Cuando un año atrás el gobierno cubano anunció el avance de la mayor parte de la Isla a la llamada “nueva normalidad”, muchas personas respiraron aliviadas. Entonces parecía verse la luz al final del túnel, luego de largos meses de restricciones, pérdidas humanas y económicas, y agotamiento pandémico, y la posibilidad de un cierre de año con el retorno del turismo y los vuelos internacionales fue asumido como un paso necesario y esperanzador.
Sin embargo, tampoco faltó quien ―con toda lógica― prefirió no lanzar campanas al vuelo ni festejar por adelantado, y hasta quien se llevó las manos a la cabeza temiendo que la reapertura fuera precipitada y una fatal combinación de euforia, relajación e indolencia condujera a una violación sistemática de los protocolos sanitarios establecidos para la nueva etapa y abriera la puerta a un rebrote de la COVID-19, como, en efecto, sucedió.
La “nueva normalidad” comenzó el 12 de octubre en la mayor parte de las provincias cubanas, salvo en La Habana, que entró en la fase tres de la etapa recuperativa, y Ciego de Ávila y Sancti Spíritus, que, debido a un complejo escenario epidemiológico, se mantenían en transmisión autóctona limitada. La reapertura de las fronteras, el reinicio de la actividad turística foránea ―aunque ya había comenzado previamente en los cayos adyacentes a la Isla―, el restablecimiento del transporte interprovincial y de un grupo de actividades económicas y servicios, y el comienzo del nuevo curso escolar en la mayoría de los territorios, estuvieron entre las acciones implementadas, mientras las autoridades apelaban a la conciencia ciudadana para frenar la propagación del coronavirus y mantener el control de la enfermedad.
Sin embargo, por más que el gobierno defendiera la validez de las nuevas medidas y llamaran a la responsabilidad personal y familiar para evitar un retroceso, la realidad tomaría un cauce bien distinto al deseado y pondría al país en una ascendente y funesta oleada que todavía se resiste a ceder. Si al cierre del 12 de octubre Cuba reportaba 17 casos de la COVID-19, ya el 15 de noviembre ―cuando reinició sus actividades regulares el Aeropuerto Internacional “José Martí”, de La Habana―, los nuevos contagios fueron 49, y en diciembre las infecciones se multiplicarían al punto de superar la a barrera de los 3.000 casos y convertirse en el mes con más enfermos detectados en el país desde el inicio de la pandemia.
Y aunque estos números parezcan insignificantes si se comparan con las estadísticas oficiales más recientes ―con días que han llegado a superar los 9.000 contagios y meses por encima de los 200.000, junto a un triste saldo de decenas de fallecidos por jornada―, lo cierto es que pueden verse como un augurio de lo que estaba por llegar. La curva de casos y víctimas mortales comenzaría un ascenso sostenido, que obligaría a nuevos cierres y medidas de contención, y a dar marcha atrás a la nueva estrategia gubernamental hasta convertir a la “nueva normalidad” en apenas un vago recuerdo.
La llegada al país de nuevas variantes más contagiosas del SARS-CoV-2 ―como la Alfa, la Beta y la Delta―, y la agudización de la crisis económica y las carencias internas por el efecto acumulado de la COVID-19 y el impacto de las sanciones estadounidenses, tensarían mucho más el panorama. Ello provocaría un pico pandémico en los últimos meses que sobrepasaría las capacidades del sistema sanitario del país y agudizaría el desasosiego social, que ni los nuevos protocolos y restricciones ni el proceso de inmunización en marcha ―iniciado a la par de los ensayos finales de las vacunas cubanas y acelerado tras la obtención de los permisos de uso de emergencia― han podido hasta el momento disminuir.
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El remake 2021
A pesar de que el panorama epidemiológico de la Isla está hoy a años luz del exhibido en 2020, cuando se impulsó el avance a la “nueva normalidad”, y las previsiones tampoco apuntan a una mejoría significativa a corto plazo en todo el país, el gobierno ha anunciado ya un remake de lo emprendido 12 meses atrás. La compleja situación económica, catalizada con las pérdidas y gastos provocados por la pandemia ―solo en el primer semestre de este año el presupuesto del Estado había erogado 5.772 millones de pesos por gastos asociados al enfrentamiento a la COVID-19― ha obligado a las autoridades a asumir una postura más pragmática, mientras apuestan porque el avance de la vacunación logre reducir gradualmente las estadísticas negativas.
El proceso de inmunización es justamente el principal cambio en la ecuación si se compara el 2021 con el período precedente y en él están fijadas las mayores esperanzas. Hasta el pasado 22 de septiembre ya se habían administrado en Cuba más de 19 millones de dosis de la vacuna anti-COVID, de acuerdo con los datos ofrecidos por el Ministerio de Salud Pública (Minsap). Por su parte, ya el 77,8 % de la población cubana había recibido la primera dosis de algún inmunógeno, el 52,5 % tenía dos dosis puestas y el 42,7 % había completado el esquema de tres dosis, como parte de un programa que pretende vacunar a todas las personas posibles, incluyendo a niños y adolescentes, antes del cierre del actual año.
Con esta perspectiva, y la obligación de recaudar ingresos para las menguadas arcas estatales, el gobierno dio primero luz verde a una mayor entrada de turistas y vuelos internacionales a partir de mediados de noviembre. No se trata, en propiedad, de una reapertura de las fronteras ―como ha sido enfocada la noticia―, pues estas no llegaron a cerrarse totalmente el presente año, pero sí del fin de las limitaciones hasta ahora existentes y de un impulso necesario a un sector estratégico de la economía cubana, duramente golpeado por la pandemia y que hasta el cierre de agosto apenas había recibido 163.743 visitantes internacionales, 2.960.000 menos que en igual período de 2019, y 824.000 menos que en los primeros ocho meses de 2020.
La reactivación de los polos e instalaciones turísticas cubanas, así como una mayor gama de servicios ―incluyendo las excursiones― estará acompañada de una flexibilización de los protocolos sanitarios en frontera. Esta incluye la no exigencia de un resultado negativo de una prueba reciente de PCR a quienes presenten un certificado de vacunación anti-COVID, el énfasis en la detección de posibles síntomas entre los viajeros, y la realización de test diagnósticos aleatorios en las terminales aéreas.
Además, según las autoridades del sector, se mantendrán las medidas sanitarias, de distanciamiento y protección aplicadas hasta la fecha en los hoteles, así como la presencia en esas instalaciones de personal médico y la existencia de locales para el ingreso y atención de los turistas que se detecten enfermos.
Turistas tendrán que estar vacunados o con PCR negativo a su llegada a Cuba
En cuanto al resto de los viajeros, y en particular los cubanos residentes o no en la Isla ―a quienes el gobierno señaló mayoritariamente, junto a sus familias, por el rebrote de finales de 2020― al parecer se beneficiarán también de la flexibilización anunciada y ya no tendrán que realizar la cuarentena obligatoria a su llegada al país, que actualmente es de seis o 14 días, en dependencia del sitio de entrada. Aunque las informaciones oficiales no se han detenido en este punto, el propio Ministerio de Turismo, al responder preguntas e inquietudes de la población, confirmó que a partir del 15 de noviembre quedará anulado el aislamiento obligatorio. Así lo hizo saber en los comentarios a la nota en la que informó sobre la próxima reapertura.
De ser, en efecto, de esta forma, los viajeros tendrán nuevamente un gran peso sobre sus hombros, pues, como se conoce, aun vacunados pueden contagiarse y transmitir la COVID-19, y pudieran ser otra vez la vía para la entrada al país de nuevas variantes del virus que incidan en el escenario epidemiológico. Por ello, autoridades y especialistas vuelven a insistir en la importancia del cuidado y la autorresponsabilidad, no solo para quienes arriben del extranjero y sus contactos, sino para todos los cubanos, aun cuando ya hayan completado el esquema de inmunización contra la enfermedad infecciosa. Y es que la vuelta progresiva a la “nueva normalidad” no se limitará únicamente al turismo y los vuelos desde el exterior y pretende extenderse al resto de la vida nacional.
Una desescalada pragmática y paulatina
Si el pasado año casi toda la Isla comenzó de manera simultánea la desescalada ―o, en realidad, las desescaladas, pues hubo una en el verano y otra, la de la “nueva normalidad”, a partir de octubre―, esta vez la reapertura será más diferenciada y paulatina, según lo informado por las autoridades cubanas, que en esta ocasión no han hecho referencia a una estrategia con fases, acciones e indicadores prestablecidos. Ahora, el proceso parece seguir derroteros más pragmáticos, basados en el contexto sanitario de cada territorio, la experiencia acumulada en más de un año de pandemia y el baño de realidad que terminaron recibiendo en la práctica los planes anteriores.
En función de ello, ni todas las localidades ni todos los servicios iniciarán de forma paralela la desescalada, y el gobierno ha dado potestad a las autoridades locales para, a partir del análisis de cada escenario particular, proponer su propio plan de reapertura para cuando las variables epidemiológicas lo permitan.
Por lo pronto, ya La Habana y Matanzas están dando los primeros pasos, de acuerdo con lo dicho el jueves en el programa Mesa Redonda, donde se anunciaron las nuevas medidas previstas para esas provincias, las que entrarían en vigor de manera gradual desde este viernes. Además, se adelantó que otros seis territorios ―Cienfuegos, Ciego de Ávila, Santiago de Cuba, Guantánamo, Mayabeque y la Isla de la Juventud― tienen también luz verde para poner en marcha sus desescaladas al presentar una situación estable, aun cuando no hayan controlado completamente la transmisión del virus. El resto del país, de momento, tendrá que esperar, aunque lo previsto es que pueda subirse al tren en la medida en que avance la vacunación y vayan mejorando las cifras.
Por lo ya previsto en las provincias más aventajadas, la reapertura comenzará por los servicios gastronómicos ―estatales y privados―, que podrán volver a tener comensales en sus mesas y mostradores luego de meses de ventas a domicilio y para llevar. No obstante, los restaurantes y cafeterías tendrán que estar certificados por las autoridades, cumplir con las medidas sanitarias y de protección en la atención de los clientes y la manipulación de la comida, tener ventilación natural, mantener un aforo limitado y una distancia de unos dos metros entre las mesas, no brindar el servicio de buffet y potenciar las reservas por vía telefónica o digital para evitar las colas, algo que, incluso, se aplicará para la célebre heladería Coppelia, de La Habana.
Empresa de Restaurantes de La Habana prepara reapertura de sus instalaciones
También reabrirán las notarías y los registros civiles y de la propiedad, a través de citas, los círculos sociales obreros de la capital cubana, y las playas y otros lugares públicos en Matanzas “siempre que impere la disciplina ciudadana y no se viole el distanciamiento social”. Los horarios de estos y otros servicios, incluyendo los comercios, las oficinas de trámites y la gastronomía, serán determinados por las autoridades locales y podrán variar de una provincia a otra. Mientras, se mantiene el veto sobre los bares, discotecas y centros nocturnos, así como a las fiestas, bailables y otras celebraciones masivas, al tiempo que no se ha hecho mención a la posible asistencia a eventos artísticos y deportivos ―como la postergada Serie Nacional de Béisbol―, ni siquiera con capacidad limitada, por lo que, de momento, estos también siguen vetados.
En cuanto al transporte, el urbano y el intermunicipal ―que en el caso de la capital es el mismo y ha funcionado todo el año con determinadas restricciones― volverán a partir de octubre a Matanzas y, presumiblemente, al resto de las provincias autorizadas a iniciar la desescalada. El transporte interprovincial, en tanto, no ha sido aún autorizado, ni siquiera entre los territorios con una situación más favorable, y sigue estando restringido para situaciones puntuales y con el permiso de las autoridades. Y las clases, que ya se iniciaron a través de las modalidades televisivas y a distancia, deben retomarse de manera presencial en correspondencia con el panorama epidemiológico y el cierre de la vacunación de niños y adolescentes.
Con estos pasos, Cuba busca encaminarse a la “nueva normalidad” y superar progresivamente el impacto de una pandemia que ha hecho mella en la economía y en la gente y que, todavía hoy, sigue causando estragos en la Isla. “El objetivo es compartir en familia y que, actuando con responsabilidad, podamos, en el menor tiempo posible, combatir la pandemia e ir reanimando la economía cubana, con todas las medidas que el Gobierno ha adoptado en los últimos meses”, comentó en la Mesa Redonda Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior.
Esa es la pretensión de las autoridades, en sintonía con el deseo de la población cubana de dejar atrás de una vez por todas la pesadilla de la COVID-19, aun cuando la vida no vuelva a ser exactamente como antes y deban mantenerse precauciones y medidas necesarias en la “nueva normalidad”. Sin embargo, no son pocos los que otra vez se preguntan si la reapertura no resulta precipitada y se muestran recelosos y preocupados ante la posibilidad de que pueda repetirse lo sucedido el año anterior. Ya otros países, incluso con una avanzada cobertura de vacunación ―argumentan los críticos―, han experimentado rebrotes tras el inicio de la desescalada. Y aunque esperamos que no ocurra, el tiempo, en cualquier caso, tendrá nuevamente la última palabra.