Las últimas veces que me crucé con el poeta Sigfredo Ariel, entre saludos y abrazos, solos o acompañados, me encargué de hacerle saber de mis ganas de ilustrar fotográficamente una parte de su poema “Los peces”.
No era que a sus versos les hicieran falta imágenes, sino que mi mirada fotográfica necesitaba ser arropada con la literatura de este entrañable poeta santaclareño.
Con “Los Peces” me crucé raudo, fugaz y por azar a principios de este siglo, una tarde en el portal de la antigua Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (la recordada casona de la avenida G, hoy Facultad de Turismo), donde yo cursaba la carrera de Periodismo.
Alguien, no recuerdo quién, andaba con el libro Los peces & la vida tropical (Editorial Letras Cubanas, 2000) y yo lo hojeé para leer por arriba a Sigfredo, con el cual por entonces coincidía a menudo en la redacción de la revista digital La Jiribilla, donde ambos colaborábamos. En ese pasear entre hojas me detuve por casualidad en el poema “Los Peces”. Me lo devoré con muchas ganas y hasta recuerdo el acto de haber anotado en una desaliñada libreta el fragmento que luego me desvelaría por ilustrar:
“Habrá quien de estos versos saque una canoa y
entre al mar pues ya he sentido en mi espalda su
callado impulso y siempre habrá quien de estos
versos edifique una tarde incomprensible para mí
entre sus desconocidos en lugares que no veré
rodeado de palabras que serán extrañas y siempre
habrá quien suponga la nada de estos días y trate
de cortar con un cuchillo esta rueda de humo”.
Con los años, disfruté mucho seguir la huella creativa de Sigfredo Ariel. Desde sus poemas, viñetas, dibujos, notas a decenas de discos y programas de radio hasta sus lecturas en vivo. Tuve el placer inigualable y la oportunidad de compartir con él en algunos fortuitos lugares donde las descargas improvisadas, la música, los poemas y los rones amenizaban la madrugada de una Habana muy quieta.
Como conté al principio, en las últimas oportunidades que coincidí con el Sigfre (como cariñosamente le decían sus cercanos), le dije que sus versos me inspiraban instantáneas y quería fotografiarlos. Él, bondadoso y sonriente, me alentaba en buen cubano: “Métele, caballo. Es un placer”. Así me subía el poeta a su inmensa estatura creativa y yo salía levitando de esos encuentros.
Desde que las conocí, nunca dejaron de vagabundear en mi cabeza las estrofas de “Los peces”, poema que se me hizo familiar y fui releyendo muchas veces en el tiempo.
De ahí que ese texto, sobre todo el fragmento antes citado, lo sienta tan fotogénico. Quizás también porque Sigfredo era un poeta que no cantaba ninguna oda, sino que narraba con agudeza y desarropada de artilugios su cotidianidad, para que la leamos y hagamos nuestra. En “Los peces” definitivamente navega un poco mi historia.
Así, salí par de veces a deambular por cualquier lugar, con esas estrofas que puedo recitar de memoria revoloteando en mi cámara, alma y cabeza.
Hace unos pocos días llegó la noticia desgarradora del fallecimiento de Sigfredo Ariel. Mucha impotencia y dolor… y la deuda de que nunca le mostré algunas fotos con el fin que varias veces le anuncié.
Absorto, volví a leer “Los Peces” en estos días aciagos. Acto seguido, fui a escudriñar en mi computadora, donde tengo una carpeta con varios proyectos fotográficos que, por las más diversas razones, he ido postergando. Uno de esos, donde conservo un manojo de fotos de salidas errantes, lleva por nombre “Los peces fotográficos del Sigfre”.