Son pocos los países en el mundo que pueden presumir de una diversidad cultural tan vasta como Bolivia. La presencia de esa férrea identidad sociocultural ha sobrevivido en esta región, una de la más explotadas y saqueadas en la historia de la humanidad.
No es historia antigua, sino el presente latente de un territorio donde vivieron civilizaciones prehispánicas como la tiwanaku, la cultura hidráulica de las lomas, la cultura moxeña y la nación aymara, que sobrevive hasta la actualidad.
En el Estado de Bolivia, consagrado por la Constitución de 2009 como plurinacional, existen costumbres, tradiciones, comidas, vestimenta, ritos, bailes y ritmos de acuerdo con cada región, que son producto en algunos casos de un proceso sincrético con tradiciones españolas impuestas durante la larga era colonial.
Resulta alucinante cómo, a pesar de todo ese periodo colonial, persisten hoy 36 diferentes naciones o pueblos indígenas originarios y campesinos en el país. Esto hace que en múltiples partes de la geografía boliviana se hablen varias lenguas. Entre ellas, las más populares son español, quechua, aymara y guaraní. Pero hay otras que, aun en peligro de extinción, se conservan tras los siglos, como araona, mosetén, movima, sirionó y yaminahua, entre otras.
Esa diversidad se observa con solo caminar por algunas de las calles de Nuestra Señora de La Paz, la ciudad más importante del país, fundada en el siglo XIV, que tiene hoy casi 3 000 000 de habitantes.
A más de 3000 metros sobre el nivel del mar, La Paz (según estudios y excavaciones arqueológicas) fue erigida sobre asentamientos tiwanakotas, collas e incaicos. La vista se pierde por las calles empinadas, entre el inmenso caserío que se alza sobre una topografía irregular, que guía hasta las laderas que conforman el municipio de El Alto (conocido también como la capital “cósmica andina de América del Sur”).
Lo mismo sucede en la frontera norte con Perú, en el lago Titicaca, la superficie navegable más alta del mundo (más 3810 m.s.n.m., con una profundidad cercana a los 300 metros y un área de más de 8000 km²). Los primeros habitantes que se asentaron en las márgenes pertenecían a culturas preincaicas como la chiripa o la tiwanacota. Luego, con la llegada del imperio inca, el lago adquirió una fuerte connotación religiosa.
Si con el Titicaca Bolivia puede presumir de tener uno de los lagos más famosos del mundo, en el otro extremo del país, en el sur, es testigo del tiempo el gran cerro de Potojsi (los españoles no podían pronunciar ese nombre y derivó en Potosí). Su nombre significa “truena, revienta, hace explosión”. Esa montaña, con yacimientos de metales preciosos (sobre todo plata), es un símbolo de la explotación colonial.
En un artículo titulado “Bolivia, el país que quiere existir”, Eduardo Galeano escribió: “La plata de Potosí fue, durante más de dos siglos, el principal alimento del desarrollo capitalista de Europa. Vale un Potosí, se decía, para elogiar lo que no tenía precio. A mediados del siglo dieciséis, la ciudad más poblada, más cara y más derrochona del mundo brotó y creció al pie de la montaña que manaba plata. Esa montaña, el llamado Cerro Rico, tragaba indios”.
En esta historia de resistencia cultural boliviana no puede pasar inadvertido el tema culinario. La diversidad de productos naturales o alimentos procesados es una fiesta de olores y sabores.
Aunque Bolivia no zafa de la globalización contemporánea, en la que tantos productos y valores hegemónicos imponen un nuevo orden identitario, McDonald’s, la trasnacional de comida rápida más importante y exitosa del mundo, tuvo que cerrar tras ocho años de haber desembarcado en el país.
Así Ronald McDonald, el payaso feliz y con poderes mágicos, mascota histórica de McDonald’s, no pudo colonizar el paladar de los bolivianos. El caldo de cabeza de cordero, el de sajta de pollo, la sopa de maní, el arroz, la papa, los guisos, los jugos de frutas naturales y las infusiones derrotaron a las hamburguesas, papas fritas y gaseosas.
Es la comida, entonces, un baluarte para entender por qué en Bolivia la identidad cultural persiste.