La planta de coca (Erythroxylum coca) es un arbusto milenario considerado sagrado desde hace siglos por los pueblos indígenas de la región andina. La masticación de su hoja, conocida como pijcheo o acullico, es una práctica que data de tiempos preincaicos.
Está demostrado que la hoja de coca posee proteínas, minerales y vitaminas. Gracias a sus nutrientes y alcaloides, regula la presión arterial, previene las enfermedades cardiovasculares y calma el mareo en las grandes alturas.
Ese malestar se produce debido a la falta de oxígeno y, con ello, a la indebida oxigenación de la sangre en el cuerpo humano. La altura incide directamente en la presión barométrica y puede producir descompensación cardiaca e inducir algunas arritmias. El soroche o mal de altura, como se le conoce popularmente al mal agudo de montaña, es muy común entre los forasteros que llegan a las regiones de Bolivia, Perú o Ecuador.
Aunque la industria farmacéutica produce pastillas como Sorojchi Pills para lidiar con esa afección, no hay alivio más efectivo que mascar hoja de coca en su estado natural. Es un consejo que recomiendan hasta los propios médicos.
En 1975, una investigación realizada por la Universidad de Harvard, titulada Valor nutricional de la hoja de coca, probó que “la masticación diaria de 100 gramos de hojas de coca satisface la ración alimentaria recomendada tanto para el hombre como para la mujer, mientras que sesenta gramos por día colman las necesidades de calcio. Así mismo, se han iniciado nuevas fases de comprobación de la utilidad científica en biomedicina y farmacia”.
No todo es venia para esta pequeña hoja verde. Como mismo es reverenciada en las regiones andinas, fuera de ellas es foco de varios debates porque, entre los 14 alcaloides naturales que posee, uno es la cocaína. Al extraerse, sirve para producir el clorhidrato de cocaína (comúnmente denominado cocaína). La droga se produce mediane un largo proceso químico, al mezclar la cocaína con anfetaminas, estricnina, quinina, ácidos básicos, detergentes, formol y otros elementos descontrolados sanitariamente.
No es lo mismo la hoja de coca que el clorhidrato de cocaína, componente altamente tóxico para el organismo y principal producto del narcotráfico mundial.
La obtención de la cocaína a partir de la hoja de coca ha sido el principal argumento para vetar su cultivo y consumo por organismos internacionales. En 1961, la hoja de coca se incluyó en la lista de la Convención Única sobre Estupefacientes de las Naciones Unidas, junto con la cocaína y la heroína. Desde entonces,s la hoja milenaria ha sido foco de campañas para su erradicación.
Una de las instituciones protagonistas de la cruzada contra la hoja de coca es la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE, por sus siglas en inglés). Este órgano de la ONU, encargado de velar por el cumplimiento de los tratados internacionales sobre drogas, ha solicitado durante años que países como Colombia, Perú y Bolivia (los mayores productores de hoja de coca del mundo) prohíban incluso la práctica de masticar hoja de coca. Así, desconocen el rito y la cultura de estas regiones.
Por su parte, especialistas del Instituto Transnacional, una red internacional con 40 años de existencia dedicados a analizar de manera crítica los problemas mundiales, alegan que “la inclusión de la coca en la Convención de 1961 ha causado mucho daño en la región andina y hace mucho tiempo que se le debe una corrección histórica. La Convención de 1961 consagró la visión tradicional de Occidente, que no distingue entre coca y cocaína y, por tanto, las trata exactamente igual”.
Sobre esto, la Asociación Chamánica y Ecológica de Colombia apunta que “la campaña irradiada por los medios de comunicación estadounidenses desde mediados del siglo pasado, para identificar la coca con la cocaína, —ocultando que de los 16 componentes de la droga, sólo la vieja y sagrada hoja de coca es producida en América del Sur, mientras los otros 15 elementos, legales todos, son importados de EUA y Europa— ha generado una prevención en cuanto al uso de la planta en forma natural, tal como lo han venido haciendo por cientos de años los pueblos indígenas de nuestra América mestiza. Se trata de una campaña de desprestigio de la planta, con el fin de controlar la oferta del narcótico”.
En 2017, Evo Morales, histórico dirigente de los productores de coca de las selvas de Cochabamba y por entonces presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, promulgó una nueva ley que autorizaba un aumento de las hectáreas en las que se permite sembrar la hoja de coca en su país. De ese modo, un total de 22 000 hectáreas pueden ser utilizadas para plantar coca en el territorio nacional.
“Defenderemos la hoja de coca y el legado de nuestros pueblos, así como el hecho de que la hoja de coca no puede ser conocida como estupefaciente. La hoja de coca será retirada de la lista de los estupefacientes. La hoja de coca es un vínculo con la madre tierra. Se usa en los ritos. Bolivia es un país mayoritariamente católico, pero mantiene los ritos los viernes a la pachamama y a la madre tierra. Bolivia es un estado plurinacional, somos diversos seguramente en cada país. Penalizar la hoja de coca es un error histórico. El problema no es la hoja de coca, sino que el problema tiene que ver los protocolos y las normas internacionales y con la estrategia internacional de la lucha contra el narcotráfico”, expresó Evo Morales en un encendido discurso en la sesión de apertura de la CND, en marzo de 2013.
Lo cierto y comprobado es que la hoja de coca en su estado natural no es un estupefaciente ni representa peligro alguno. El contenido del alcaloide cocaína en la hoja de coca oscila entre el 0,5 y el 1,0 por ciento. Es un estimulante ligero e inofensivo, comparable al café.
Se estima que más del 60 % de la población indígena de Bolivia mastica cotidianamente la hoja de coca en su estado natural. Hoy, por su historia milenaria, el gran arraigo sociocultural y el complejo conjunto de nutrientes minerales, aceites esenciales y propiedades nutricionales, la hoja de coca es considerada patrimonio cultural del Estado Plurinacional de Bolivia, por la Constitución vigente desde 2009.