Cuando alguien menciona Nueva York, viene a la mente la imagen de la desbordante ciudad de rascacielos, luces brillantes y calles que nunca duermen. Pero en Berisso, una localidad de la provincia de Buenos Aires, hay otra Nueva York, una que no se refleja en las aguas del Hudson, sino en las del Río de la Plata.
Lejos del bullicio de Manhattan, esta Nueva York no es un epicentro financiero ni un imán para turistas, pero guarda en sus rincones una identidad propia, tejida entre fachadas antiguas, bares de barrio y el eco melancólico de un tango cantado con más sentimiento que amplificación.

Fue mi amiga Mechi quien me llevó hasta el lugar. “En cualquier esquina de la calle Nueva York se puede sentir el peso de la historia bajo los pies. Aquí el vino sabe mejor y los abrazos y saludos de los vecinos son más cálidos que en cualquier otro lado”, me dijo mientras nos adentramos en aquel universo.

El empedrado irregular, testigo de incontables pasos y luchas, parecía murmurar viejas historias en cada grieta. A un costado, las fachadas de las viejas casonas y cuarterías multicolores se erigen como guardianes de un pasado estremecedor, donde el bullicio de los frigoríficos y el ir y venir de los obreros marcaban el ritmo de la vida por aquí.
En 1904, en plena expansión de la industria cárnica, se inauguró por estos lares, en los terrenos portuarios, La Plata Cold Storage, el primer establecimiento destinado al congelamiento de carnes en la región. Tres años más tarde, en 1907, este pionero de la conservación refrigerada evolucionaría hasta convertirse en el Frigorífico Swift, marcando el inicio de una era de exportaciones a gran escala. La consolidación del sector continuó en 1915 con la puesta en marcha del Frigorífico Armour, sumando infraestructura y tecnología al pujante comercio de carnes que transformaría la economía local.
En los años 30, Armour y Swift dominaban la economía local y empleaban entre 15 mil y 20 mil obreros. Los inmigrantes llegaban en masa, atraídos por la promesa de trabajo en una Argentina próspera. Sin dinero pero con la esperanza intacta, construyeron sus vidas en torno a estas seis cuadras, a metros de los frigoríficos.

Cientos de empleados transitaban sus adoquines a diario. La rutina estaba marcada por los turnos de trabajo y las pensiones que alquilaban camas por horas. Por el llamado sistema de las “camas calientes”, los inquilinos se turnaban para dormir en el mismo lecho según sus horarios laborales.

En este barrio atrapado entre el río, el puerto y la ciudad, las lenguas se mezclaban en un eco de Babel rioplatense: italianos, españoles, polacos, croatas y tantos otros compartían historias y costumbres. Los marineros que bajaban del puerto buscaban un café o una partida de cartas en alguna casa de juego clandestino. Entre la niebla y el olor a carne faenada, Berisso bullía de vida.

Pero la calle Nueva York no solo fue un centro de vida nocturna y comercio. Fue el epicentro de una gesta obrera que cambiaría la historia del país. El 17 de octubre de 1945, más de 10 mil trabajadores de los frigoríficos partieron desde aquí rumbo a la Plaza de Mayo en una movilización que redefiniría el rumbo político de Argentina. Iban reclamando la libertad de Juan Domingo Perón, detenido días antes.
La marea obrera cruzó el puente hacia La Plata y luego continuó a Buenos Aires, llevando consigo el clamor de una clase trabajadora que exigía ser escuchada. Ese día marcó un hito y consagró la calle Nueva York como “Kilómetro 0 del peronismo”.

Las huellas de esa historia siguen vivas en su arquitectura. La Mansión de Obreros, construida como un intento de mejorar las condiciones de vivienda de los trabajadores, permanece en pie. La Usina Eléctrica, con su estructura de acero oxidado, se alza como un fantasma de la era industrial, testigo de un pasado en el que el esfuerzo humano era el motor del progreso.
El esplendor de la calle comenzó a desvanecerse con el cierre de los frigoríficos a partir de los años 60. Sin su fuente principal de trabajo, la zona cayó en un letargo del que sería difícil despertar. Sus bares cerraron, los conventillos se vaciaron y el bullicio se convirtió en silencio.

En 2005 fue declarada “lugar histórico nacional”. Desde entonces, un esfuerzo colectivo ha intentado devolverle su brillo. Sus vecinos, herederos de aquellas luchas, tratan de que la arteria sea un museo al aire libre.

Aunque parece desolada, se percibe el pasado en el que fue una de las zonas más dinámicas de una ciudad-motor económico. Allí, donde el viento del Río de la Plata sopla con la misma intensidad de siempre, la historia se niega a desvanecerse en Nueva York, la otra, la del sur del continente americano.
