El Dr. Carmelo Mesa Lago, Profesor Distinguido Emérito de Economía y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, impartió un curso en el Programa de Estudios Abiertos del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aunque sus clases estuvieron centradas en el análisis crítico de “la era de Trump”, se le solicitaron conferencias particulares sobre “la situación”, “la crisis”, “los problemas de Cuba”, como suelen nombrarlo investigadores, estudiantes y curiosos de este lado del mundo.
Una de sus intervenciones comenzó con una presentación sui géneris para buena parte del auditorio diverso que lo escuchaba, y casi familiar para las dos cubanas de la sala. Esa especie de declaración de principios más que la introducción a un tema, es un espejo, es síntoma de un país.
“He sido criticado desde las dos orillas: por el exilio duro de Miami y también por el gobierno de Cuba y sus partidarios. Es muy difícil intentar ser lo humanamente objetivo que es posible y no incomodar a una parte o la otra. Mi posición siempre ha sido a favor del diálogo y de las soluciones pacíficas a los conflictos y desde el año 1965 me he estado manifestado públicamente en contra del embargo o bloqueo”.
¿Cuáles considera que sean los principales detonantes de las protestas del 11 de julio en Cuba?
Lo primero es reconocer que Cuba está viviendo la mayor crisis económica y social desde los años 90, desde el llamado Período Especial. En el año 2020, el PIB cayó un 10,9%, la peor cifra después del desplome de -14,9% en 1993. En el primer semestre de 2021 la caída fue de un 2% y lo más probable es que en el segundo se estanque o decrezca.
Desde los extremos se suele señalar o poner el énfasis en un solo detonante. Por un lado se reconoce como única causa al bloqueo y por el otro se asume que el único responsable de los problemas de Cuba es el sistema comunista. En mi opinión hay múltiples factores que explican tanto la crisis económica como las protestas. El primero que apuntaría es la ineficiencia del sistema económico, de planificación central y amplio predominio de la propiedad estatal sobre el mercado y la propiedad no estatal.
Luego diría que la severa crisis económica-humanitaria de Venezuela, porque se trata de un país que desde inicios de siglo apoya económicamente a Cuba de muy diversas maneras. Es el primer comprador de los servicios profesionales cubanos, principalmente en salud, y esa es la fuente primera de divisas en la Isla, a eso se suma el suministro de petróleo con términos favorables, que es esencial. Esta relación económica se ha reducido considerablemente, con fuertes impactos en la economía cubana. La dependencia de un país es una constante en la historia económica de Cuba, que ha sido incapaz durante todo este tiempo de financiar las importaciones con sus propias exportaciones sin recibir subsidios de algún socio principal.
También hay que destacar como factor de influencia las fuertes sanciones impuestas por la administración de Donald Trump, que reforzaron el bloqueo norteamericano. Entre las medidas más influyentes estuvieron: la activación del Título III de la Ley Helms-Burton, que ha tenido un efecto importante en la congelación de la inversión extranjera por los riesgos que supone a los inversores; las restricciones de vuelos y la terminación de los viajes de los cruceros estadounidenses a Cuba con sus correspondientes afectaciones al turismo; también impuso un tope a las remesas y prohibió las operaciones de Western Union; endureció las sanciones a los bancos internacionales que hacen transacciones con la Isla y volvió a incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo.
Otra cuestión crucial es la implantación de la unificación monetaria y cambiaria. Los economistas cubanos habíamos recomendado por más de 10 años que se hiciera. Considerábamos que era una medida esencial para facilitar las reformas estructurales de la economía que inició Raúl Castro. El problema es que se seleccionó el peor momento. No se hizo a principios de siglo, en el contexto en el que Cuba estaba recibiendo toda esa ayuda de Venezuela hubiera sido ideal. Ahora, si se aplica bien, este proceso tendrá muchos efectos positivos a largo plazo porque es un incentivo para las exportaciones y un desincentivo para las importaciones. No obstante, sus impactos inmediatos son muy adversos, como por ejemplo: en 2021 los economistas académicos cubanos —de adentro y de afuera— estiman la inflación entre 500% y 900%, la mayor después de Venezuela; la necesidad de cerrar empresas que no son productivas o eficientes; los impactos en el aumento de los precios de los bienes de primera necesidad y la fuerte escasez de alimentos y medicinas.
A todo este escenario complejo se suma la pandemia. Creo que al principio estuvo muy bien manejada por el gobierno, pero después ha habido muchísimos problemas y un aumento significativo de la cifras de contagios y muertes. Cuba ha producido dos vacunas y ha comenzado la vacunación masiva, incluso con menores de edad, pero toca esperar a que demuestren su efectividad. La confluencia de las medidas de Trump y la pandemia ha tenido efectos muy importantes en la economía y sobre todo en el sector del turismo.
También creo que, además de esos problemas subyacentes, hay factores que favorecieron la extensión y magnitud de las demostraciones del 11 de julio: la ampliación del acceso a Internet y a las redes sociales. Cuando ves los videos, notas que casi todo el mundo tiene un teléfono inteligente entre las manos y ese fue un instrumento esencial; se cerró lo que yo llamo “válvula de escape”, las crisis económicas precedentes han coincidido con grandes éxodos, no ha sido así en este caso; creo que también es relevante la ausencia de un líder carismático, recuerda que en el “maleconazo” Fidel Castro se aparece prácticamente solo en las protestas y las controla con su presencia, eso no lo tenemos ahora; por último, entiendo que ha aumentado la alienación de la juventud, nacida después del triunfo de la Revolución y que no necesariamente comparte las ideas de los mayores.
Las principales vías de captación de divisas en Cuba (exportación de servicios médicos, remesas, turismo) están en crisis y no parece que en el corto plazo puedan recuperarse al menos los niveles pre pandemia ¿Cuáles son las alternativas o estrategias que habría que impulsar?
Hay que aprender las lecciones de todo este proceso. Lo primero es acabar de resolver las cuestiones internas, incrementar la producción. Una vez que empieces a incrementar la producción, tienes la posibilidad de exportar. Como ya te dije, uno de los problemas fundamentales de Cuba es que nunca ha logrado con sus exportaciones financiar las importaciones sin subsidio, eso es clave.
En el caso de Venezuela, por ejemplo, con la exportación de servicios Cuba pudo lograr un balance positivo. Eso es cierto, pero lo que pasa es que había un subsidio a los médicos cubanos, lo que pagaba el gobierno venezolano por un médico cubano era siete veces el promedio salarial de un médico venezolano, entonces había un subsidio oculto. Los subsidios soviéticos, por ejemplo, fueron más abiertos, porque eran sobre el precio del azúcar, el níquel, a la exportación de petróleo. El valor total de las exportaciones cubanas entre 1989 y 2020 cayó en un 67% mientras que las importaciones aumentaron y así también el déficit de mercancías.
Por otra parte, específicamente sobre las exportaciones de servicios profesionales, los economistas cubanos advirtieron muy temprano que ese mecanismo estaba sometido a grandes riesgos, riesgos políticos esencialmente, a que el país subsidiador o comprador dejase de comprar. Se demostró con Venezuela, pero también con Brasil, Bolivia, Ecuador. El otro problema que he planteado para el análisis de este tema es que, si bien es muy cierto que recibes un montón de plata por esta vía, también reduces el acceso doméstico a la atención médica, porque salen la mitad de los médicos de familia, eso está en las estadísticas cubanas, solo hay que mirarlas, y entonces limitas el acceso a la atención primaria de salud y también a los especialistas. Así que no es una relación donde se gane y no se pierda. Sí pierdes.
Con respecto a las remesas, a mí me parece que como mecanismo está muy bien. Hay países como el Salvador y México en los que una fuente fundamental de divisas son las remesas y eso es muy válido. No obstante, hay que lograr que las remesas se conviertan en inversión y eliminar obstáculos innecesarios, hacer cambios para que los cubanos se sientan más cómodos y seguros y puedan invertir en micronegocios, para que las remesas no se limiten a la ayuda familiar. Y no se trata solo de dinero, es un tema que también tiene que ver con tecnologías y con conexiones internacionales. De hecho, hay muchísimos empresarios cubanoamericanos con redes en todo el mundo y, con las políticas correctas, eso se transferiría al país. También es indispensable hacer un esfuerzo de educación y sensibilización para tratar de limar las hostilidades que hay entre las dos comunidades, entre los cubanos de dentro y la emigración. Hay que hacer cosas para que todo eso pueda cuajar.
Por supuesto que es imprescindible continuar apostando por el turismo, pero el problema de Cuba es que ha invertido demasiado en hoteles y, por ejemplo, la ocupación de las camas en 2019 era del 48%. Ahora por la pandemia la situación es peor, pero las cifras venían cayendo desde mucho antes. Esto pasa porque los servicios son caros y no son buenos. O sea, hay que transformar la industria turística y para eso es muy importante que exista una competencia restringida, como la hay en el sector gastronómico. Esto de cierta forma ocurrió con el alquiler de casas y habitaciones particulares a los turistas, pero tiene que haberla en mayor medida, con agencias de turismo privadas, porque eso le representaría un reto al Estado que para poder ganar tendría que competir, no aplastar, sino competir. La clave del turismo es que el turista regrese, y solo regresa si tiene buenos precios y un buen servicio. Entonces sí, turismo, pero con esos cambios.
En agosto se publicó uno de los Decretos Ley más esperados y demandados del proceso de reforma económica en Cuba, sobre las micro, pequeñas y medianas empresas ¿Qué otras trasformaciones tendrían que hacerse para convertir al sector privado en un actor económico relevante para el desarrollo del país?
Lo primero de todo es que hay que ver cómo se ejecuta la ley, porque una cosa es la ley y otra la práctica. Es muy pronto para responder esa pregunta porque ha pasado muy poco tiempo. Comienzo diciendo que tiene que ser muy divulgada, difundida y explicada de una manera pedagógica para que la gente entienda de qué se trata y cómo pueden funcionar bajo la misma.
No te puedo responder hasta que no vea los efectos de la ejecución de la medida y tenga claro cómo lo van a implantar, porque pueden hacerlo con una serie de restricciones como ocurrió en la reforma iniciada por Raúl o pueden ser mucho más abiertos, tal cual sucedió en otros países como Vietnam. Si el enfoque es el segundo, va a ser muy positivo.
Ahora, esta ley tiene que acompañarse de otras reformas que son indispensables. Como el principal problema que tiene Cuba es alimentario, hay que resolver el problema agrícola y esto no se logra sin una reforma estructural de la producción en el sector. De manera que la ley de empresas no va a resolver sola los problemas de la economía, tiene que haber otras reformas. Lo mismo dijimos economistas de Cuba y del exilio sobre el proceso de unificación monetaria y sus impactos si no se acompañaban de una serie de transformaciones estructurales esenciales.
El gobierno finalmente hizo la lista de las actividades prohibidas y no de las permitidas, que era algo que se venía sugiriendo desde hace años. Eso es muy positivo. No obstante, continúan las restricciones para varias de las profesiones liberales. El problema es que si tú restringes a ese sector —que tiene alta calificación— sus posibilidades de volverse en la producción o en los servicios, terminas condenando al sector privado a un bajo nivel de productividad y de valor agregado. El proceso de reordenamiento monetario implicará, inevitablemente, que cierren o desaparezcan las empresas ineficaces, que no son productivas. Entonces, para poder absorber todo ese empleo que va a salir del sector estatal, tú tienes que abrir el sector no estatal, particularmente el privado, y para ello tienes que liberalizar la práctica privada de las profesiones liberales, que los ingenieros pueden volverse en producción, que los arquitectos pueden volverse en construcción de casas privadas. Estas cuestiones son muy importantes. La ley no resuelve los problemas por sí sola.
Entre las tantas narrativas binarias que circulan en y sobre Cuba hay una muy extendida que asume que solo son posibles dos caminos: la construcción del socialismo tal cual se ha concebido hasta el momento o la restauración del capitalismo, más bien de un neoliberalismo salvaje ¿Qué cree usted?
Para mi esa es una dicotomía falsa. Lo que quieren los economistas cubanos —al menos los economistas académicos que viven en la Isla con los que yo me mantengo en diálogo— y parte de los que trabajan sobre Cuba en el exilio, es una economía mixta. En el primer grupo creo que hay mucho más consenso sobre esta idea, entre los del exilio es más difícil lograrlo porque hay gente muy conservadora, que puede que no te digan que quieren un capitalismo salvaje, pero básicamente apuestan por regresar al año 1958. No obstante, muchos hemos planteado que se debe transitar hacia ese modelo de economía mixta con diversos grados, obviamente, de intervención del Estado y distintas maneras de asumir el rol del sector privado y de la ley de la oferta y la demanda, o sea, del mercado. En cierto modo las reformas iniciadas por Raúl Castro estaban encaminadas en esa dirección. El problema es que fueron muy lentas, poco sistemáticas, con muchos zigzags. De hecho, yo creo que la reforma se paraliza en 2016 y tuvo muchas contradicciones que obstaculizaron sus efectos. No se avanzó lo suficiente.
Justo ahora estoy haciendo un estudio en el que comparo ese modelo económico del poder central con pequeñas reformas que no cuajan y el modelo de socialismo de mercado de China y de Vietnam, que son economías mixtas, con un fuerte componente privado porque en ambos países el rol del privado sobrepasa al del Estado y a eso se atribuye el éxito económico del modelo. Creo que esta sería una solución para Cuba, esa combinación de plan con mercado, porque ha funcionado muy bien en otros contextos. Claro, los dos referentes tienen un sistema de partido único, es verdad, pero creo que eso es atractivo para la dirigencia cubana. Desde un punto de vista político, de democracia, me gusta más el modelo de bienestar de los países escandinavos, pero creo que sería más difícil políticamente aplicarlo para Cuba.
En ese estudio que te comenté estoy analizando alrededor de veinte variables con las que comparo Cuba, China y Vietnam. Naturalmente yo esperaba que en las económicas China y Vietnam aventajaran considerablemente a Cuba, pero lo que me sorprendió es que en muchas variables sociales ya los dos países han sobrepasado a la Isla. Eso no me lo esperaba porque estos comenzaron con niveles de desarrollo e indicadores sociales muy inferiores si se comparaban con los de Cuba. Ahora lo que estoy haciendo es estudiando todo lo relacionado con seguridad social, pensiones, salud, asistencia social y continuando la comparación, pero todavía eso está en ciernes.
También reconozco que hay una seria resistencia a la aplicación del modelo Chino-Vietnamita porque implica una delegación del poder económico. Creo que hay temor porque cuando usted delega poder económico lo hace también con el poder político. Ese recelo está en la mente de la vieja dirigencia, porque no sabemos en realidad qué pasa con la actual. Al menos yo no sé qué es lo que piensa en verdad el presidente Miguel Díaz Canel.
Entre las críticas a los modelos de China y Vietnam se distingue con frecuencia el tema de la expansión y profundización de las desigualdades ¿Cómo asumir este desafío? ¿Hacia dónde tendrían que apuntar las políticas públicas de Cuba teniendo en cuenta el actual escenario?
Sí, es cierto que las desigualdades en China y Vietnam han aumentado considerablemente, pero lo mismo ha pasado en Cuba, primero con el periodo especial, luego con el proceso de reforma y el reordenamiento. Yo pienso que cierto grado de desigualdad es inevitable para lograr desarrollo económico y se ha demostrado que la igualdad mella los incentivos. El problema está en encontrar un punto óptimo, sin llegar a niveles extraordinarios de disparidad.
Entonces se trata de encontrar un balance. Llegas al punto en el que tienes que elegir entre equidad con miseria o cierta prosperidad con desigualdad. Yo me voy por la segunda opción, porque creo que la gente va a estar mejor. Además, hay medias políticas, de política económica y fiscal, con las que puedes reducir la desigualdad. En los países escandinavos, por ejemplo, el impuesto sobre la renta es altísimo. Yo hice un análisis sobre las desigualdades económicas en Cuba que se publicó en la revista Temas y ahí hay cuestiones importantes para entender este asunto. Lo primero es que el sistema tributario cubano es regresivo porque la fuente fundamental de ingreso sigue siendo el impuesto al consumo. Se ha ido reduciendo la brecha, pero todavía en el año 2020 el grueso del ingreso para el presupuesto del Estado se obtiene a través de impuestos al consumo. Con una escala progresiva del impuesto sobre la renta se puede reducir la desigualdad porque haces que los grupos de mayor ingreso paguen más y luego transfieres esos recursos a los de menor ingreso a través de la asistencia social o de otras vías. Hay un momento en el que entran en conflicto el deseo de una redistribución progresiva y los incentivos. Realmente es muy difícil de calibrar, estos países lo han conseguido porque tienen un estado de bienestar y altos índices de crecimiento económico. Pero insisto en que la desigualdad se puede reducir con medidas fiscales y políticas sociales. No es una problemática maniquea, no se puede analizar en blanco y negro, hay grises muy importantes en el medio, de política, que pueden ayudar a enfrentarla. En el caso cubano, un sistema tributario progresivo tendría impactos en la reducción de las desigualdades, que por demás han ido agudizándose.
Usted participó en los primeros diálogos del gobierno revolucionario con la emigración cubana, a finales de la década del 70. En el contexto actual, y ante un aumento notable de la polarización, ¿cree posible y aconsejable impulsar nuevos procesos de diálogo? ¿Cuáles tendrían que ser los pilares de ese nuevo diálogo?
El diálogo es esencial. Una solución violenta sería terrible. Las protestas fueron muy importantes, pero se trata de un proceso de un día. Para resolver el problema tiene que haber diálogo y para que haya un diálogo hay que empezar por reconocer a la otra parte como interlocutor válido. Llevo muchos años apostando por eso. En 1969 trabajé en esa dirección con mi colega María Cristina Herrera, intentamos promover el diálogo primero entre los propios exiliados cubanos y nos enfocamos en eso varios profesores universitarios, pero también dirigentes sindicales. Desde entonces tengo claro que para que haya diálogo es esencial que tú reconozcas a la otra persona, aunque no tenga el mismo punto que tú, aunque no estén de acuerdo. De un lado, es importante que no acuses a los otros de traidores, de contrarrevolucionarios y, del otro, el sector opositor tiene que reconocer al gobierno cubano como parte del diálogo. En segundo lugar el respeto, el respeto a la opinión ajena y la escucha de los argumentos de la otra parte. Nosotros en Miami empezamos así. Después de comenzar a dialogar entre nosotros decidimos hacerlo con el gobierno y nos fuimos a Cuba varias veces y tuvimos discusiones tremendas allí y fue muy traumático, pero lo hicimos.
En tercer lugar, tiene que haber una intención seria de llegar a un acuerdo, para lo cual cada parte tiene que ceder un poco. No se puede volver a repetir lo que se hizo durante la administración de Obama, en el proceso de normalización de las relaciones, donde creo que la postura fue: todo lo que ustedes den es bienvenido, pero yo no doy nada a cambio, bajo el argumento de que como el gobierno de Estados Unidos fue quien impuso las sanciones, les correspondía eliminarlas. Sí, eso está muy bien políticamente, pero no resuelve el problema del diálogo. También me parece que se perdió una oportunidad con la demostración frente al Ministerio de Cultura (MINCULT) en la que parecía que el gobierno iba a dialogar y al final no lo hizo. Cada parte tiene que ceder un poco para llegar a un compromiso, sino es imposible. Para mí esas son las tres reglas clave.
Muy buen artículo. Un modelo de análisis y enfoque de problemas que merece ser divulgado permanentemente.
Me ha parecido un excelente análisis.
Esto que expresa es clave:
“También es indispensable hacer un esfuerzo de educación y sensibilización para tratar de limar las hostilidades que hay entre las dos comunidades, entre los cubanos de dentro y la emigración. Hay que hacer cosas para que todo eso pueda cuajar.”
triste pero cierto…