Conforme avanza el proceso de vacunación de la COVID-19, la pregunta se vuelve cada vez más acuciante: ¿cuánto nos va a durar la inmunidad? Obviamente, aún no disponemos de una respuesta basada en la evidencia, puesto que no ha pasado el tiempo suficiente desde el inicio de la enfermedad. Pero ya tenemos algunos hallazgos alentadores.
La memoria inmunológica
Cuando el sistema inmunitario entra en contacto con un antígeno por primera vez, los componentes de la respuesta específica tardan algunos días en activarse completamente. Además, esta respuesta primaria no alcanza toda la potencia de la que el sistema inmunitario podría ser capaz, y por eso a veces sucumbimos a las infecciones.
No obstante, como resultado de este encuentro se generan células memoria, que tienen larga vida y que guardan la información sobre cómo destruir al antígeno. Si nos lo volvemos a encontrar, la respuesta secundaria será mucho más rápida, potente y eficaz gracias a la activación de esas células memoria. Por eso vacunamos, para generar células memoria que sean capaces de controlar a ese patógeno si se produjese la infección a través de un contagio.
¿Generan los coronavirus memoria?
Sabemos que sí, porque hay cuatro coronavirus que causan alrededor del 20% de los resfriados comunes, así como otras dos enfermedades graves: el SARS (síndrome agudo respiratorio grave, aparecido en 2003) y el MERS (síndrome agudo respiratorio grave de Oriente Medio, aparecido en 2012).
La memoria frente a los coronavirus causantes del resfriado no es muy potente, y por eso nos enfermamos tan frecuentemente, además de que hay otros virus no relacionados que también lo producen. Y, en cuanto al SARS, sabemos que los anticuerpos en personas que pasaron la enfermedad disminuía rápidamente y apenas eran detectables dos años después, mientras que las células memoria productoras de anticuerpos (linfocitos B) desaparecieron antes de los 6 años, por lo que a partir de entonces habría desprotección. Sin embargo, , estudios recientes han conseguido encontrar anticuerpos neutralizantes 17 años tras la infección.Por tanto, los temores de que la inmunidad frente al SARS-CoV-2 fuera también efímera estaban justificados.
Células plasmáticas de larga vida
Si nos hacemos una analítica, probablemente todavía tengamos anticuerpos frente a enfermedades típicas de la infancia, como el sarampión o las paperas, aun cuando hayan transcurrido muchos años desde que sufrimos esa enfermedad y no hayamos vuelto a tener contacto con el antígeno. ¿Cómo es posible esto, si tenemos en cuenta que la activación de las células memoria requiere un nuevo encuentro con el patógeno? ¿Cómo pueden durar tanto los anticuerpos?
Pues porque, además de las células memoria, tenemos otro importante aliado para protegernos. Cuando el linfocito B se activa tras reconocer al antígeno, se convierte en una célula, llamada plasmática, que es la que realmente produce anticuerpos.
La mayoría de estas células mueren cuando acaba la infección, y son las llamadas células plasmáticas de corta vida. Pero en determinadas ocasiones se generan otras células muy peculiares que se encuentran en unos nichos especiales en la médula ósea, y que son las llamadas células plasmáticas de larga vida. A veces, de vida eterna.
Durante todo ese tiempo, estarían produciendo anticuerpos que neutralizarían una nueva infección, tal y como ocurre con la rubeola, la mononucleosis infecciosa, las paperas o el sarampión. Por eso no volvemos a sufrir estas enfermedades.
Células memoria y plasmáticas de larga vida en COVID-19
Aunque lógicamente todavía no sabemos cuánto va a durar exactamente la inmunidad frente al SARS-CoV-2, las perspectivas son ahora más halagüeñas que hace unos meses, gracias a un cúmulo de hallazgos.
En primer lugar, se comprobó que los anticuerpos anti SARS-CoV-2 permanecían en el suero de pacientes que habían sufrido la enfermedad durante al menos 8 meses, y que iban disminuyendo a una velocidad inferior a la inicialmente temida.
En segundo lugar, las células memoria productoras de anticuerpos se mantenían muy activas y en niveles muy altos a lo largo de esos 8 meses, por lo que podría suponerse que conferirían protección durante algunos años. Estudios muy recientes han elevado esta protección hasta, al menos, 12 meses con una aparente selección hacia aquellas células memoria más eficaces. Y lo que es más importante: esta protección aumentaba notablemente en individuos que habían pasado la enfermedad y que posteriormente habían recibido una dosis de vacuna. Otra razón más para vacunarnos.
En tercer lugar, en aquellos sujetos que, por haber pasado una enfermedad leve, no se encontraban estas células B memoria, sí que presentaban una muy robusta respuesta a cargo de las células T memoria, responsables de la inmunidad celular. Es decir, no todo son los anticuerpos.
En cuarto lugar, la respuesta a las vacunas induce una potente formación de células plasmáticas en los llamados centros germinales, un requisito fundamental para que se produzcan estas células B memoria. Hasta ahora, todas buenas noticias.
Pero hay más. Los investigadores se sorprendieron de que el descenso en la concentración de anticuerpos tras sufrir la enfermedad tenía dos fases: una primera, en la que decaían rápidamente, y otra a partir de la cual se mantenían estables. Este patrón sugería que las células plasmáticas de larga vida podrían ser responsables de mantener estos anticuerpos.
La hipótesis se demostró correcta, puesto que fue posible aislar y purificar estas células plasmáticas de larga vida, que habían encontrado su nicho en la médula ósea, 11 meses tras sufrir la enfermedad. Una noticia estupenda. Y lo es porque nos indica que, además de tener una vigorosa respuesta a largo plazo de células memoria T y B, también vamos a contar con células plasmáticas que estarán produciendo anticuerpos frente al virus durante, probablemente, muchos años.
Nubarrones en el horizonte: las nuevas variantes
¿Significa esto que no tendremos que vacunarnos nunca más? Probablemente no, aunque solo el paso del tiempo lo dirá. Es muy posible que haya que administrar dosis de recuerdo para reforzar la inmunidad en algún momento, si se observase que esta declina. Y claro, toda esta inmunidad es la generada frente al virus original, que es el contenido en las vacunas que estamos administrando.
No podemos excluir que surjan nuevas variantes, lo suficientemente diferentes de la original, como para que consigan escapar a nuestras células memoria, que solo recuerdan lo que ya han visto. Y, en este caso, habrá que administrar vacunas dirigidas frente a estas nuevas variantes.
Por eso, y a pesar del clima actual de mayor optimismo de la comunidad científica, no podemos bajar la guardia. Vamos a convivir durante muchos años con el virus, por lo que tendremos que vigilarlo estrechamente. No se puede repetir la historia.
***
* Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.