Hace casi dos décadas la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo reconoció la salud reproductiva como un derecho humano. Su programa de acciones definió que para garantizar la atención prenatal, el parto sin riesgos, los cuidados de posparto, así como la calidad de vida de madres e hijos, había que ofrecer a las poblaciones servicios sanitarios e información básica que les posibilitaran decidir libremente y participar de manera activa cuando de su bienestar se trata.
Aunque algunas regiones han avanzado bastante en la disponibilidad de maternidades y cuidados neonatales, la preparación a gestantes, futuros padres y demás familiares sobre cómo reaccionar-cooperar durante las etapas del parto todavía resulta pobre e insuficiente, y este proceso fisiológico natural experimenta una epidemia global de intervencionismo, a consideración de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Expertos del organismo, procedentes de varias disciplinas y países, problematizaron la situación y emitieron, en 1985, la Declaración de Fortaleza, cuyo texto analiza y fundamenta las tecnologías apropiadas para el parto, a la vez que exhorta a administradores y personal de la salud a revisar protocolos e investigar la pertinencia de ciertas prácticas de forma continua; pues se estima que entre el 70 y el 80% de los embarazos clasifica como “bajo riesgo” al comienzo del parto.
Más allá de tecnicismos, la Declaración promueve el respeto a la autonomía y al protagonismo de la mujer como un elemento básico a la hora de juzgar la calidad de la atención en estos casos; porque si bien ciertos procedimientos, equipos o instrumentos invasivos permiten que madres e hijos sobrevivan a eventos adversos, en ningún contexto deben emplearse de manera rutinaria.
Así, la OMS injustifica los índices de cesáreas anuales superiores al 15% en cada nación, debido a las evidencias de su impacto en las tasas de mortalidad perinatal; reserva las inducciones del alumbramiento a indicaciones médicas específicas (inferiores al 10%) e insiste en consultar a la paciente y a su familia antes, e informarles sobre las consecuencias y alternativas existentes.
También insta proteger el periné, pues el uso sistemático de la episiotomía (corte que amplía la abertura de la vagina) figura entre las principales causas de desgarros anales profundos, disfunciones sexuales, hemorragias e infecciones posparto; además de que la herida provoca malestares a la mamá y limita su desenvolvimiento con el recién nacido, sobre todo al levantarse o sentarse para amamantarlo.
Con ello no se emprende una cruzada contra las intervenciones quirúrgicas ni se niegan sus beneficios en momentos específicos. Más bien se convoca a evaluar su pertinencia si se acude a alternativas como estimular a la parturienta a caminar o a moverse durante la dilatación y el expulsivo —en lugar de acostarla boca arriba— para que los cambios de postura alivien los dolores, la gravedad contribuya al descenso del bebé por nacer y la oxigenación de este no se reduzca.
Se dispuso, entonces, que la futura madre pudiera elegir a una persona de confianza para que la apoyase emocionalmente durante el trabajo de parto, junto al equipo médico. De hecho, en Cuba desde la década del 90 existe esa posibilidad y el Programa Materno-Infantil comprende la preparación previa de la embarazada y de su acompañante, a través de encuentros con profesionales de Enfermería en instituciones primarias o secundarias de salud, donde aprenden qué sucede al transcurrir este proceso. Sin embargo, encuestas de OnCuba en la calle evidencian que pocas cubanas menores de 35 años conocen estas oportunidades, aún menos fuera de La Habana.
María del Carmen, Jani e Ivette, de la capital, Mirelis, de Matanzas, y Nayví, de Santa Clara, sufrieron episiotomías sin consultárseles o advertirles previamente, aunque confesaron creer que el “cortesito” era un mal necesario siempre, cuando se traía un bebé al mundo por parto natural. Tres de ellas estuvieron delicadas y debieron recibir transfusiones porque, con vaginas enervadas, las costuras no detenían el sangramiento.
Gloria, por su parte, tras su experiencia como primeriza, sospechó que la episiotomía funcionaba para el equipo médico, no para ella. “Terminaron rápido conmigo, pero a causa de la herida me costó bastante encargarme de mí y de la niña. Así es que la segunda vez que estuve con contracciones en una maternidad aguanté callada, caminé, me puse en pie apoyada sobre la cama, hasta alcanzar suficiente dilatación. Recuerdo que cuando la enfermera vino a revisarme, 6 ó 7 horas después, mi hija estaba coronada y ella me reprochó: ‘cabrona, te estás pariendo encima’. Me trasladaron al salón y pujé, pero no hubo piquetes esa vez. Ya les había ahorrado tiempo…”.
En Maternidad Obrera de Marianao los doctores argumentan, si se les inquiere sobre la episiotomía, que esta solo se practica si es “necesario”; pero apenas especifican bajo cuáles criterios. Al puntualizar que no está indicado rasurar el vello púbico o administrar un enema (vaciar el intestino grueso) como medidas asépticas preventivas —excepto cuando la mujer así lo solicita—, la Declaración de Fortaleza agudiza su defensa para que ni el más mínimo detalle soslaye el derecho a un parto respetado.