La carencia de aceite en Cuba no es nueva. Pero aunque la prensa lleva reportando sus sistemáticos altibajos de disponibilidad al menos desde 2019, no hay forma de que aquellos “vientos” se comparen con la “tempestad” actual.
Durante la mayor parte de 2021 y en lo que va de 2022, la comercialización de aceite —más allá de los 250 ml que por persona garantiza la canasta básica mensual— ha sido sensiblemente menor a la demanda. A la escasez no han escapado siquiera las tiendas en moneda libremente convertible (MLC).
Cuba importa aceite refinado a granel para envasarlo en plantas ubicadas en La Habana y Camagüey; y compra, además, soja en grano para producirlo en la única fábrica del país, que funciona en Santiago de Cuba.
Cuba importó soya por valor de 1400 millones de dólares en cuatro años
El frágil “hilo” de las importaciones
El abasto de aceite al mercado cubano pende del “hilo” de la capacidad de compra en el exterior, o en otras palabras, del financiamiento con que se cuente. Y esto, más que un hilo es una ajustada soga al cuello en un contexto de alza de precios en el mercado internacional.
En los últimos tres años, la disminución de los ingresos turísticos y por concepto de remesas, y las sanciones de la administración Trump, ahondaron los aprietos financieros de la Isla.
Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), el gasto en importación de soja supera los 300 millones anuales en todas sus formas: en grano —para procesarlo en la planta de Santiago de Cuba que extrae el crudo— y la torta. Mientras, en este 2022, la tonelada (t) de aceite se ubica por encima de los 1000 dólares, y la de grano supera los 600.
La Isla importa el grano desde países como Estados Unidos, Brasil y Argentina, grandes productores de soja en el orbe. Mientras, adquiere el aceite vegetal refinado en mercados como el del propio Estados Unidos, México y también en la lejana Federación de Rusia.
Con la dependencia de las compras en el exterior no cesan tampoco las paralizaciones industriales por problemas tecnológicos (debido a las roturas de maquinarias y la falta de piezas de repuesto), ni las dificultades para traer hasta puertos cubanos las materias primas.
Ante estas dificultades, ¿puede ser la producción de aceite cubano una alternativa real?
Los proyectos de siembra de soja
Hasta hoy la modesta producción cubana de aceite se sostiene con las importaciones de soya. La Isla cultiva ese grano solo en pequeña escala, con cosechas que luego de más de una década no alcanzan a cubrir la demanda de la industria aceitera.
Con la ayuda de Brasil, primer productor mundial de esta leguminosa, a partir del 2008, se había iniciado un proyecto piloto en Ciego de Ávila, donde la empresa mixta Cubasoy esperaba plantar 50.000 hectáreas (ha) de soja para 2015.
Aquellos planes nunca se concretaron. En la actualidad las plantaciones de la leguminosa no superan las 2000 ha. Parte de los campos que se pretendía destinar a su fomento, en definitiva acabaron plantándose de maíz, yuca, plátano, calabaza, pepino y frutales, según reseñó en 2020 la Agencia Cubana de Noticias.
En diciembre de 2020 se presentó al Gobierno un programa para, durante los siguientes cinco años, lograr la siembra de nada menos que 100.000 ha anuales de soya. Según el doctor Rodobaldo Ortiz Pérez, quien tuvo a su cargo la ponencia del proyecto, lo cosechado en esa extensión de terreno permitiría cubrir el 100 % del aceite para consumo humano que necesita la Isla y alrededor del 25 % del grano del alimento animal empleado en su ganadería.
Solo en la producción de concentrados para avicultura y la cría porcina se emplean cada año alrededor de 500.000 t. El grano de soja no se puede emplear de forma directa para el alimento de los animales, primero se le se debe extraer el aceite —que se procesa y después se refina—y se aprovecha la torta o harina que se obtiene para la alimentación de cerdos y aves. Entre 2014 y 2018 el país gastó más de 1.400 millones de dólares en la adquisición de soja para esos fines.
Sin embargo, todo indica que el augurado despegue del cultivo puede demorar mucho más que el quinquenio previsto.
La siembra de este grano tiene exigencias concretas. El Dr. Ortiz Pérez aclaró que se requiere garantizar variedades adecuadas y tecnologías para la producción de semillas, el manejo de la fertilización y las plagas. También habría que instalar plantas beneficiadoras de granos y extractoras para la producción local de concentrados con destino animal y de aceite crudo para la población.
Seis meses después de presentado aquel proyecto, en junio de 2021, un reporte de Radio Rebelde confirmaba que “ante la imposibilidad de sembrar la soya a gran escala, debido a las exigencias tecnológicas del cultivo, se decidió implementar un plan de producción del grano, a escala local”.
En esa fecha, según información pública, el país disponía de apenas 223 ha de soja sembradas en cooperativas de las provincias de Artemisa, Mayabeque, Sancti Spírtitus, Las Tunas y Granma. Y los pronósticos contemplaban la plantación de otras 150 ha. El rendimiento promediaba 1,45 t por ha.
En el 2010 la producción cubana de soja fue de 4.200 t. Incluso si se concretaran los mejores pronósticos, la producción actual no superaría las 550 t.
Sembrar soya tampoco es una actividad demasiado rentable. Evelio García Sánchez, campesino asociado a la cooperativa de créditos y servicios (CCS) “Mártires del 24 de Mayo”, en Holguín, explicaba a Granma a inicios de 2021 que “cuando el Estado compra la soya, paga a 325 pesos el quintal, lo cual no compensa los gastos de los campesinos, ni lo ven atractivo, porque lo venden a 1.500 pesos a los productores privados de piensos”.
Aunque el Ministerio de la Agricultura lo considera un cultivo priorizado y muchos programas de la industria cubana de alimentos están basados en la soja, el grano compite en desventaja con otros como el arroz y el maíz, con tradición agrícola y proyectos de colaboración internacional.
Inversiones, pero no resultados
El manejo industrial de la soja no ha corrido una mejor suerte. La única Planta Procesadora de Soya (PDS) del país, ubicada en Santiago de Cuba, entre 2015 y 2018 se sometió a un costoso proceso de reparación capital que debía duplicar en tres años la producción nacional de aceite.
Esa industria produce el aceite crudo que luego procesa la Refinadora de Aceite Comestible (Erasol), también en la Ciudad Héroe. De allí sale el aceite de la canasta normada correspondiente a las provincias orientales, y parte del que se comercializa por otras vías en todo el país.
Inaugurada por Fidel Castro el 24 de octubre del 2001, al cabo de tres años los rendimientos productivos de la PDS comenzaron a caer por debajo del 80 % de su capacidad de diseño. “Por cada 100.000 toneladas del grano procesadas apenas se obtenían 16.000 de aceite crudo, de las 25 000 t que se debían”, le refirió a Granma el ingeniero químico Omar Góngora Sánchez, director general de la empresa a fines del 2014.
Tras 14 años de operación, con un altísimo consumo energético, sin piezas de repuesto ni recursos para cumplir los ciclos de mantenimiento necesarios, en enero de 2015 comenzó un proceso inversionista para la remodelación general de la planta. Se invirtieron 20 millones de pesos en moneda total y fue la mayor inversión emprendida ese año por el Ministerio de la Industria Alimentaria.
El resultado fue la instalación de una moderna planta extractora de aceite valorada en 8 800 000 euros —de tecnología italiana Auricom—, totalmente automatizada, más eficaz y rentable. La industria debía incrementar la capacidad de procesamiento de 500 hasta 1.000 t diarias de frijol de soja.
El máximo rendimiento, de acuerdo con el proyecto, debía lograrse a partir del 2018. En términos productivos significaría la duplicación de los volúmenes de aceite nacional.
Pero una vez concluida la inversión, las cantidades del producto elaboradas en la Isla no crecieron en concordancia con aquellas previsiones.
Las cifras de la ONEI detallan cómo en 2014, justo antes de la puesta en marcha de la nueva planta, Cuba había refinado 20.700 t de aceite de soya, mientras que entre 2018 y 2020 el mayor registro anual fue de 22.900 t. Muy lejos de la pretendida duplicación.
En ese período fueron las importaciones de aceite de soja refinado las que casi se duplicaron, pasando de 57.561 t, en 2017 a 103.628 t, en 2020. La lógica lo indica: si no crecía la elaboración nacional de aceite, debían hacerlo las compras en el exterior.
A pesar de no haber obtenido los resultados previstos, desde inicios de 2021 la industria santiaguera se somete a otra inversión capital.
El incremento de la producción nacional de aceite de soja sigue pendiente. Como mismo se encuentran todavía, millones de dólares después, la siembra a gran escala del grano y su rentable procesamiento industrial.
Si Celia estuviera viva en estos momentos por la que atraviesa Cuba después de haber vivido estos últimos 60 años, estoy seguro que exclamaria, como lo está haciendo allá en el cielo: ¡Azúcar!
Tienen q detener el experimento ya! Privatizar se impone!