Un amigo, al ver a su hijo jugar por horas frente a la pantalla de una computadora, se empeñó en contarle de su infancia, cuando los videojuegos eran solo noticias lejanas. Le habló de que, cuando tenía su misma edad, divertirse radicaba casi exclusivamente en jugar fuera de casa, en el barrio, con los amiguitos.
El padre, un millennial nostálgico, rememoraba su tiempo feliz. El pequeño, de la generación alfa, esa formada por los nacidos a partir de 2010, lo escuchaba y disfruta como quien asiste a un cuento ancestral. Lo anterior es un ejercicio común. Sucede cuando hacemos analogías entre el presente y el pasado con el fin de rememorar sucesos personales y trascendentes.
Pero, más que detenernos en la evocación de una época pasada habría que enfocarse en las huellas que ha dejado en nosotros ese tiempo vivido. También podríamos escoger a qué parte de lo vivencial remitirnos y a qué hechos aferrarnos para no olvidar y hacer posible el adagio de que “recordar es volver a vivir”.
El tiempo, el implacable, el que pasó/ Siempre una huella triste nos dejó…canta Pablito, que al parecer por esa época, en 1974, cuando escribió esa famosa canción, no la estaba pasando muy bien en lo sentimental. Aunque, para ser justos, en el mismo tema el trovador nos alerta que: aferrarse a las cosas detenidas/ es ausentarse un poco de la vida.
En esa misma canción, Milanés también propone una estrofa filosófica que entrelaza pasado y presente:
Cada paso anterior deja una huella/ que lejos de borrarse se incorpora/ a tu saco tan lleno de recuerdos/ que cuando menos se imagina afloran.
Y no solo quedan huellas tristes sino de todos tipos y colores. Del mismo modo está el tiempo, que es, entre muchas definiciones, el flujo de sucesos, la intuición e interpretación de lo acontecido. Más que borrar los sucesos, el tiempo los ancla a la memoria. De eso se alimenta, incluso, la nostalgia.
Lo anterior es un guiño a Immanuel Kant, filósofo, científico e hijo pródigo del siglo XVIII ilustrado. Kant entendía al tiempo de manera distinta a como lo estudia y expone la Física. O sea, en su visión el tiempo no se enfoca hacia lo externo de las personas sino a algo interior y personal, que nos permite sujetar experiencias íntimas.
Sin embargo, no todo es color de rosa. Friedrich Nietzsche, otro célebre filósofo —cuyo pensamiento fue muy influyente para la cultura occidental— alerta sobre la manera en que forzamos nuestros recuerdos para asemejarlos con nuestros propósitos.
“¡De qué manera forzada habría que hacer entrar la individualidad del pasado en un molde general, recortando ángulos y líneas relevantes, en beneficio de la homología!”, alerta Nietzsche en en un texto de 1874 titulado “Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida”.
En ese escrito, el también poeta, músico y filólogo alemán define que “el pasado y el presente son uno y el mismo, esto es, típicamente semejante en toda su diversidad y, como omnipresencia de tipos eternos una estructura estática de valores inmutables y de eternos significados”.
Entonces, es una falacia esa frase tan manida de que todo tiempo pasado fue mejor. En todo caso, fue distinto. Ni peor ni mejor. Cada época que nos toque tendrá sus encantos y sus grises.
De ahí que sea lógico que hoy, en plena era digital el hijo de mi amigo lo escuche absorto y considere que bailar un trompo, empinar una cometa, bailar un hula hula, jugar a los yaquis, a las escondidas, a la gallinita ciega, al pega pega, montar en chivichana, y tantos otros pasatiempos, ostenten la etiqueta de “leyenda”.