Llegué un día a París como aterriza la mayoría de los turistas: en busca de los emblemáticos barrios, monumentos, museos, cuadros, cafés, paseos y todo el romanticismo, arte y cultura que han hecho famosa a la ciudad del amor o de las luces, como también se conoce la capital francesa.
Yo iba con algunas expectativas específicas. Quería fotografiar la vida bohemia de la urbe de Henri Cartier-Bresson, el ojo del siglo XX y uno de mis referentes fotográficos. Anhelaba sentir lo que cautivó a Cortázar para escribir Rayuela, novela que devoré en un caluroso verano habanero hace cerca de 15 años. Y por eso caminar a orillas del Sena y atravesarlo por Quai des Tuileries, ese puente que separa el Louvre del famoso río, escenarios de buena parte del romance entre la Maga y Horacio Oliveira.
Y si hablamos de amor y puentes, pues corretear sobre las vías del tren de Charenton-le-Pont, como Jules, Jim y Catherine en esa secuencia memorable del filme Jules et Jim (1962), de François Truffaut, quizás el director de cine que mejor filmó el amor en París. O zapatear en vivo Montmartre, que ya conocía sin haber estado gracias a Amélie.
Pero solo disponía de tres días y dos noches para estar en París. Aunque cualquier cantidad de tiempo podría ser poco en una urbe como esta, tenía que trazar un itinerario. Ante tal disyuntiva envié un mensaje de audio por WhatsApp a mi amigo Julio Menajosky, gran docente y fotoperiodista argentino y como un padre fotográfico para mí, quien en épocas de la dictadura cívico-militar, luego de estar preso, tuvo que exiliarse con su compañera Liliana en Francia. Allí vivieron varios años hasta que, una vez reinsaturada la democracia en Argentina, retornaron a Buenos Aires.
“Julio querido, estoy en París, en un viaje efímero pero lleno de emoción. Imposible no acordarme de Lily y de ti en sus años de exilio por acá”, le dije antes de pedirle que me aconsejara qué no podía perderme para fotografiar París. Era mi primera noche en la ciudad, madrugada en Buenos Aires.
Julio no solo me respondió enseguida sino que su respuesta, quizás sin proponérselo, fue una lección de vida.
“Kalo: Es difícil tu preguntita y más cuando solo tienes dos días en una ciudad tan compleja como París. El maestro Cartier-Bresson, en una breve conversación que tuve con él en mi estancia allá, me dijo ‘aprovechá el estado de ignorancia sobre un lugar. Déjate sorprender por aquello que es nuevo y diferente. Ese es el mejor estado para un fotógrafo’.
“Es que si uno va con ideas y preconceptos de lo que quiere encontrar en un lugar, terminas fotografiando solamente esa idea. Dejate sorprender por lo que sea. No hay lugares mejores que otros. Hay estados de ánimos y la propia emotividad que se desencadena frente a algo que puedes sentir vos y no yo. Así que, muchacho, relájese que la vida es muy larga y ya vas a volver a París muchas veces. Aprovecha esta vez para sentir que te sorprende y que se te viene ante tus ojos. Nada es mejor. Nada es peor. Haré lo mismo cuando conozca Cuba. Te mando un beso grande y sigo tus pasos”.
Salí entonces a fotografiar la ciudad, tratando de alejarme de los estereotipos. Incluso buscando más allá de mis objetivos iniciales pues el de Rayuela era el París de Cortázar y lo mismo sentía con las películas de Truffaut. A partir de entonces, mi mirada fotográfica de cada lugar a donde llego tienen la huella de ese mensaje de audio.