos casi perdidos de la pampa húmeda, le concedieron relevancia a esas urbes. Precisamente fomentar el crecimiento socioeconómico fue el cometido de Manuel Fresco, gobernador por entonces de la provincia.
En esa época la fachada del Estado fuerte se apuntalaba sobre la materialización de las obras públicas. La arquitectura era la manera más directa y vistosa de construir ese simbolismo de poder.
El gobernador le encomendó al joven arquitecto Salamone proyectar y construir gran parte de las obras que integraron el Plan de Obras Públicas de su gestión, para lo cual lo proveyó de los recursos necesarios y la libertad absoluta para su creación, aunque no consta que Salamone haya sido funcionario del gabinete de Fresco.
Como han sugerido historiadores del Centro Cuultural Salamone, no se ha comprobado que Fresco y Salamone fueran íntimos. Si bien el beneplácito del gobernador era un hecho, también se cuenta que Francisco viajaba por esos pueblos y convencía a los intendentes de que lo contrataran mostrándoles sus proyectos modernos dotados de una identidad Art Déco, futurista y funcionalista.
“La arquitectura que propone Salamone, básica y provisoriamente atribuible a la corriente Art Déco, se revela extraña y exótica, como un ‘grito al paisaje’, cuando emerge insólita en el ambiente de la ruralidad pampeana”, escribe el arquitecto argentino Jorge Ramos en una investigación titulada “Salamone en la pampa: una estética del Justismo”, y publicada en 2001 por el Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”, que tiene como sede la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.
Si la arquitectura es, entre muchas otras categorías, forma y función, la primera es precisamente el sello identitario salomónico.
Los pórticos de varios cementerios se alzan majestuosos. En el de Saldungaray se impone un enorme círculo en la fachada con la cabeza de Cristo en el centro de una gran cruz.
También destaca el de la localidad de Laprida, que tiene un Cristo de cuerpo entero, de 11 metros, crucificado en una cruz de 32, 5 metros de altura, la más alta de su tipo en Sudamérica.
Pero de todos los portales de cementerios donde dejó su firma Salamone, el más visitado es el de la ciudad de Azul. No es para menos. En su entrada, coronado por las siglas RIP (Requiescat in pace), se alza una escultura del Arcángel San Gabriel representado como un coloso Ángel de la Muerte. Esta obra Art Déco, hecha en 1938, de 23 metros de altura y 43 de frente es popularmente conocida como “El Ángel Exterminador” por los pobladores de Azul.
“Decir ‘mole’ es poco. Decir ‘el horror’ es poco. Decir ‘Apocalipsis ya’ es poco. Decir ‘todos vamos a morir’ es poco. Pero todo eso es lo que acomete —más un insulto— cuando se queda de cara a esta cosa. El portal resume como ninguna otra pieza lo irreversible del final: vamos a morir”, detalla sobre el cementerio de Azul la escritora argentina Josefina Licitra, en su crónica “Francisco Salamone, el hombre de piedra”, publicada por la revista Orsai.
Las torres de los palacios municipales son otro signo distintivo de la obra de Francisco Salamone. Simbolizan la avanzada de la civilización sobre la barbarie.
El ejemplo más relevante es el Palacio Municipal de Carhué, inspirado en los postulados de la Escuela de la Bauhaus, el centro del movimiento moderno arquitectónico y de diseño más importante del siglo pasado.
Por último están los mataderos, instalaciones industriales donde se sacrifican animales para su procesamiento y posterior comercialización.
A diferencia de los cementerios o los edificios públicos, hoy una parte significativa de los mataderos construidos por Salamone está en ruinas, cerrada o reconvertida. Tal es el caso del ex matadero Municipal de Carhué, un lugar hoy solitario en medio de un paisaje desolador. O el de Balcarce, que ha corrido con otra suerte pues es sede del Centro Cultural Salamone y ha acogido la 15ª edición del Congreso Mundial de Art Déco.
Los mitos que rodean a Francisco Salamone sobrepasan a su obra arquitectónica. Su figura ha sido también diana de muchas historias. Entre ellas la de ser un “arquitecto maldito” o “fascista” por abrazar al Art Déco, corriente artística muchas veces mal juzgada como un “estilo fascista”. También por su relación con el gobernador Fresco, quien tenía como lema de campaña “Dios, Patria y Hogar” y sí era confeso admirador del dictador Benito Mussolini, líder del Partido Fascista en Italia.
Lo cierto es que Salamone fue un gran arquitecto que tuvo la oportunidad de construir un conjunto de obras monumentales con tecnologías constructivas innovadoras para la época, como el hormigón armado.
Francisco Salamone murió en Buenos Aires, el ocho de agosto de 1959, a los 62 años, prácticamente olvidado. Con el tiempo, su obra fue reivindicada y considerada un pilar en la historia de la arquitectura en Argentina. Su figura y su legado hoy son foco de investigaciones y forman parte de los programas de estudios de la carrera de arquitectura en varias universidades del mundo.