A la tercera semana de estar participando en el Cuban International Field Program, Lucía Muñoz se sentó a ver el atardecer desde el malecón habanero. Los colores anaranjado, rojo, amarillo y azul que contempló en la línea donde se une el cielo con el mar, contrastaban con la visión “en blanco y negro” que había aprendido sobre Cuba antes de viajar a la Isla.
“Esta gama de colores es una rebelión contra las simplificaciones burdas y las interpretaciones parciales. Parece querer decirme cómo debo mirar la Isla que se extiende bajo el manto del atardecer”, escribió en sus apuntes como estudiante de la universidad neoyorkina The New School.
Durante dos meses del caluroso verano de Cuba, formó parte, junto a otros estudiantes y académicos, de un intercambio que incluyó intelectuales de prestigiosas instituciones, como Casa de las Américas y el Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello”.
Lucía, española de 24 años, cuenta que la experiencia fue estimulante. Cada día leía, escribía y conversaba con personas en la calle. Ocho semanas resultaron suficientes no para ver la Isla desde la perspectiva simple de un turista, si no para adentrarse breve pero eficazmente en cuestiones sociológicas como diversidad, género y relaciones económicas. “Una combinación de lo teórico y lo experiencial. Creo que es la mejor forma de aprender. Lo que aprendía en clases luego lo veía en la calle”, cuenta Lucía.
Acostumbrada al individualismo de las calles de Nueva York, Lucía encontró en La Habana “una humanidad desbordante” a la que se hizo adicta, aunque lamenta no poder beber agua del grifo como en la Gran Manzana.
La combinación de experiencias personales y académicas la llevó a conocer desde cómo un hombre usaba condones como globos para pescar en el malecón hasta un sistema de permacultura diseñado por jóvenes cubanos.
“Me di cuenta de que este programa estaba enfocado a la investigación y de que me proporcionaría la libertad de llevar a cabo trabajo de campo y descubrir por mi cuenta la cultura en ciertos momentos”, dice acerca del Cuban International Field Program que lleva adelante el profesor Gabriel Vignoli.
Para Lucía, Cuba es un país que solo se entiende (aunque sea parcialmente) si se está allí: “El proceso de entender este país único en el mundo, es un ejercicio constante contra la tendencia interna de querer tener una sola opinión firme e inquebrantable sobre él. Contra su idealización, contra su demonización”, afirma Lucía.
Su compañera de estudios, Victoria Heffron, de 21 años, escogió el programa porque era el único sobre Cuba y porque “las investigaciones son independientes y el curso más general. La música fue lo que más me llamó la atención en Cuba. Me encantó toda la música en vivo y la energía musical. Me sorprendió la gran presencia de las mujeres en la música cubana”, dice Victoria, cuyo proyecto de investigación trata acerca de las mujeres instrumentistas en la Isla.
Aunque lo que menos le gustó fueron los piropos que recibió en la calle, Victoria cuenta que aprendió también acerca de la solidaridad y generosidad, algo que contrasta con otros países adonde ha viajado.
“Los cubanos no tienen problemas en compartir lo suyo, aunque sea algo escaso. Pienso que el egoísmo prevalece mucho más fuera de Cuba”, dice e insiste en que “estos intercambios pueden dar una narrativa distinta de la que siempre escuchamos sobre Cuba en los Estados Unidos”.
Para Priscilla Gaona, de 21 años, de New Jersey, ser de origen ecuatoriano y hablar español fue un punto más de conexión durante su estancia en Cuba: “Como estadounidenses tenemos mucho que aprender de los cubanos, la gente más valiente que he conocido en mi vida. Hay cosas por las que peleamos por cambiar aquí, que ya solucionaron en Cuba”, comenta.
Priscilla cuenta su fascinación por la seguridad que sintió. Pudo caminar, de madrugada, con un grupo de seis mujeres por una ciudad en donde, además, se tatuó por primera vez y conoció el amor. Su conexión con la Isla y los cubanos fue incluso en el área espiritual: estuvo en contacto y de cerca con la religión afrocubana, práctica que tiene un origen común con la que practica su propia familia. “Sentí a mis antepasados a mi alrededor, hasta tuve la presencia de mi abuelo conmigo en un momento”. Esa experiencia la llevó a comenzar su primer documental, proyecto prioritario luego de graduarse.
“Fuera muchos creen que Cuba es un infierno, pero cuando lo conoces te das cuenta de las exageraciones. Ahí aprendí lo que es el amor y extrañar mucho a alguien”, dice Priscilla refiriéndose al primer viaje lejos de su madre.
El objetivo del programa de estudios en Cuba pretende exactamente eso: “brindar una experiencia única orientada a la investigación en la que las conferencias e interacciones con sus pares de diferentes países le brinden una comprensión más profunda de los problemas globales en un contexto específico”, anota en su presentación oficial.
Visitar Cuba mediante este programa académico permite ver la complejidad de una sociedad llena de contradicciones, aciertos y desaciertos, donde las personas se orientan sin Google Maps y hierven el agua que consumen, y ofrece al estudiante la posibilidad de recorrer su propio camino de investigación, según su curiosidad e inclinaciones personales.
Todo con el ánimo de convertir a los participantes en mejores investigadores y seres humanos y, como reza en la página de The New School, “mejores ciudadanos de sus propios países”.
“Cuba me cambió completamente. Ese verano fue más que un programa de intercambio para mí. Algo inesperado, pero profundo”, termina Priscilla.
Experiencia maravillosa!