Es imposible quedar indiferente luego de recorrer La Avenida Paulista, en São Paulo, Brasil. No importa quién sea el forastero. Ni si ya ha conocido Tokio, París o Nueva York, tampoco importa si es una persona poco o nada impresionable. La cuestión es que esta arteria de nada menos 15 cuadras, ícono de una de las metrópolis más pobladas del mundo, te envuelve, te traga, te deja, —como mínimo—, con la boca abierta.
Son apenas 2.800 metros donde se entremezclan, en un mismo paisaje urbano, monumentales edificios, contrastes sociales, centenares de autos, grandes shoppings, hoteles de renombre, un parque boscoso, miles de personas yendo de un lado a otro, arte e historias cotidianas.
Con ínfulas de grandeza y dirigida a la clase burguesa y cafetalera fue que se proyectó esta obra en la segunda mitad del siglo XIX. Por entonces, São Paulo tenía una población de 100.000 habitantes (en el presente la ciudad acoge a más de 12 millones personas). Los terrenos escogidos quedaban en una zona selvática, alejados de la parte colonial, hoy conocida como casco histórico.
Su creador fue el ingeniero uruguayo Joaquim Eugênio de Lima, quien residía en São Paulo y estaba casado con una brasileña. El 8 de diciembre de 1891 fue la inauguración de la flamante avenida. Desde entonces se le concede suma importancia, a tal punto que fue la primera vía pública asfaltada de la ciudad.
La fisonomía original de “La Paulista” mostraba un paisaje residencial, rodeado de gran vegetación. Se levantaron grandes palacetes, los que fueron derribados a mediados de la década de 1950 con el advenimiento de la especulación inmobiliaria y la expansión urbanística. En su lugar, comenzaron a construirse edificios para oficinas.
Ya para la década del ochenta la avenida era un “bosque de concreto”, con gigantes edificios de hasta 30 pisos.
En esos inmuebles, devenidos bancos, algunos, y sedes corporativas de importantes transnacionales, otros, se cuecen cada día grandes negocios que impactan en la economía de toda la región. De ahí que São Paulo sea el epicentro financiero de América Latina.
Sin embargo, la joya arquitectónica de La Avenida Paulista no es ningún rascacielos sino la sede del Museo de Arte de São Paulo. Fue diseñado en 1958 por la arquitecta Lina Bo Bardi y construido 12 años después. Es un gran bloque suspendido a 8 metros del suelo, sostenido por dos cintillos o vigas, pintadas de rojo. El edificio está considerado como siendo una de las reliquias de la arquitectura moderna de Brasil y, en su momento, fue la planta libre más grande del mundo.
Cruzando la vereda, frente al museo, reverdece otro de los símbolos paulistas: El parque Trianon, pulmón verde de la avenida. Son 48.624 metros cuadrados de bosque con senderos, puentes, esculturas, bancos para el descanso y árboles centenarios. Este oasis en medio de tanto hormigón y asfalto es de las pocas huellas que quedan de aquella selva que vio un día nacer de sí a La Avenida Paulista.
La inmensidad de las construcciones, el colorido, las personas impecables vestidas de traje y corbata, los turistas, las vidrieras que exhiben hermosos vestidos y zapatos, los bancos, los hoteles, los McDonald’s, los autos último modelo… todo eso y más fastuosidades contrastan con las deshilachadas carpas instaladas en algunas esquinas, las personas que tiran de un carretón y recolectan residuos en los contenedores de basura. También con otras que duermen a la intemperie, en medio de la acera, como si no existieran. Y lo más doloroso: familias enteras buscando alguna caridad que les permita comer.
Lo de las personas en situación de calle en São Paulo es alarmante. Según cifras de un censo hecho por la Estatal de la Población Sin Hogar (MEPSR-SP) hace algunos años, hay más de 66.000 personas sin hogar en la ciudad más rica del país. Hoy ese número hay que multiplicarlo por cuatro.
Esa pobreza, esa desigualdad, los grandes empresarios no la alcanzan a ver, no se la cruzan porque no llegan en auto a La Avenida Paulista. Los magnates aterrizan en los helipuertos instalados en los últimos pisos de los rascacielos.
Así de cosmopolita y contrastada es esta famosa arteria urbana. Un día está atiborrada de turistas. Otro es el escenario de marchas y protestas sociales y políticas. Otro la locación de una famosa película o novela. Los domingos es enteramente peatonal y para ciclistas. Y una vez al año es tomada por la diversidad, el orgullo, la alegría y el colorido de la marcha LGBT más grande del mundo.
En fin, La Avenida Paulista es un lugar donde, sin duda alguna, “todo pasa”.