Cuestión de adaptarse

Foto: Alexis Pérez Soria

Dentro de un tiempo, Osmel y su esposa serán las únicas personas que vivirán en La Cueva de la Vieja, una zona protegida en el corazón del Escambray que debe su nombre a la leyenda (quizás cierta) de una señora que envejeció en una cueva de los alrededores.

Hoy, en La cueva de la Vieja, quedan algunos campesinos que siembran café, pero como son muy mayores pidieron traslado de finca. Dentro de un tiempo se irán al llano y cambiarán el café por el tabaco y algún que otro fruto menor. Entonces, Osmel y su esposa quedarán casi solos entre las lomas que se empinan hasta el cielo y el agua de la presa que les queda enfrente.

Osmel y su esposa viven dejando el embalse Hanabanilla por un senderito estrecho que conduce hasta la entrada del área protegida. Osmel es el cuidador del área y su esposa se encarga de cobrar el peaje y enseñarles a los turistas las rarezas que la naturaleza puso por allí.

Esta vez su esposa no está, fue a Jibacoa unos días porque les acaba de nacer un nietecito, y los ojos verdeazules de Osmel le dan la noticia a todo el que llega, hasta a nosotros, sin habernos visto nunca en su vida. Esta vez Osmel es el único en su casa monte adentro, donde la luz le llega por paneles solares y se entretiene con lo que ve en la televisión.

Foto: Alexis Pérez Soria
Foto: Alexis Pérez Soria

Antes Osmel vivía en Jibacoa y trabajaba en la empresa de Flora y Fauna, hasta que un día le propusieron venirse a las orillas del Hanabanilla y él ni lo pensó. Llegó al lugar donde todo es “a guataca en mano” y en el que para salir a los asentamientos cercanos tiene que, irremediablemente, utilizar un bote. La Cueva de la Vieja queda a siete kilómetros de Jibacoa y a dieciséis del poblado del Hanabanilla, todo ello con el agua de por medio. Pero Osmel disfruta de su media soledad.

-Es cuestión de adaptación- dice mientras se encoge de hombros ante el asombro de quienes le preguntan.

-¿Y el miedo? ¿No le da miedo tanto monte y nadie a quien pedir auxilio?

– No, no es miedo, yo no sé lo que es el miedo, la verdad que no.

Las tierras de los campesinos que se marcharán al llano serán reforestadas por la empresa a la que pertenece Osmel y el bosque lo cubrirá todo. Cuando necesite salir, Osmel utilizará el bote, si no, seguirá desandando los trillos del Escambray con su media soledad a cuestas y la alegría de quien vive cerquita de lo original.

Foto: Alexis Pérez Soria
Foto: Alexis Pérez Soria

***

En los alrededores del embalse Hanabanilla los campesinos usan botes en lugar de caballos y se habitúan a vivir con lo necesario con tal de no andar desafiando al agua todo el día. Allá arriba siembran café, frijoles y viandas. El café les da para entregar al Estado y tomar su buchito de cada mañana, las otras cosechas para comer ellos y sus familias y los animales que tienen en el patio. Y claro, de vez en cuando, cogen la pita y los remos y pescan en las profundidades del pequeño “océano” dulce que les da la vuelta.

En las orillas de la presa Hanabanilla las casitas parecen como puestas en una maqueta y las lomas parecen pinturas. Todo el paisaje es un cuadro de Menocal. Por las aguas que abastecen a parte de la población de Cienfuegos y Villa Clara pasa una guagua-patana que figura como ruta de transporte y que hace el recorrido varias veces al día, aunque, casi siempre, los campesinos tienen sus botes propios porque en el campo las necesidades no se ajustan a horarios ni creen en rutas preestablecidas.

Foto: Alexis Pérez Soria
Foto: Alexis Pérez Soria

Uno va al Hanabanilla y si quiere explorar más allá del agua debe alquilar un barquito para conocer a su antojo. Ranier Galindo es patrón del Sara y sabe bastante bien de los misterios de los alrededores. Dice que pocas casas quedan sin electricidad y que casi siempre los campesinos van al pueblo una vez a la semana, que generalmente tienen allí una persona que les compra el pan, los mandados y todo lo necesario y se los acumula hasta el día de recoger el “pedido”.

En las orillas del Hanabanilla casi todo es fuera de lo común. Los campesinos viven con lo necesario y andan en botes y rara vez salen de esos montes donde, la mayoría del tiempo, son felices.

Su media soledad los acompaña siempre y el miedo no existe por allí, aunque, como Osmel, no tengan vecinos y permanezcan entre la inmensidad del bosque y el agua dulce que les queda enfrente.

Cuestión de adaptarse, como casi todo en la vida.

 

Salir de la versión móvil